Jernigan

Jernigan, de David Gates

David Gates - Jernigan


La confesión ácida, irreverente, divertida y descarada de un individuo empeñado en sacar lo peor de sí mismo.


Jernigan se ha ganado la fama de ser una de las novelas más divertidas y descaradas de los últimos tiempos, así que en cuanto llegó a mis manos, abrí el libro como quien abre una ventana en una mañana de invierno, buscando un soplo de aire fresco.  Pero lo que recibí se parecía más al impacto de una bola de nieve en pleno rostro; si buscaba una lectura estimulante, puedo decir que acerté.

Aunque Jernigan pertenezca por méritos propiosa la extensa e ilustre nómina de antihéroes que ha alumbrado la literatura norteamericana contemporánea, no se trata de uno de esos personajes en constante conflicto interior a causa de su incapacidad para relacionarse con los demás con normalidad.  No estamos ante un Alexander Portnoy o un Holden Caulfield, por mencionar dos personajes políticamente incorrectos que ya han pasado por este blog.  Podría tratarse de Holden veinte años después, cuarentón, alcohólico, desengañado y cínico, pero no, no lo es; Peter Jernigan no es un buen tipo con problemas, un inadaptado al que todo le sale mal; es, sencillamente, un auténtico miserable.

Un miserable en el más amplio sentido de la palabra, porque no sólo es ruin, egoísta y mezquino, sino porque además lo es a sabiendas y, por si fuera poco, se esfuerza en serlo cada día más.  O al menos se esfuerza en aparentarlo, porque ¿hasta qué punto nos podemos fiar de lo que el propio Jernigan cuenta en esta especie de confesión sin arrepentimiento que Gates pone en nuestras manos?

Sea cierto o no lo que narra en la crónica de sus hazañas, la verdad es que estoy dejando fatal al pobre Jernigan , y ni siquiera se lo he presentado.

Peter Jernigan, con una esposa, un hijo, una casa en las afueras y un trabajo en una inmobiliaria, llevaba una existencia en apariencia normal, pero incluso en aquella época su vida ya era un desastre.  Puede que la causa de sus problemas fuesen sus adicciones (desde el ácido en su juventud al alcohol en el que nadaba su matrimonio) o su cinismo, poco importa eso ahora.  Lo cierto es que tras la muerte de su mujer, su lento declive se acelera hasta convertirse en una caída libre, cada vez más deprisa, como si quisiera asegurarse de que el impacto, cuando se produzca, será letal.

Y si como persona Jernigan les parece impresentable, como padre roza lo criminal: es capaz de recorrer todo el espectro, desde la severidad más mojigata hasta una irresponsable permisividad, y equivocarse en todas las ocasiones.  Finalmente, una de esas veces en las que le da por preocuparse por el bienestar de su hijo, no se le ocurre otra idea que mudarse a vivir con la madre de la novia de éste, formando un hogar en el que es difícil decidir cuál de los miembros es más extravagante.

Disponía ya de todos los ingredientes para un drama pero, en su lugar, Gates decidió cocinar una novela realmente divertida.  Brutal, pero divertida.  Gates no intentó con esta obra retratar con crudeza un hogar deshecho; los monstruos que produce el sueño (americano) de la razón.  Por el contrario, el propósito confeso del autor era realizar un experimento: tomemos las fantasías más inconfesables y las peores cualidades de la gente que nos rodea, juntémoslas en un solo personaje y llevémoslas al límite, a ver hasta dónde podemos llegar.

Reunidos todos los elementos necesarios para que se produzca la reacción química, sólo falta el catalizador, y éste es la ironía; es lo que hace que funcione la novela y lo que la convierte en divertida.  De todas las adicciones de Jernigan (y estamos hablando de un tipo que combate la migraña con un litro de ginebra y media docena de pastillas para la regla), la más dañina, para los demás y para él, es su ironía.  El sarcasmo del protagonista trasciende su lenguaje y se convierte en una forma de vida, en una fuerza exterior que controla sus actos: todo lo que dice y hace esta dictado por un implacable sentido irónico de la vida.  Jernigan es consciente de que se está destruyendo y arrastra consigo a los que le rodean; sabe qué debe hacer para salir de su situación, pero llegado el momento, no puede evitar que la mordacidad tome el mando y le hunda un poco más.

Puede que sólo se trate de un experimento, realizado más en broma que en serio, pero finalmente Gates ha creado un personaje inolvidable, y ha construido a su alrededor, en forma de confesión escrita, una novela trepidante que se adapta a la perfección al personaje.  Y, confesión por confesión, debo reconocer que, a pesar de todo lo dicho, Jernigan me cayó bien desde que comenzó la narración.  Quizá sea por su humor ácido, o por la deportividad con la que asume que es un perdedor, pero lo cierto es que se le toma cariño.  Si están buscando una lectura distinta, irreverente, refrescante y, sobre todo, divertida, no lo duden: Jernigan es su hombre.

Pero no se dejen engañar por el perverso histrionismo de Peter Jernigan, por su ironía, por su capacidad de autodestrucción, por su falta de respeto por todo: esta aparente sátira es un retrato, amplificado hasta la exageración pero tristemente real, de lo que cualquiera de nosotros guarda en su interior.  La única diferencia es que la mayoría de nosotros no dejamos que salga a la luz.  Casi nunca.


Javier BR

javierbr@librosyliteratura.es

2 comentarios en «Jernigan»

  1. A mí también me atrae la figura del antihéroe literario, no sólo porque los aspectos negativos de su personalidad lo hacen más humano, sino también porque, por lo general, se guía por una moral muy personal, alejada de la habitual.
    Hasta donde yo sé, David Gates sólo tiene otra novela, “Preston Falls”, con un tono similar a “Jernigan”, pero es posible que no esté ni traducida.
    Muchas grcias por tu comentario, Bego. Espero que te decidas a leer esta novela y que te guste tanto como a mí.

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