El elogio de la sombra

El elogio de la sombra, de Junichiro Tanizaki

el-elogio-de-la-sombraEl elogio de la sombra es una de esas obras que ennoblecen una biblioteca personal, especialmente si se trata de una edición tan cuidada y con una calidad poco común hasta en el último de los detalles. Conseguir hacer disfrutar a un lector tan lejano en el tiempo y en el espacio es probablemente una de las definiciones del talento más certeras y pertinentes que se me ocurren, sobre todo no lo logra con una historia de amor intemporal, un ensayo histórico de gran vigencia o un poema de una hermosura inigualable, sino con una serie de reflexiones acerca de la vigencia de las costumbres del Japón tradicional con el hilo conductor de la iluminación tenue de las velas tamizada por los paneles de papel, una conversación con la belleza y el buen gusto tal y como Junichiro Tanizaki los entiende.

Me cuesta mucho decir que puede haber algo más trascendente en este precioso libro que la prosa elegante de Tanizaki, que es un verdadero espectáculo, pero el verdadero corazón de esta obra es el argumentario del autor en favor de las tradiciones y sus reflexiones acerca de las imposiciones del progreso y la modernidad. El elogio de la sombra no es una diatriba contra el progreso y la tecnología, sino una acto de rebelión frente al sacrificio de la belleza y la tradición en su nombre. Se pregunta Tanizaki cómo serían los avances tecnológicos si se hubieran diseñado en Japón y desde su tradición y su cultura. Y dirán ustedes que los avances tecnológicos efectivamente vienen de oriente, pero no es un libro escrito hoy sino en una época que al Japón actual sospecho que le es tan ajena como en aquel momento podría serlo Estados Unidos.

La mayor prueba de la validez y el peso intelectual de la argumentación de Tanizaki es que sus argumentos seguramente serían exportables a cualquier tradición, no la expresión concreta de sus ideas respecto a la luz, la decoración o los ambientes, sino a la construcción de la vida desde su propia tradición y su cultura, sin el utilitarismo ni la devoción consumista que hoy parece el motor de tantas cosas.

Si quieren una muestra de hasta qué punto es brillante El elogio de la sombra, les diré que una de las argumentaciones iniciales no es sobre el cerezo en flor, la caligrafía o los haikus, sino sobre el retrete. Y desplegar un discurso con la elegancia con la que lo hace Tanizaki hasta el punto de poner a un lector español del siglo XXI a reflexionar sobre el retrete, sus usos y costumbres y no sólo encontrarlo interesante sino hasta emocionante es probablemente la más apabullante prueba de la importancia y la influencia de esta pequeña obra que es de referencia indiscutible en su país de origen.

Dice el epílogo que es una obra intelectual con una propina gastronómica, porque en un momento dado Tanizaki escribe una receta. Dicen los editores que probablemente esta aparentemente extemporánea licencia obedeciera a la voluntad de cercanía del autor, quien no quiso que El elogio de la sombra fuera un manifiesto intelectual alejado del pueblo que le daba sentido. Nada que objetar, no me atrevería a hacerlo, sin embargo me gusta fantasear con otra idea, más sencilla, que simplemente no se pudo resistir a hacerlo. Y me gusta creerlo por la sencilla razón de que yo tampoco puedo:

Cuando el agua en que se cuece el arroz empieza a hervir, se le añade sake a razón de una parte de sake por cada diez de arroz. Cocido este, hay que dejar que se enfríe completamente. Luego, se aplica sal en las manos y se van haciendo las porciones de arroz, comprimiéndolas bien. Para hacer esta operación las manos no deben tener ni rastro de humedad. El secreto reside en que, al apretar, el arroz contacte solo con la sal. Aparte, se corta en finas lonchas el salmón, que previamente se ha limpiado y puesto en salmuera de baja concentración, y se van colocando las lonchas sobre las porciones de arroz, cada una de las cuales se envuelven en una hoja de caqui vuelta del revés. Previamente se habrá absorbido con un trapo limpio la humedad del salmón y las hojas de caqui. Una vez hecho todo lo anterior, se toma un recipiente para arroz o para sushi y, tras secarlo escrupulosamente por dentro, se van colocando los paquetitos de pie, sin dejar huecos entre ellos. Se coloca una tapa del tamaño adecuado para que presione el contenido del recipiente y sobre ella una piedra de las que se usan como peso para hacer los encurtidos. El kakinohazushi preparado por la tarde puede comerse a la mañana siguiente.

Además de por mi afición a la gastronomía, he querido citar precisamente este pasaje porque sospecho que del Japón que Tanizaki evoca en El elogio de la sombra poco queda en la actualidad más que probablemente la gastronomía. Para alguien tan enamorado de la penumbra, del desgaste por el uso, del noble añejamiento, ver su país convertido en el paraíso del neón y la tecnología de consumo, algo en su momento incipiente y de lo que habla en la obra, debe ser tan amargo que resulta imposible leer esta magnífica obra sin un resto de tristeza.

Andrés Barrero
@abarreror
contacto@andresbarrero.es

 

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