Cartas del verano de 1926

Cartas del verano de 1926, de Marina Tsevietáieva, Borís Pasternak y Rainer María Rilke

Cartas del verano de 1926

Escribo no porque sepa, sino para saber
M. Tsevietáieva

No sé si alguna vez se habrán preguntado qué es lo que hay en el interior de un poeta. Si sienten curiosidad, estas cartas del verano de 1926 son una forma magnífica de averiguarlo sin necesidad de recurrir métodos cruentos o invasivos. No de uno, de tres, o en realidad de todos porque lo que nos ocupa es la poesía, es decir, habla de todos nosotros. Y no lo hace sólo mediante poemas, sino mediante cartas. Dejen que Marina Tsevietáieva se lo explique: Una carta es una forma de comunicación fuera de este mundo, menos perfecta que el sueño, pero sujeta a sus mismas leyes. Ni la carta ni el sueño se dan por encargo: se sueña y se escribe no cuando nosotros queremos, sino cuando ellos quieren: la carta ser escrita y el sueño soñado.

»Yo no podría vivir contigo, no por incomprensión sino por comprensión. Sufrir porque el otro tiene razón, una razón que a la vez es tuya, sufrir por estar en lo justo – es una humillación que no soportaría.

Tal vez sea necesario decir, y decirlo con pesar, que no soy un lector habitual de poesía, de forma que es probable que no le haya sacado todo el jugo posible a estas Cartas del verano de 1926. Pero tal vez por ello haya saboreado tanto esa poesía en prosa que rezuman estas cartas, esos fogonazos líricos que, como los que salpican esta reseña, se mueven por territorios de frontera entre la emoción y la conmoción.

»Ayer llegó tu transmisión de tus palabras: tu ausencia, el silencio palpable de tu mano. No sabía que la caligrafía amada, cuando guarda silencio, fuese capaz de desencadenar una música fúnebre semejante.

Bolaño decía que si tuviera que atracar un banco lo haría en compañía de poetas porque son la gente más valiente de este mundo. Añadía que no le cabía duda de que el atraco sería un completo fracaso, pero tampoco de que sería un fracaso hermoso. Valor y belleza. Los poetas no saben del amor o de la vida más que el resto de nosotros, pero tienen el valor de mirarles a los ojos y contarles lo que no entienden. Y pedirles explicaciones. Y si no se avienen a razones, construyen un mundo alternativo, más hermoso, que sí lo haga. Estas cartas las escriben tres poetas bien distintos salvo en que siguen siendo poetas en su vida privada. Excepto Rilke, que a esas alturas vivía en su torre de marfil, Pasternak y Tsevietáieva tenían que habérselas con la vida real, con una realidad adversa, y sin embargo fueron capaces de edificar en su imaginación un mundo a la medida de su alma de poetas. Y sufrieron por el contraste entre ambos mundos, claro, pero tras leer estas magníficas Cartas del verano de 1926, no sabría decir cual de los dos era para ellos más real.

»Leí tu carta a la orilla del océano, el océano la leyó conmigo, la leímos juntos. ¿No te molesta que él también la haya leído? No habrá más lectores, soy demasiado celosa (en ti – con celo).

»Hoy del espíritu, te he acogido, Marina, en mi alma, en toda mi conciencia conmovida por ti, por tu aparición, como si el océano, que leía al lado tuyo, se hubiese volcado contigo, marea del corazón, sobre mí.


Rilke, intelectual puro recluido en la creación y ya consagrado en el ocaso de su vida, es objeto de la veneración de los otros dos poetas. Pasternak le escribe a raíz de unos comentarios de su padre, viejo amigo de Rilke, y a partir de ahí éste se pone en contacto con Tsevietáieva, quien capitaliza la relación directa con él, que alcanza una altura lírica e intelectual insospechada en estos tiempos en los que una carta iniciada de esta forma seguramente acabaría en orden de alejamiento y acusación formal de acoso. Pero los poetas son valientes, ya lo dije, y cuando Rilke recibe la carta de amor de Tseviétaieva, porque es lo que es, amor al Rilke–poeta, contesta con amor, como es propio, y el espectáculo del alma desnuda de estos tres poetas es impagable.

«El amor más grande del que soy capaz es sólo una parte de lo que siento por ti. »

«Que eres terriblemente mía y no creada por mí, así se llama mi sentimiento. Y yo, dices, ¿soy como todos? Quiere decir que tú me creaste, ¿todos quienes? Entonces, ¿por qué no me abandonas y me perdonas tanto? No, tú tampoco me creaste, y sabes hasta qué punto soy tuyo.

Como todos quise ser
Mas en su belleza el tempo
Más fuerte es que mi lamento
Y él como yo quiere ser.»

Hay que señalar que Cartas del verano de 1926 no es sólo una relación de documentos, hay detrás un trabajo extraordinario de los responsables de la edición en el sentido de comentar y explicar las cartas y sus circunstancias de modo que proporcionan al lector no familiarizado con el asunto las necesarias coordenadas con las que contextualizar estas cartas en su cartografía particular y entender, en lo posible, a estos personajes que son más ellos mismos en su obra que en su vida, en su imaginación que en su día a día, y que por tanto, sin estas ayudas, serían difíciles de seguir.

»Fui una necia al pensar que con mis ojos podía ver tu mar, que no está a la vista, que está más allá de la vista, que está al margen de la vista.

Tal vez sea Marina Tsevietáieva el personaje, y digo personaje y no autor premeditadamente, más atractivo. Persona singular, de carácter torrencial, difícil, inabordable, tan exagerada en sus filias como en sus fobias, tan apegada a su imaginación que su vida fue una constante sucesión de decepciones, acostumbrada como estaba a construir pedestales y derribar estatuas, como dijeron de ella. También es probable que sea la más libre, aunque por sus circunstancias vitales era quien más vulnerable era a los efectos de esa libertad. Hay que admirar a alguien cuyo lema es “no te dignes” (no te dignes -¿a qué? –A nada que rebaje – sea lo que sea)

»Sufro de atrofia del presente, no sólo no lo vivo, sino que nunca estoy en él.

Esta relación de tres no es un triángulo, no sé que nombre recibe la figura geométrica que cuenta con tantos vértices como almas sensibles, de modo que a falta de nombre mejor y aun a riesgo de parecer reiterativo, la llamaré poesía. O naturaleza. O vida. En el verano de 1926 Rilke, Pasternak y Tsevietáieva aman en sus cartas, hacen poesía en sus cartas, viven en sus cartas, y de nuevo premeditadamente, utilizo el presente.

¿Poetas?

¿Cartas?

Poesía.

»Porque amo, cuando amo, sólo porque rozo con el hombro derecho el frío del lado derecho del universo, con el izquierdo – el izquierdo, es decir, cuando oculto con mi cuerpo todo aquello que podría ver y a dónde podría ir mientras la mujer gira y se sumerge en un enjambre de innumerables polillas que en verano, en la ciudad, se debate hasta el límite de la desnudez permitida.

Rilke falleció a los pocos meses, Tsevietáieva se suicidó (apenas tres líneas en el libro pero de una fuerza dramática terrorífica) y a Pasternak acabó por engullirle la realidad. Tal vez el amor de los poetas sea una carga demasiado pesada para las personas destinadas a llevarla y por eso sus hombros precisen de la ayuda de ese contenedor infinito que son los libros.

 

Andrés Barrero
andres@librosyliteratura.es

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