El carterista, de Kazuo Koike y Goseki Kojima

El carteristaEn buena hora se me ocurrió meterme en el mundo manga, pues resulta que no es tal mundo, sino una galaxia, y lo que se presentaba como un viajecito a un género diferente lleva así camino de convertirse en un exilio definitivo. Parece que he caído en un agujero negro, el del manga, y nadie va a poder sacarme de allí. Y la verdad es que ECC, con la publicación de clásicos del género como este El carterista, no está precisamente colaborando para mi regreso a la tierra, a ese mundo en el que había otros libros, otras novelas, otras historias, y el manga no era más que una estrella lejana en el cielo.

Os escribo, pues, desde mi agujero negro, donde estoy en compañía de Ankuro, un joven, diestro y misterioso carterista que carga con el juramento que se hizo a raíz de una terrible tragedia que le acaeció siendo niño. Estamos en Edo, que por si, al igual que yo, no lo sabíais, era el nombre que tuvo hasta 1868 la megalópolis que hoy conocemos como Tokio. La historia que va a suceder transcurre a mediados del siglo XIX, en una sociedad que estaba constituida por cuatro grandes clases: los samurái, los campesinos, los artesanos y los mercaderes… Un momento, ¿he dicho cuatro? Me temo que he olvidado un grupo social de extraordinaria relevancia para esta historia: los carteristas.

El carterista se abre con una gran escena, en la que un iracundo samurái acusa a una bella mujer de haberle robado la cartera. La mujer niega las acusaciones y reta al samurái: si ella demuestra su inocencia, él se postrará en el suelo para disculparse. Lo que sucede a continuación puede sugerir que nos vamos a encontrar con una típica historia de golfo encuentra a golfa, que tan bien nos ha contado el cine con películas como Los timadores. Sin embargo, no van por ahí los tiros, y la novela empieza a sorprendernos por sus inesperados giros, por el retrato que hace de la vida y costumbres sexuales de los edoítas, por su brutal violencia, por el exquisito modo en que se organizaba el mundo del hampa, y, sobre todo, por el retrato psicológico del protagonista principal.

Ankuro, al que todos llaman An, se revela bien pronto como un personaje carismático y oscuro, capaz de hacer enloquecer a las mujeres y de salir bien parado, gracias a sus argucias, de las crueles y refinadas trampas que le tienden los jefes de la banda de carteristas de turno. A An le gusta jugar. Confiado en su destreza e inteligencia, renuncia a las victorias fáciles y da a su contrincante la oportunidad de vencerle, como un cowboy que acepta enfrentarse con un revólver y un solo cartucho a un forajido con dos cargadores llenos. La comparación con los cowboys no es baladí, pues esta gran novela puede recordar al lector al legendario western Centauros del desierto. Al igual que John Wayne, An es un hombre sediento de justicia y con una misión, y nada, ni el amor de una mujer, ni una banda de carteristas, ni una colección de consoladores (sí, como lo oís) de todas las formas y colores lo va a desviar de su camino…

…¿o quizá sí? Para averiguarlo habrá que esperar al segundo volumen de este gran manga de violencia, sexo, venganza y algún que otro samurái.

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