El pan a secas

El pan a secas, de Mohamed Chukri

El pan a secas“Sigo esperando la liberación de la literatura considerada como indecible, directa, sin rodeos, literatura que no se puede rumiar o tragar”

Mohamed Chukri

Cuando el escritor marroquí Mohamed Chukri aprendió a leer y a escribir ya conocía el significado de muchas de las palabras que utilizaría después en sus textos. También sus diferentes matices. Tenía entonces veinte años y había malvivido nueve de ellos solo entre las calles de Tánger y Tetuán.

El pan a secas, título que sustituye a aquel otro El pan desnudo por sugerencia de Juan Goytisolo, fue la primera de sus tres novelas autobiográficas, que completan Tiempo de errores y Rostros, amores, maldiciones. En ella Chukri narra precisamente sus primeros veinte años de existencia. Una vida marcada por la violencia, la miseria y el sexo.

Su historia es, además y esencialmente, la historia sobre el hambre, en la más voraz de sus versiones. El hambre como esa bestia que lo ocupa y lo engulle todo. Y no solo, aunque además, el estómago. El protagonista de este relato, profundamente marcado por las carencias afectivas, el maltrato de su padre, y la ausencia de sus derechos más básicos, lo devora absolutamente todo. También cuando se trata de otros cuerpos. O de otras sustancias.

Traducida por primera vez al inglés en 1973 por el también escritor Paul Bowles, al que el mismo Chukri se la tradujo al español, idioma que ambos compartían, y de ahí al resto de lenguas, la editorial Cabaret Voltaire tuvo el acierto de rescatarla hace algunos años, traducida al castellano en esta ocasión por Rajae Boumediane El Metni, en una edición revisada, todo un lujo, por su propio autor.

El estilo de Mohamed Chukri en El pan a secas es directo y sencillo, sin florituras ni recursos literarios que adornen en exceso sus textos. El escritor marroquí, que tuvo el acierto – de nuevo el hambre, otro tipo de hambre– de aprender a leer y a escribir, se limita a narrar sin contemplaciones, con cierto descaro y desapego, además de una brutal honestidad, su propia experiencia en las calles. Su lenguaje, como su vida, es el lenguaje de la miseria. Escueto y desnudo, es difícil mirarlo directamente a los ojos.

Y, sin embargo, es precisamente lo que esta novela consigue. Que la realidad, una realidad no adulterada, sucia y fea que, en sus propias palabras, no se puede “rumiar o tragar”, atraviese por completo el papel. La pregunta que queda entonces es fácil. ¿Cuánto tiempo puede alguien seguir apartando la mirada?

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