Biografía del hambre

Biografía del hambre, de Amélie Nothomb

biografia del hambreSomos seres hambrientos. Devoramos sensaciones, experiencias, cualquier aspecto que nuestra vida nos ponga en medio y ante los que abrimos la boca y engullimos como si nuestra existencia dependiera de ello. Seres que intentan libar el jugo en cualquiera de sus actos, con la gula que implica vivir, sentir, ser, con todas las tormentas que eso implica – cuando ni siquiera tenemos un parapeto tras el que ocultarnos -. Pero nosotros seguimos hambriento, deseando que nada se acabe, implorando que aquello que se nos presenta delante acabe cayendo en nuestras manos y podamos comerlo con cada uno de los sentidos que nos han otorgado la selección natural que no nos ha hecho, gracias de la vida, en los seres supervivientes de la cadena alimenticia. Todo es alimento, no uno con sustancia, pero sí lleno de ángulos abstractos, de esquinas que arañan la piel sin que nos demos cuenta, engullendo el amor como si fuera un postre, o el trabajo como si fuera el segundo plato a pesar de estar ya empachados con el primero, con esa infancia que se nos aparece desgranada en pequeños fogonazos, en luces que ya no alumbran sino que ciegan. Biografía del hambre es una radiografía, de una autora que pone en evidencia su mundo, que se autobiografía a sí misma y que contribuye a que cada plato, cada retrato del hambre que hacía que supurasen las peores heridas que surgen de ahí mismo, de un hambre voraz por todo, por la nada más absoluta, por el sentir que se sigue viva, pero que en realidad puede que esté muerta. Porque si no sentimos, lo estamos – muertos, se entiende – y ya no habrá alimento que nos sustente. Ni siquiera aquello que creíamos nos salvaría de caer en los mismos errores que nos habíamos jurado no volver a cometer.

Intentar vivir en una novela de Amélie Nothomb es un deporte de alto riesgo para aquellos que no estén habituados a su prosa que, en ocasiones, acercándose a la poética, convierten muchos de sus libros en un ejercicio de superación para algunos. Yo, sin ir más lejos, cuando me enfrenté a este libro lo hice de una forma pausada, casi diría que rozando el miedo, por todas aquellas recomendaciones que me habían hecho personas de mi total confianza. Verás como no has leído nada semejante o, las más agoreras, una vez que has leído algo de esta autora, ya no volverás a ver la literatura de la misma forma. Entended entonces que yo me sintiera cohibido a la hora de empezar Biografía del hambre ya que había muchas expectativas puestas en él. Y sí, es reconocible después de su lectura, que nadie sale indemne de las novelas de esta autora, pero no por su complicación – o, no al menos sólo por eso – sino que lo que aquí se plantea es una inmersión total en un constante ir y venir de imágenes que, como en una especie de trastorno mental transitorio, aparecen en destellos que nublan la vista y convierten la lectura en una experiencia llena del vértigo de estar leyendo algo sublime y el miedo a no saber captar esos matices que se escapan entre líneas, en párrafos cortos llenos de la dureza que el hambre, que esa necesidad de saciar el apetito viviendo, ejerce en todo aquel que comparte los minutos con una escritora que es decadencia pero también soberbia, que es gula pero también contención, que es ese pretenderlo todo con los trazos gruesos llenos de la fuerza que la palabra ejerce y tortura en esa especie de jaula en la que estamos encerrados.

Puede que Biografía del hambre sea la novela, o una de las novelas, más personales de Amélie Nothomb o puede simplemente que las palabras fluyan de tal manera que comprendamos más la vida de alguien que se parece mucho a nosotros, en esa suerte de búsqueda de alimento, de sustento, de ancla que nos ate a la tierra, o que simplemente nos empuje a actuar en un sentido vital lleno del exabrupto que la vida proporciona cuando se pone delante aquello que puede hacernos daño, esas enfermedades del alma que nos adelgazan las sensaciones y que contribuyen a que nuestros huesos padezcan la mala salud que convertirá en hueco el simple poro que la edad contribuye a generar. Es este un libro, pues, complicado de definir si no se hace a través de las emociones, de las vísceras, de la guata, desde la misma tripa que con sus jugos nos ayudan a digerir la comida que el hambre hace necesaria, la emoción de sentirnos llenos, o también vacíos – no deja de ser este un sentimiento inherente al ser humano -. Un viaje al corazón de una biografía que dispara al lector y convierte sus órganos en una especie de explosión que tardará tiempo en recomponer los pedazos que han quedado diseminados, sin remedio, por muchos otros platos de los que tarde o temprano comeremos para alimentarnos.

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