Cartas desde Dinamarca, de Karen Blixen

Cartas desde Dinamarca, de Karen Blixen

Te he hecho pobre, mi dulce amor.
Estoy lejos de ti cuando estoy cerca.
Te he hecho rico, mi corazón.
Estoy cerca de ti cuando estoy lejos.
Karen Blixen, “Tempestades”

Para la gente de mi generación hay una serie de recuerdos en los que ficción y realidad se confunden: si no me concentro me cuesta discernir si es más real el recuerdo, por ejemplo, de mi octogenario tío Alfonso comiéndose once sardinas asadas de una sentada o el de aquella señora de porte aristocrático que se fue a África a cultivar café y acabó por enamorarse de Robert Redford antes de que este se estrellara con su avioneta. Así era hasta ahora, porque tras leer la correspondencia de Karen Blixen tengo claro que el efecto que esa película ha tenido en muchos de nosotros ha sido perjudicial porque ha eclipsado en cierta forma la colosal figura de quien es una de las figuras literarias esenciales del siglo XX. Desde luego mucho más de lo que muestra esa película y desde luego mucho mejor.

Frans Lasson, el prologuista de estas Cartas desde Dinamarca, hace el siguiente retrato magistral de la autora: En sus historias, el límite entre sueño y realidad era fugaz, y gracias a ello, todo lo que deseaba de la realidad podía cumplirse en los libros, aunque casi nada de lo que más ardientemente deseaba se hacía realidad, como ella habría querido, al ponerlo a prueba en el día a día, entre las personas de carne y hueso. Con una expresión tomada de Cuentos de invierno, era uno de aquellos soñadores cuyos sueños se cumplían. Eso sí, sobre el papel en el que estaban escritos sus relatos. Sus lectores disfrutaban con ellos. Ella se quedaba muchas veces con las manos vacías porque no podía dejar de pedir lo imposible a la realidad. Era una persona vehemente y además, durante un tiempo, había vivido una verdadera vida como mujer. El eco de la fugaz felicidad que nunca pudo olvidar le servía para escribir sus obras. Estas fueron su refugio y su justificación como ser humano, pues en ellas el calor y el frío podían mezclarse igual que en su propia naturaleza, y ella lo sabía perfectamente. Las ansias sin respuesta y las esperanzas desbocadas de las historias que contaba brotaban ciertamente de su interior, pero no lloraban sobre su propio corazón. Sus catástrofes eran fatales, pero no reclamaban su sangre. Allí tenía por fin las manos libres para crear un mundo que fuera total y absolutamente obra suya, y sobre el que pudiera reinar como soberana, sin miedo a las derrotas que padecía con tanta frecuencia cuando no intentaba solamente parecer un ser humano, sino vivir como un ser humano. Aunque la cita es un poco larga he querido mantenerla en su integridad porque muestra muy claramente quien es la Karen Blixen que nos dibuja esta correspondencia, ese prodigio de vitalidad pese a la batalla incesante que se vio obligada a entablar con la enfermedad o, para ser más exacto, con el tratamiento porque a día de hoy se puede asegurar que fue éste, y no la propia enfermedad, quien le causó tantos y tan graves sufrimientos. Esta es la historia de una mujer de una arrolladora fuerza vital y creativa en contraste con su fragilidad física, de una persona poliédrica muchas de cuyas facetas se muestran en estas Cartas desde Dinamarca, cartas, momento es de decirlo, escritas con una elegancia y una exigencia estilística propias más de una obra de creación que del género epistolar.

Quizá es porque, con toda humildad, me siento servidora del pensamiento y la palabra, y eso me hace sentir la opresión a la libertad de palabra y de la libertad de pensamiento como el oscurecimiento total y definitivo.

