El rayo dormido

El rayo dormido, de Carmen Amoraga

El rayo dormido

El tiempo puede ser como un incendio: cuando creías que todo estaba solucionado, vuelven las llamas, el humo que lo envuelve todo. Así son los incendios creados por los rayos, chispas durmientes que esperan el momento adecuado para surgir, para abalanzarse contra nosotros. Como el tiempo, con sus años, sus meses y esas horas, llenas de segundos que contar, que nos devuelve a un pasado que creíamos haber olvidado desde hacía mucho, qué casualidad, tiempo. Así es “El rayo dormido”, esta pequeña historia de vidas entreveradas, de vidas enlazadas por hilos finos, tan finos que casi sin imperceptibles, y por secretos que son como los rayos que caen en un bosque, esperando, acechando, descansando, para arrasarlo todo a su paso sin dejarnos elecciones que tomar. Simplemente avanzar mientras nuestros ojos se llenan de ceniza.

Cuatro vidas. Un reportaje sobre las injusticias, la guerra, las pocas oportunidades y la grandeza. Un perdón que no llegó a tiempo y palabras que se quedaron estancadas en la garganta, deseando salir, sin conseguirlo. Y recuerdos, infinidad de recuerdos que, abiertos como la caja de Pandora que todos guardamos dentro, explotan, llenan un cuadro que había permanecido torcido demasiado tiempo.

Todos descansamos. Dejamos dormidos nuestros secretos durante unas horas y nos imaginamos dejándolos pegados, enraizados en las sábanas que nos protegen de la oscuridad. Pero Carmen Amoraga nos enseña en esta novela que los secretos, al llegar el día, vuelven a aparecer, más fuertes, con más ganas de pelear contra nosotros mismos. Y es que “El rayo dormido” es como una pequeña bomba de relojería. Cuentas los capítulos, las palabras que te quedan para ir llegando al final de esta historia, para conocer cuáles fueron esos secretos que llevaron a los protagonistas a callar, a desaparecer, a mantenerse en el anonimato de su propia vida. Pero también es una historia sobre el perdón que no nos regalamos, que nos decimos frente al espejo, pero no frente a la vida, frente a esos personajes que pueblan nuestro día a día, agachando la cabeza ante la verdad, ante nuestros miedos. Este libro, “El rayo dormido”, es un grito sobre las segundas oportunidades, sobre las vueltas que da la vida para que nos demos de bruces con aquello que creíamos olvidado en un pequeño cajón que nunca abrimos. Y, por último, es un retrato de cómo la guerra y el mundo de hoy, con todas sus diferencias, tienen mucho que ver, regalándonos momentos descarnados, dejándose los protagonistas la piel para que su voz se escuche y, por arte del tiempo y de la voluntad propia, puedan respirar tranquilos.

Recordé al leer “El rayo dormido” una pieza de Philip Glass titulada “Morning Passages”. Al principio unas leves notas de piano nos enseñan la historia, como en esta novela, haciéndonos pasar de puntillas por sus personajes, presentando las cartas con las que jugamos. Después, un violín acompaña a la melodía, haciéndonos recuperar, junto a Carmen Amoraga, el pasado que los personajes compartieron en un tiempo más o menos lejano. Y al final, el violín y el piano se funden en una pieza completa, llena de energía, que nos traslada, al igual que “El rayo dormido” a aquellos lugares que ninguno de los protagonistas se había atrevido a visitar desde que el primero de los rayos de la tormenta cayó, dejando su estela, para envolverlo después todo nuevos incendios que pueden quemarles por dentro.

Y es que, cuando todos llevamos una bomba a punto de estallar, ¿seremos capaces de evitar que la detonación nos elimine del mapa? ¿O lucharemos por seguir adelante?

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