De noche, bajo el puente de piedra, de Leo Perutz

De noche, bajo el puente de piedraCuando una amiga supo que me iba a leer este libro, me dijo que para ella había sido una de las lecturas más deliciosas de su vida. Usamos esa palabra normalmente para referirnos a comida, pero si miramos en el diccionario pone lo siguiente: delicioso/sa: muy agradable o ameno, placentero. Hay muchas cosas en la vida que nos resultan agradables, que nos causan placer, que resultan muy amenas y un libro, efectivamente, puede proporcionar todo eso. En ese momento me resultó algo chocante que usase el calificativo “delicioso” para referirse a un libro, pero estoy de acuerdo con ella en que algunas lecturas son auténticas delicias, pequeños bocados de placer, como un bombón, por ejemplo.

De noche, bajo el puente de piedra es una caja llena de exquisiteces. Es un compendio de relatos aparentemente inconexos pero que dan lugar a una novela. Te sumerge en la Praga de finales del siglo XVI y principios del XVII de la mano del emperador Rodolfo II, excéntrico, desconfiado, enamorado de las artes, católico fervoroso pero que subvencionó a cuanto alquimista y charlatán se tropezaba. O te lleva de recorrido por el barrio judío con las indicaciones del gran rabino, que no solo era un religioso, sino que ejercía de mago, vidente y místico. O te sorprende con la increíble historia de las riquezas del judío Mordejai Meisl, sus comienzos, su crecimiento y el destino de sus tesoros. No es una visión panorámica, sino una sucesión de versiones, en algunas avanzas, en otras retrocedes y vas aclarando muchas dudas que surgen durante las diferentes narraciones. Cuando acabas el libro, se resuelve el rompecabezas, se cierra el círculo.

Una lectura deliciosa, efectivamente, pura poesía en muchos pasajes:

“… Mi día son voces y sombras que me circundan. Paso por él como quien atraviesa la niebla, y no me encuentro a gusto en él, no es real, es mentira…”

Otras partes derrochan ironía, sentido del humor y guiños como:

“… No doy crédito a los comentarios de desconocidos. Un sordo escuchó que un mudo contaba que un ciego vio bailar a un cojo en una cuerda…”

Hay declaraciones de principios que creo que tienen mucho que ver con el carácter y pensamientos del autor:

“… Para mí, más importante que cualquier astro es la naturaleza y el carácter de los hombres, su genio y el raciocinio de su alma…”

Tengo el libro lleno de asteriscos y rayitas, cosa que no hago nunca, pero es que da para sacar frases o párrafos para llenar varias hojas. Sentimientos y pensamientos atemporales y extensibles a cualquiera.

De noche, bajo el puente de piedra se puede clasificar de varias maneras: es una novela histórica, pero contada desde lo cotidiano, desde lo pequeño. También es una novela romántica, porque hay una historia de amor preciosamente descrita y materializada en la relación de la flor del romero y la rosa roja. Tiene un punto de misterio e intriga. Podría clasificarse como realismo mágico por la naturalidad con la que nos mezcla lo real y lo fantástico. Lo irreal forma parte del día a día, como suele ocurrir en las leyendas o cuentos de tradición oral. El punto de humor e ironía típicos también en los cuentos antiguos, de esos con retranca y moraleja, podrían ponerla del lado de la comedia. Hay cuentos que se podrían llevar perfectamente al escenario de un teatro. O sea, que puede ser y es, un montón de cosas. He leído que el crítico Fiedrich Torberg definió las novelas de Leo Perutz como “el posible resultado de una unión ilícita de Franz Kafka con Agatha Christie” y me parece que es una acertada definición.

Leo Perutz tiene una biografía muy interesante, nació en Praga, pero su familia era austriaca y con antepasados sefardíes. Vivió en diferentes ciudades europeas y en Palestina durante la primera mitad del siglo XX y a parte de escribir cuentos, novelas fundamentalmente históricas e incluso teatro, su otra profesión eran las matemáticas. Me hubiera gustado conocerle y poder charlar con él durante unas horas. Estoy segura de que no dejaba indiferente a nadie.

No quiero acabar esta reseña sin mencionar el magnífico trabajo de traducción de Cristina García Ohlrich, porque no tiene que ser fácil tener entre manos una obra de arte de este calibre y saber transmitir toda esa magia.

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