Entre culebras y extraños

Entre culebras y extraños, de Celso Castro
Entre culebras y extraños

entre culebras y extraños, así, en minúsculas, como escribe Celso Castro, empieza por un punto y aparte casi final. La muerte del padre de su protagonista. Y a partir de ese momento, todo lo demás. El duelo o este relato, en primera persona, de un adolescente algo psicosomático, enfermizo, extremadamente inteligente y sensible, para el que su figura paterna pesará más por lo negativo y por su ausencia que por todo lo demás.

Una historia de crecimiento que roza con lo poético, con razón viene su autor de la poesía, y se escribe con nombres propios. El de Schopenhauer, Nietzsche y Kierkegaard. Pero también con uno anónimo. El de su protagonista. Ese extraño del que ignoramos hasta el nombre, que nos habla a nosotros, sus desconocidos lectores, de esos otros extraños que son su familia.

Y es que entre secretos y medias, incluso enteras, verdades, encierra el texto de Celso Castro, ahora sí con mayúsculas, una reflexión última sobre la fraternidad, el amor y los lazos, sanguíneos o no, que constituyen nuestras relaciones. Y lo hace de esa manera en que se teje la vida. Sin inicios ni finales. Solo con un discurso ininterrumpido que fluye en la voz narrativa de su personaje principal. De él da la sensación a veces de que se queda sin aliento. Como si le golpeara una enorme necesidad de expresarse. O las palabras fueran sus entrañas que no dan tregua, ni si quiera, para tomar un poco de aire. 

A partir, por tanto, de esta voz algo especial que trata de explicarse y de encontrar respuestas a través de la filosofía, el escritor gallego –al que tal vez conozcáis por sus anteriores trabajos, entre los que se incluyen los más recientes “El afinador de habitaciones” y “Astillas“–, consigue indagar en la figura del yo, ensimismado como está en su propio dolor y en ese perpetuo conflicto que lo acapara todo, incapaz de reconocer al otro y su pesar.

La suerte es que allí, aún con todo, no estará solo. Ni su sobreprotectora madre ni su universitaria hermana Vera, incapaz de reponerse por completo al duelo, le soltarán del todo de la mano nunca. Tampoco lo hará Sofía, que es el amor. La luz, que de tan intensa, a veces ciega.

El resto es esta breve pero profunda novela de honda belleza que en ocasiones emociona. Un conmovedor relato, con tintes filosóficos y mucho lirismo, sobre esos momentos decisivos que marcarán la vida de sus personajes de manera irreversible. Después ocurre lo que tiene que ocurrir. Porque así, casi sin verlo venir, Entre culebras y extraños, llega a su última página. Y termina exactamente igual que como empieza. Sin un punto final.

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