Y si su forma de escribir aun siendo muy particular abruma por su elegancia, su precisión y, porqué no decirlo, su eficacia (hay cartas ante las que se hace imposible al lector imaginar a nadie negándole algo a la autora), su particular pensamiento no es menos personal. Convicciones prepolíticas, si se quiere decir así, y cabe suponer que polémicas y discutibles, pero no por ello menos brillantemente expresadas y defendidas. Su posición respecto a un monumento que se deseaba erigir en honor a los héroes daneses de la guerra ocupa muchas páginas de estas Cartas desde Dinamarca y debo decir que, independientemente de lo que se pueda coincidir o no con sus argumentos, leer hoy día una defensa tan elegante y brillante de una postura personal es, por desacostumbrado, una verdadera catarsis.

 Podría pensarse que los luchadores por la libertad han entrado en la historia para siempre, y que ya forman parte de la conciencia del pueblo, ─ como únicos mártires elegidos de una nación aletargada y corrupta, que ha podido limpiar su culpa con la sangre de esos jóvenes. Si en algún sentido es posible para la generación culpable levantarles un monumento, es con el dolor y el luto, ─ igual que hace la humanidad con el crucifijo. Pero no era esa la idea que guiaba la erección de este monumento.

Pero lo más apasionante de seguir a lo largo de estas cartas es su relación con su propio proceso creativo. Karen Blixen tenía un elevado concepto de la trascendencia de su arte lo que le llevaba a una autoexigencia creativa sólo equiparable a su exigencia respecto de todo el proceso editorial, desde la traducción a la comercialización, y créanme que es un verdadero placer leer las cartas en las que se ocupa de estos asuntos (y no es frecuente, en Libros y Literatura se pueden encontrar reseñas de otros libros epistolares de grandes escritores en las que el efecto es exactamente el contrario, me viene a la memoria el caso de Faulkner, con quien curiosamente Karen Blixen comparte un destinatario habitual, Robert K. Haas, de Random House). Pero a la vez, y esta es probablemente la cara más deliciosa de este libro, Karen Blixen reivindica hasta la saciedad su derecho a divertirse. De ahí sus abundantes pseudónimos (en ocasiones, al dictarle una carta a su secretaria tenía que preguntarle a la hora de firmar “¿y aquí como me llamo?”. Quería salvaguardar así la que consideraba su obra “mayor” evitando que la otra, la que escribía por diversión o necesidad, fuese asociada con el mismo autor que aquella.

Esto explica también la distancia que sentía hacia sus compatriotas entre quienes en varias ocasiones aseguraba sentirse como la única persona de la fiesta que se había tomado unas copas de champán. Era, que era extremadamente seria en lo que se refería a su obra, se sentía molesta porque en su país se empeñaran en buscar en todos sus actos y todos sus textos, que viene a ser lo mismo, una trascendencia y una solemnidad que ella sólo reconocía en una parte de su obra. La polémica sobre su obstinada negativa a reconocer la autoría de su obra Caminos de la venganza es, en cuanto a frecuencia, uno de los acontecimientos centrales de esta obra. Ella, como no podía ser de otra manera, lo expresa de forma inigualable: “¡ponedme flores en el pelo en vez de en mi ataúd!”

Hay otra cuestión en la que Karen Blixen incide recurrentemente en estas cartas desde Dinamarca, su apasionada defensa frente a quienes la acusaban de falta de compromiso social en su obra, que le resultaba especialmente doloroso e injusto.

Otras sombras recorren este libro de principio a fin, su amor por África y por Denys Finch Hatton, su sentido de la responsabilidad hacia Rungstedlund y la transmisión del patrimonio familiar y sobre todo de una herencia intelectual a quienes vivieran tras ella, la vehemencia de la autora y sus relaciones con amigos, admiradores, detractores y familiares, y todo ello construye un conjunto del que no se puede decir otra cosa que es apasionante de leer y que incita a hacer lo propio con toda la obra de la autora.

Y si ahora escribe, ─ y se lo deseo de todo corazón, ─ no escriba para persona
alguna, y tampoco para Herética, ni para ningún movimiento o combate
cultural. Sino escriba porque le debe una respuesta a los dioses

Andrés Barrero
andres@librosyliteratura.es

Título original: Karen Blixen i Danmark. Breve 1931-1962
Autora: Karen Blixen
Traducción, selección y edición: Enrique Bernárdez
Editorial: Nórdica
Páginas: 474
Fecha edición: noviembre 2012

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