El ladrón

El ladrón, de Fuminori Nakamura

ladronEl ladrón es un curioso libro. Lo llamaría “novela existencial”, entendiendo el segundo término en su sentido más amplio: una novela que puede ser thriller; puede ser de acción; puede considerarse, a ratos, costumbrista… pero que, al mismo tiempo y por encima de todo ello, trata sobre el sentido de la vida humana. Así, a lo bestia y sin paliativos. Pero que no se acobarde nadie: El ladrón es una lectura entretenidísima, porque desde el momento de su arranque, con una secuencia en la que el protagonista narra desapasionadamente cómo afana unas cuantas carteras en medio de una muchedumbre en Tokio, nos comprometemos con ese protagonista y queremos saber más. Lo seguiremos en su recorrido vital y nos embarcaremos en un vis-a-vis con el destino en el que nos lo jugaremos todo por él y con él, porque desde el primer momento, sin ningún esfuerzo, nos hemos identificado con él. El ladrón es, pues, una novela existencial… y apasionante.

Pero vayamos por partes. El ladrón que da título a la novela es un protagonista sobre el cual lo ignoraremos casi todo (significativamente, su nombre sólo es mencionado una vez en todo el libro) pero sobre el cual no necesitamos saber nada más que lo que él nos dice sobre sí mismo. No es mucho, pero no nos importa. Lo que nos dice y lo que le pasa ya es suficiente: es una persona de verdad, no un mero personaje inventado por alguien.

Una de las pocas confidencias sobre sí mismo que el ladrón comparte con nosotros es una imagen -o ensoñación, o representación de un deseo, o… ustedes mismos decidirán cómo prefieren llamarlo, una vez que se encuentren con él- que lo persigue obsesivamente desde niño o, mejor dicho, a la que él persigue obsesivamente. Nunca sabremos qué significa realmente, pero lo podemos intuir, de la misma manera en que intuimos el significado latente de nuestro recién terminado sueño.

Tal naturaleza existencial de El ladrón continúa con las andanzas del protagonista. Toda la novela destila un tono profundo, grave, de mapa de símbolos. Intuimos que el autor, Fuminori Nakamura, nos está diciendo algo de mayor calado, algo mucho más importante que las desventuras de su protagonista. Algo que tiene que ver con nosotros, con nuestras creencias sobre la vida, sobre nuestra vida. Algo que nos invita a preguntarnos qué pensamos realmente de esta experiencia llamada vida, qué creencias nos mueven. ¿Para qué estamos aquí y por qué actuamos como lo hacemos? ¿Qué suscita nuestros sentimientos más irracionales sobre los demás? ¿Qué se oculta bajo una aparente emoción  de amor, de empatía, de compasión? O, a la inversa, ¿qué es la maldad y por qué se produce? ¿Puede ser que las acciones malvadas conduzcan sólo a la satisfacción de un placer, el placer de hacer el mal?

Parece mucho sobre lo que pensar, y quizá lo sea, pero El ladrón nos hace pensar -o, como digo, nos invita a ello- sin que apenas nos demos cuenta, porque las invitaciones se deslizan entre lance y lance. Tan fascinantes como las propias reflexiones que Fuminori Nakamura pone en boca de sus personajes son las escenas protagonizadas por nuestro amigo el ladrón. Es un carterista, un don nadie del que no importa el nombre; no le importa ni a él mismo. Se relaciona con otros de similar condición. Parece como si siempre hubiera sido así. Es impresionante cómo describe su trabajo de malhechor de poca monta: descripciones casi técnicas de cómo hurtar una cartera, qué nos podemos encontrar en ella, cómo elegir a las víctimas, cómo parecen ser éstas. Adónde ir y adónde no cuando se es carterista en ejercicio, cómo vestir, qué trucos utilizar. Casi con la misma aparente frialdad -aunque nuestro ladrón no puede ocultar del todo un buen corazón, a pesar de la dureza de su vida- nos va contando sus relaciones con otras personas, cómo las trata, qué ve en ellas, cómo se implica con ellas o cómo se desentiende, y por qué. Son sus actos y sus descripciones aparentemente no subjetivas las que más nos cuentan sobre el alma del ladrón y las que van trazando el fondo turbio, melancólico y desesperanzado sobre el que se narra la historia; así, su mirada se detiene -varias veces- en algo de aspecto “podrido“; en las “extrañas arrugas“ de varios personajes; en la ropa y en los cuerpos “sucios“ de otros.

Es un retrato tan breve como fascinante, en el cual no nos resulta nada difícil ir llenando los espacios en blanco. Quizá en esa posibilidad radique su magnetismo.

El otro gran personaje de El ladrón es un adversario antológico. Al igual que el ladrón, este adversario está poco menos que bosquejado. Se nos muestra como un dechado de maldad, el mal casi en estado puro. Un mal escalofriantemente lógico. Este personaje puede representar para nosotros el mal supremo, el demonio; pero también puede recordarnos a un dios. Un dios oscuro, perfectamente metódico y comprensible en sus motivaciones; un dios cuya sola idea resulta perturbadora. Y si el malo es un dios (o el dios de los demonios), nuestro ladrón bien puede ser un ángel; caído, quizás, pero capaz de redimirse por su buen fondo.

En fin. El ladrón da pie a muchas interpretaciones. Y luego está el desenlace, que quizá nos deja pidiendo más, en un primer momento, para a continuación darnos cuenta de que es un final estupendo y coherente.

La traducción de El ladrón, directamente del japonés, ha corrido a cargo de Raquel Muñoz Caridad. Y lo ha hecho muy bien, a juzgar por la frescura, la naturalidad y la verosimilitud con la que fluye el lenguaje. Tan sólo un pero: algunas faltas aquí y allá, como un “porqué” en lugar de “por qué”,(“Tú no tienes porqué mezclarte con…“, página 159) o ese posesivo mal utilizado en “… tendría que pasar por delante mía“ (en lugar de “delante de mí“; página 161). Faltas fácilmente subsanables en futuras ediciones -que espero que vengan- y que no quitan mérito a un buen trabajo tanto de la traductora como de la editorial Quaterni.

2 comentarios en «El ladrón»

  1. No me llamaba la atención el libro, pero después de leerte me han entrado unas ganas locas de hacerme con él, aunque no sé si tantas preguntas que provoca la lectura acabarán por marearme 😀

    Me lo apunto. Gracias por la reseña yun saludo.

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  2. Pues me alegro muchísimo de haberte proporcionado una sugerencia de lectura, Ana. Espero que este libro te guste tanto como a mí. Es simplemente diferente de la mayoría.

    Gracias por tu comentario y feliz lectura 🙂

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