La casa de hojas

La casa de hojas, de Mark Z. Danielewski

la casa de hojasEsto es la arquitectura del mal en estado puro

Cuando un libro entra en escena hay dos formas de que yo me interese por él. La primera, es una visita a las librerías y que me sienta tentado de hacerme con él. La segunda, es la recomendación o mención de algunos de mis libreros de confianza. Entre ellos se encuentra Antonio Torrubia que al pronunciar una palabra, o al sacar una simple fotografía de algún libro, ya sé que me tengo que hacer con él. Sucedió eso con La casa de hojas del que desconocía la historia de su construcción y con la que me he visto obsesionado desde que leí la primera frase. Todavía tengo pesadillas. Ahí, en esas tres palabras, está introducido todo el grueso de una obra tan grande como inclasificable que ramifica al lector en tantos frentes abiertos que es imposible no verse atrapado por la tela de araña que construye el autor. Uno descubre a Mark Z. Danielewski con la mezcla justa entre miedo y admiración porque uno se plantea el nivel de oscuridad que debe guardar dentro un escritor cuando construye una metáfora tan intrincada de lo que supone el interior del ser humano cosificado en una casa que esconde un terror que no tiene forma, o que si la tiene, es de interpretación libre. Pero lo importante de esta obra no es la globalidad, sino los detalles, esas minúsculas canicas que no son migas de pan que nos llevan a la salida, sino que son un juego macabro que nos lleva al mismo centro de la oscuridad, y nosotros volvemos a la vida de otra forma, como si tuviéramos que guardar un gran secreto, con la oscuridad ya dentro de nosotros, sin posibilidad de lograr la redención por mucho que nos intentemos limpiar. El miedo, que nos acompañará cada vez que pasemos una página e intentemos saber más de su historia.

Will Navidson se muda a Ash Tree Lane en un intento por salvar su matrimonio. Pronto verá que el interior de la casa guarda un secreto que quiere averiguar mientras intenta poner a salvo a su familia. Johnny Truant, a su vez, es un joven tatuador que mata las noches entre sexo y bebida. Las vidas de los dos personajes se verán entrelazadas por un hallazgo que cambiará la vida de todos los personajes.

 

La descripción de La casa de hojas se hace difícil. Una cuesta arriba propia de algunos deportes de alto riesgo. No lo es menos describir la figura de Mark Z. Danielewski, que como él mismo proclama, tardó diez años en escribir esta novela y para hacerlo, descendió hasta su infierno particular. Por lo tanto, una novela de redención y de superación, sin lugar a dudas. Pero si hay una emoción que transforma la lectura de esta novela, es el terror que se vive en sus páginas. Creo que nunca, en la vida, una novela ha conseguido ponerme en tensión de la manera en la que esta novela lo ha hecho. Ya en sus inicios, con los pequeños detalles que se establecen para ponernos en situación, uno sabe que algo va a pasar, que está a punto de suceder, que algo grande nos va a estallar en la cara y, mucho me temo, no estamos preparados para soportarlo. Esa es la vivencia. La realidad es peor, pero no en un sentido negativo, sino porque cuando nos damos de bruces con todo el grueso de la historia uno ya sabe que no va a ser una lectura normal y corriente. Es algo que no se puede describir adecuadamente, por mucho que lo intente. Lo importante es vivirlo, de eso sí estoy seguro.

Mención importante, además, es el juego de la edición que nos sumerge en toda su extensión en la novela. El aviso que alguien que hable de este libro debe dar es el siguiente: se debe entrar en un nivel de concentración máximo para poder vivirla de manera absoluta. Juegos con las letras, notas al pie imprescindibles para entender lo que se nos cuenta, textos que cambian de sentido, de tipografía, la palabra “casa” enfatizada cada vez que aparece. En definitiva, una construcción titánica, al más puro estilo arquitectónico de lo que pudo ser la Capilla Sixtina, pero esta vez desde un lado más oscuro y tenebroso. La casa de hojas cambia a quien la toca y Mark Z. Danielewski provoca en el lector esa oscuridad que destila su libro. Si uno cierra los ojos, todavía puede escuchar, algunas noches, los gruñidos que se escuchan bajando la escalinata de la casa. Si gustan, esta casa estará abierta para ustedes, ahora sí, para toda la eternidad.

 

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