El caballo negro

El caballo negro, de Borís Sávinkov

Borís Sávinkov era un terrorista encantador. El responsable de los asesinatos del ministro de interior Plehve y del Gran Duque Sergio Aleksándrovich fue descrito por quienes lo conocieron personalmente como “un ser extrañamente bello y tierno” (Anna Ajmátova), “el hombre más extraordinario que jamás haya conocido” (Somerset Maugham), o “nuestro amigo, el asesino” (Picasso, Apollinaire y compañía). ¿Qué les dabas, Borís?

Sávinkov, nacido en el seno de una familia más que acomodada, se vio bien pronto arrastrado por el espíritu de aquellos días y a los 20 años fue expulsado de la universidad por organizar algaradas estudiantiles. Se afilió a diversas organizaciones socialistas, hasta que fue arrestado y exiliado. Luego se dio cuenta de que eso del marxismo no le llenaba, y decidió probar con el terrorismo. Huyó del país y entró a formar parte del Partido Social-Revolucionario (es importante notar que, en ocasiones, las diversas facciones del socialismo sentían un odio mutuo igual o mayor que el que sentían por el zarismo). Fue condenado a muerte, consiguió escapar, participó en la I Guerra Mundial, volvió a Rusia, llegó a ser viceministro de guerra en el gobierno de Kerenski, y tuvo un final que ya os contaré más tarde. En fin, como veis, tuvo una vida un tanto ajetreada.

 El caso es que, un buen día, y como les pasó a tantos entusiastas de la revolución, Sávinkov, desencantado y decepcionado con el cariz que iba tomando la situación en Rusia, se convirtió en un feroz antirrevolucionario. Comenzó entonces una vida de permanente huida y exilio. En 1920, desde su exilio en Polonia, reclutó un ejército de voluntarios para luchar contra el ejército rojo, y ésta es la historia que nos cuenta esta apasionante, violenta y, parafraseando a Ajmátova, extrañamente lírica novela.

 El caballo negro está escrita en forma de diario, y nos muestra la crónica de tres fases diferentes de aquella lucha contrarrevolucionaria que llevó a cabo Sávinkov. Nos recuerda mucho a la gran obra de Isaak Babel, Caballería roja, obra que refleja como pocas la crueldad de aquella guerra civil, así como la confusión entre las diversas facciones envueltas en la lucha. El caballo negro nos sitúa en las filas del Ejército Verde, un bando hoy mucho menos conocido por el público general que el Ejército Rojo o el Blanco. A diferencia de éstos, el Ejército Verde carecía de organización y consistía, más bien, en manifestaciones espotáneas de campesinos que se rebelaban contra la colectivización y la requisación de tierras y grano por parte de los Rojos. No tenían una ideología política clara, y eran más que nada una expresión violenta del descontento social que reinaba en la época.

 En su lugar, hay el mismo salvajismo todopoderoso, triunfante, bestial y panruso que imperaba en tiempos del zar. ¿Y por esto se han derramado ríos de sangre?

 Hay personas que dedican su vida a echar abajo el sistema mediante la violencia. Sin embargo, siempre, de una forma u otra, el sistema se rehace, y a menudo con redoblada crueldad. Algunos, como Iósif Vissariónovich, se reintegran entonces en ese nuevo sistema, cuya brutalidad parece hecha a su medida. Otros, como Sávinkov, siguen en la lucha. Desde ese momento, la violencia deja de ser un medio y pasa a convertirse en un modo de vida. Esta siniestra mentalidad del eterno revolucionario, que pese a su carácter sanguinario tiene un innegable poso (apenas perceptible ya) idealista, está perfectamente reflejada en El caballo negro, cuyo narrador sabe que su guerra está perdida, y aun así:

 -¿Cuántas farolas hay en la plaza?
-No las he contado, mi coronel.
-Cuéntalas. Y cuelga a un hombre en cada una de ellas. ¿Entendido?
-Sí, mi coronel.

 Subyace en la obra un nihilismo que tiene tanto de Dostoievski y sus Demonios como del Anticristo nietzscheano:

 “No matarás”. ¿”No matarás” cuando maten a tu mujer? ¿”No matarás” cuando asesinen a tus hijos? “No matarás”. ¡Así se justifica la cobardía, se exalta la debilidad y de la impotencia se hace virtud!

 En su tercera parte, la lucha se ha trasladado de los campos a la ciudad, y de la rebelión campesina hemos pasado a un escenario de vidas clandestinas, espías, agentes, contraagentes, atentados con bombas y una vida cada vez más solitaria y en permanente huida. Savínkov sobrevivió a muchas trampas, ataques, arrestos y condenas a muerte, pero ni siquiera el terrorista más hábil es capaz de huir por siempre. Y menos aún de la KGB. La conocida Operación Trust, una operación de contrainteligencia mediante la cual se organizó un falso movimiento antibolchvique para atraer a los verdaderos, consiguió engañar a Sávinkov y llevarlo a Rusia, donde fue arrestado y condenado a muerte, pena que se le conmutó por una condena de diez años. Mientras estuvo encarcelado, escribió, entre otros relatos, “En prisión”, también incluido en este volumen. Se trata de un relato sobre un revolucionario de medio pelo que es descubierto y arrestado. En los interrogatorios, intenta mostrarse firme y digno. Pasan los días y… mejor que lo leáis.

Excelente relato, novela hermosa y espeluznante, e impagable introducción de Ferran Mateo y la traductora Marta Rebón.

En 1925 Borís Sávinkov se tiró al vacío a través de una ventana de la Lubyanka. Otros dicen que fue una mano amiga la que le ayudó a suicidarse. Y es que algunas cosas no cambian nunca.

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