En casa

En casa, de Marilynne Robinson

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Es esta novela un extraordinario ensayo sobre la familia, un catálogo de las múltiples formas que tienen de hacerse daño personas que se aman, un compendio del dolor que se puede causar y soportar no pese a amarse, sino precisamente por amarse. Todo un estudio sobre el paraíso invivible que es a veces la familia, el lugar del que huir y el lugar al que volver, el único sitio al que acudir cuando no hay otro en el mundo, aun sabiendo que es el único sitio del mundo al que no se debe ir. El conjunto de esta novela con Gilead, la anterior de su autora de la que espero sinceramente que sea una serie de ellas, más que buena es extraordinaria y más que recomendable es imprescindible.

Y todo ello teniendo en cuenta que se ambienta en un mundo que, a ojos europeos, resulta completamente ajeno, el seno de una comunidad religiosa de la América profunda, y con una narración trufada de reflexiones sobre la naturaleza humana, la familia y otras de índole teológico que son verdaderamente interesantes, incluso desde la lejanía, todo ello gracias a la excepcional elegancia de la autora que, por encima de los sucesos concretos de la trama, construye una historia de buena gente que ayudándose mutuamente y perdonándose consiguen hacerse perfectamente desgraciados, pero jamás pierden la esperanza.

Mi primera impresión me recordó una película que se llamaba El río de la vida que recuerdo con cariño muy especialmente por unas escenas de pesca con mosca estéticamente bellísimas, y que también giraba en torno a la relación de la familia de un ministro de una iglesia y sus hijo (a la “oveja negra” la interpretaba Brad Pitt). En este caso se retrata, con infinita mayor profundidad, a la familia feliz y en términos generales bien avenida de un anciano pastor presbiteriano moribundo y del regreso a casa de un hijo, Jack Boughton, uno de los mayores hallazgos literarios de la década, al que hacía más de veinte años que no veía. Semejante punto de partida tiene suficiente fuerza dramática como para que no se asista a la lectura con distancia, duele ponerse en el lugar de ese padre, pero lo cierto es que duele ponerse en el lugar de cualquiera de los personajes. Poco a poco se va mostrando una historia en la que no hay dramas que no pueda uno haber vivido o conocido en su propia familia o la de sus allegados, pero que contiene una fuerza dramática incontenible, ni más ni menos que la que tiene la vida. Tenía razón Tolstoi cuando dijo que todas las familias felices se parecen pero las desgraciadas lo son cada una a su manera. Marilynne Robinson consigue convertirnos en testigos del dolor (y de la felicidad) de esta familia desgraciada a su manera y de este pueblo de forma que, pese a la distancia, nos pareciera vivir los de nuestra propia familia. La narración fluye elegantemente sin perder nunca el tono amable y cortés que caracteriza igualmente a unos personajes que tienen a gala su urbanidad y su educación, y tal vez por eso, por la ausencia de estridencias innecesarias y de trucos efectistas, la novela es hasta tal punto entrañable y efectiva.

Uno no quisiera dejar de leer sobre estos personajes, pero digo mal, uno quisiera conversar con estos personajes, no sólo por saber lo que sucede con la vida que, aunque dentro, hay más allá de los límites de celulosa de esta novela, sino muy especialmente por hablar con ellos, por consolarles y compartir con ellos su experiencia. Sería peligroso, su atractivo nace del dolor y uno lo sabe, pero aun así desearía saltar el burladero de papel que le mantiene a salvo e implicarse con unos personajes que hasta tal punto se le han hecho familiares.
Y hay más, hay mucho más, pero no tengo la intención de desvelarlo y además creo que nada de lo que pueda decir podrá mejorar la experiencia de leer esta novela, de volver a Gilead de la mano de Jack Boughton para encontrarse con su hermana menor y su padre moribundo, de acompañarle en su búsqueda de sí mismo que no puede tener buen fin porque lo que busca en realidad es un perdón que tiene concedido de antemano por todos menos por él mismo. La lectura de esta novela me ha empujado a la lectura de la anterior y a la impaciencia por la siguiente, si es que la autora continúa, como espero, desgranando la vida de estos personajes que por ahora parecen inagotables. Con lo que tiene de bueno y de malo, esta novela consigue que el lector se sienta en casa en un mundo completamente ajeno, protegido como sólo se está en el hogar y vulnerable como sólo se está rodeado de los seres queridos, y ninguna de las dos cosas son algo a lo que se pueda renunciar fácilmente. No hay que coincidir con ella, no hay que saber diferenciar, yo no tengo la menor idea, a un presbiteriano de un congregacionalista (otro personaje muy importante, el reverendo John Ames lo es), no hay que tener grandes conocimientos teológicos, pero es imprescindible mantener intacta la capacidad para emocionarse, para sentir empatía y congoja, para disfrutar sufriendo. Es una novela inolvidable que se lea donde se lea y como se lea, siempre se leerá en babuchas y en mesa camilla con brasero y yo, que no acostumbro a ser comedido en el elogio cuando algo me emociona realmente, me encuentro con que no se me ocurre qué decir que exprese realmente hasta qué punto me ha resultado emocionante su lectura y le encomiendo a unas babuchas la tarea de transmitir el calor hogareño que reconforta aun cuando quema que proporciona la lectura de esta gran obra. Y pienso que después de todo, esta incapacidad mía tal vez haya sido el mayor acierto de esta reseña, porque tal vez éstas, las babuchas, el dolor y el amor en zapatillas de andar por casa, sean verdaderamente el alma de esta novela.Una última cosa sobre la edición: han tenido sus responsables el detalle entrañable y de buen gusto de convertirla en homenaje a uno de los traductores, recientemente fallecido, y eso es algo que no se puede dejar de destacar.

 

Andrés Barrero
andresbarrero@vodafone.es

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