Colegiala

Colegiala, de Osamu Dazai

colegialaLa debilidad. Esa pátina de podredumbre en la vida diaria. La miseria, el desconsuelo, el no sentirse a gusto en el propio cuerpo, y la melancolía del amor que no se puede recuperar. Un espejo en el que nos miramos sin llegar a reconocernos. Una vida, otra muerte, unos ojos que no llegan a mirar, a observar con la fuerza que debieran. Así es como a veces la vida nos da sus regalos. Los presentes que, en ocasiones, caen en forma de libro, en forma de relatos breves, de cuentos de adultos que acarician e incluso ahogan. Un brindis por la parte oscura, por la parte negra, por la parte nublada en el humor de los seres humanos. La debilidad, de nuevo. Un cuerpo delgado y sin carne, casi diríamos que de un fantasma, que posee los cinco sentidos pero que no usa ninguno con delicadeza. Cartas que se entregan y que no reciben respuesta, y que cuando se recibe no es lo que esperamos. Es, pues, Osamu Dazai el maestro del gremio, el visionario que controla los tiempos en los que nos pudrimos en esa ausencia de motivaciones, en ese mirarnos y no desearnos, en esa relación que se construye a base de decepciones. Un libro que invita a la nada, que invita a no odiarnos porque simplemente nos tratamos con resignación. Somos humanos, pero no perfectos. Somos relaciones, pero puede que no satisfactorias. Somos dos, quizá uno solo, puede que incluso tres, pero en este caso no hay colores, sólo el blanco y negro. Un cuadro que se resquebraja. Una imagen que aparece borrosa. Un mundo explorado hasta la saciedad.

No tiemblen al haber leído este primer párrafo. No me he vuelto loco, no he querido infundir en los espectadores al otro lado de la pantalla el desánimo, simplemente constatar una verdad. Que Osamu Dazai no sólo era un escritor perfecto, incisivo, certero, sino que además era un retratista de esa parte que no intentamos sacar bajo ninguna circunstancia del cajón de nuestros errores. Porque somos seres falibles, ya lo decía Albert Ellis, y en nuestros defectos, en nuestras equivocaciones, podremos encontrar la virtud del aprendizaje. Contemos entonces que Colegiala es esa mancha en el mantel que no se quita, que permanece a pesar de los lavados, a pesar de frotar y frotar. Estos relatos, incluso diría que estas novelas cortas por su intensidad y su buen hacer, convierten el mundo en un lugar inhóspito, pero también hospitalario; un mundo donde no vivir, pero también donde existir, donde refugiarse de las inclemencias del tiempo, de los segundos que pasan y que no se detienen, y a la vez una trinchera en la que batallar contra enemigos invisibles, contra nosotros mismos, nuestros propios fantasmas. Como esa niña que no se soporta a sí misma, como otra que odia a los escritores, como la mujer que se encuentra una mañana una pequeña protuberancia, y otra que se enamora de alguien que no conoce, que espera y espera, sin darse cuenta de lo absurdo que es esperar sin ser esperado.

Osamu Dazai representa en su obra como fue su vida. Una existencia que acabó mal, que acabó en muerte adelantada, en suicidio, en relaciones que hoy en día se denominarían tóxicas. Colegiala es sólo una expresión más de ese afán de encontrar en nosotros ese punto mortal, caduco, que se pierde y se destruye en un solo segundo y que no espera a los demás, ni siquiera a sí mismo. Porque en nuestro interior siempre vivimos con dos partes diferenciadas, un ying – yang demoníaco, y este autor lo ejemplificaba como nadie. Una muerte que no debió producirse, pero que nos dejó en la orfandad pura, y que nos llega ahora en forma de edición de lujo de Impedimenta, como siempre esta editorial, que nos trae joyas de la mano, que nos las deja en las palmas y que nosotros disfrutamos con la pasión de la lectura bien entendida, bien saboreada, como esos manjares con los que salivamos y disfrutamos mientras nos inundan la garganta. Es, entonces, este libro de relatos una oportunidad para acercarse a un autor que no dejará indiferente a nadie, que hará que comprobemos nuestras imperfecciones, que nos regalará una imagen de la cultura nipona como pocas veces fue presentada y que se convertirá, como ya lo hizo en su momento, en un pilar básico para entender que, en la vida, como en la muerte, todos somos iguales, todos tenemos algo que esconder, algo que odiar, porque no somos perfectos, ni siquiera imperfectos. Sólo somos humanos que se dedican a seguir al tiempo, mientras las agujas van declarando la muerte súbita de cada uno de nosotros.

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