La caza del carnero salvaje, de Haruki Murakami

La caza del carnero salvajeMuchos conocimos a Murakami leyendo Tokio Blues y/o Kafka en la orilla, sus novelas más famosas. La lectura de una obra del autor nipón lleva a una reducción muy simplista, casi maniquea; o te encanta, o le aborreces. Los que decidieron (decidimos) seguir, tienen la suerte de poder leer casi completa la bibliografía del autor traducida al español, incluidas sus primeras obras, esas que pese a no tener la calidad literaria que atesoran sus “hermanas mayores”, ofrecen ya destellos de lo que sería capaz de producir en años posteriores. En 2015, tras levantar el propio Haruki su veto de publicación, llegaban a España sus dos primeras obras, Escucha la canción del viento y Pinball 1973, dos obras surrealistas pero muy interesantes protagonizadas por jóvenes sin rumbo, perfil usado por el autor repetidas veces. Y en este 2016, Tusquets publica su tercera obra, La caza del carnero salvaje (publicada en 1992 por Anagrama, cuando todavía “Murakami no era Murakami”).

Esta primera novela larga del autor japonés bien podría englobarse en una trilogía con las dos anteriores. Vuelve a estar protagonizada por el joven sin nombre. ¿Por qué sin nombre? El propio personaje lo deja claro en la novela, “supongo que porque no me gustan los nombres. Yo soy yo; y tú eres tú; y nosotros, nosotros; y ellos, ellos. ¿Y para qué más, si con eso basta?”. Actualmente tiene 30 años, una empresa de traducción con poco éxito, un divorcio reciente y una nueva novia (también sin nombre) con poco que resaltar, salvo unas orejas extremadamente atractivas. Su vida anodina da un vuelco tras recibir una carta de su amigo el Rata (el mismo Rata que salía en las novelas anteriores) con una foto de un carnero de ojos azules y una estrella en el lomo dentro de un paisaje montañoso. Al parecer, la publicación de esa foto molestará a una organización secreta, que impondrá al protagonista la misión de encontrar ese carnero, so pena de arruinar laboralmente su ya de por sí bastante decrépita carrera. Mochila al hombro, y acompañado de la mujer de las orejas, el joven sin nombre viajará al norte de Japón, a la isla de Hokkaidō, en busca de un imposible; localizar el dichoso animal y descubrir el por qué de su misterio.

La caza del carnero salvaje comienza lentamente. Tiene ese ritmo pausado de Murakami, que cambia de personaje en personaje entre diálogos intrascendentes que sin embargo no producen hastío. Páginas y páginas sin que pase absolutamente nada, pero siempre deseando saber más. Ese efecto, que unos consideran una virtud, otros lo ven como un defecto. ¿Quién tiene razón? El caso es que de no pasar absolutamente nada, la novela deriva en un pseudothriller bastante interesante, un viaje a dúo por el norte de Japón que es más bien una búsqueda personal de dos viajeros recién llegados a la treintena, una época marcada como punto de inflexión vital, el momento en el que echar un vistazo al pasado o pensar en el futuro puede dejarnos bastante desnortados. En definitiva, dos partes muy diferentes, tanto de temática como de estilo. Un bendito desequilibrio narrativo que descoloca mucho pero gusta más.

Ese crecimiento en la calidad de la trama desemboca en un final excelso. La ambientación y atmósfera creada por Murakami en sus últimos capítulos son literatura de alto nivel y ese surrealismo amateur de sus inicios se profesionaliza con la aparición de personajes como el Hombre Carnero. La caza del carnero salvaje tiene que leerse rápida al principio y lenta al final, saboreando todo lo que el autor quiere contarnos. Así es el mundo de Murakami, lleno de rarezas y fantasías.

En La caza del carnero salvaje estamos ya ante un Murakami maduro y auténtico, aunque siga creyendo que para empezar con el autor no hay mejor novela que Tokio Blues. Muchos han leído este libro tras leer Baila, baila, baila, libro posterior donde vuelve a aparecer el Hombre Carnero (y el Hotel Delfín). Yo haré el viaje contrario. Seguro que será igual de bueno. Cada libro que leo de Murakami me hace estar más convencido de que el bando bueno es el de los defensores del autor nipón. Eso que se pierden los detractores.

César Malagón @malagonc

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