El fiel Ruslán

El fiel Ruslán, de Gueorgui Vladímov

Ruslán trabaja como guardián en un campo de prisioneros en el gulag estalinista. Es un trabajador ejemplar, eficiente como ninguno y fiel a sus superiores hasta la muerte. Ruslán es un perro.

Un buen día, el campo amanece más tranquilo que de costumbre. De hecho, para su espanto, Ruslán observa que las puertas principales del campo están abiertas de par en par. ¿Qué ha ocurrido? Eso quiere decir que los prisioneros no están durmiendo, sino que ¡se han ido! ¿Qué ocurre? Y su amo, metralleta al cinto, ¿a dónde lo lleva?

¿Cómo le explicas a un perro, por inteligente que sea, que Stalin ha muerto, que todos los presos han sido liberados, y que nadie necesita ya de sus servicios?

 Gueorgui Vladímov, escritor poco prolífico y, durante unos años, redactor de la revista literaria Novyi Mir, escribió a mediados de los años 60 un relato titulado “Los perros”. El Padrecito de los Pueblos había muerto, pero la represión y la censura seguían siendo la norma en la URSS, como observa muy bien Ruslán:

 De repente se le ocurrió que los perros a veces cambiaban de amos. (…) Por encima de todo, estaba el Servicio. Los amos iban y venían, pero el Servicio perduraría mientras existiera ese mundo cercado por dos hileras de alambre de espino y torres de vigilancia…

 Vladímov no pudo publicar el relato, que circuló sin embargo de manera clandestina. Siguió reescribiendo ese relato hasta convertirlo en una novela que por fin, en 1978, se publicó en Alemania. Expulsado por razones políticas de la Unión de Escritores Soviéticos, y con la amenaza de un proceso judicial, en 1983 Vladímov se exilió a Alemania, donde vivió hasta el final de sus días, en 2003.

 Salta a la vista que El fiel Ruslán encierra una deprimente y brutal metáfora de la vida bajo el Stalinismo, en la cual el país entero es un campo de prisioneros. En él los perros son plenamente conscientes de que el día que dejen de ser útiles serán liquidados, y aun así obedecen ciegamente a su amo y morirán de hambre antes que comer de otra mano. Su destino, pues, no es muy diferente del de los presos, sus inferiores en la jerarquía social del campo.

 No obstante, en El fiel Ruslán Vladímov no se limita a comparar el campo de prisioneros con la URSS, y ahonda de manera magistral y perturbadora en las miserias del ser humano. Fijaos en este maravilloso párrafo:

 Ruslán era un perro del todo normal, hijo legítimo de ese perro primitivo al que el miedo a ls tinieblas y el odio a la luna habían empujado al fuego que ardía ante la caverna del hombre, obligándolo a sustituir la libertad por la fidelidad.

 El mundo parece saltar por los aires el día en que los campos pierden su función y los presos son liberados. Pero Ruslán es incapaz de aceptar que la causa que da sentido a su vida, el Servicio, pueda haber dejado de existir. Cuando, años más tarde, cayó la URSS, decenas de dirigentes soviéticos, incapaces de aceptar aquel cataclismo, pusieron fin a sus vidas. No así Ruslán, cuya fidelidad radica bien en su ceguera, bien en su valor. Nuestro héroe sigue adelante, convencido de que esta situación es transitoria, un día sus servicios volverán a ser imprescindibles, y su cruel e implacable amo volverá a llevarlo a su lado. Por ello, día tras día, va a la estación de trenes a esperar en vano el próximo cargamento de presos. Pero entonces… ¡horror! Camino de la estación, Ruslán ve a su antiguo amo hablando con… No hay ninguna duda:

 La ropa de Harapiento podía descomponerse de lo gastada que estaba y podía reemplazarla por otra, pero la piel no podría cambiarla y seguiría encerrado en sus poros, hasta que no se descompusiera esta a su vez, ese olor imperecedero, irremplazable: el olor de ropa lavada y recalentada para despiojarla, impregnada cien veces en el abundante sudor de la debilidad, el olor a enfermedad, (…) olor a miedo, a melancolía y de nuevo a esperanza, olor a sollozos sordos sofocados en el colchón y enmascarados en accesos de tos.

 En efecto. Ese despojo humano, ese ser miserable nacido para ser apaleado, para huir como una rata, para ser atrapado como una alimaña y morir despedazado por los perros, era un antiguo prisionero. ¡Y está en un bar, hablando tranquilamente con el Amo!

 Y todo esto no es más que el principio. Con la relación entre el Amo y Harapiento de trasfondo, en las páginas siguientes, mientras nos adentramos en el mundo de los antiguos colegas de Ruslán, ninguno de ellos tan fiel como él, Vladímov nos absorbe con esta fascinante y brutal reflexión sobre la naturaleza canina, quiero decir humana, y nos conduce a un final de perros.

 

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