La fabulosa historia de Henry N. Brown

La fabulosa historia de Henry N. Brown, de Anne Helene Bubenzer

La fabulosa historia de Henry N. Brown

Un socorrido recurso en la narración de múltiples historias encadenadas es la de establecer un objeto o personaje secundario común a todas ellas, el cual sirve, algunas veces, como testigo accidental de las historias de los demás personajes, todos ellos pasajeros pero con algo que contar. Existen ejemplos de ello, todos los que se quieran, y una reciente adición a esa corriente es La fabulosa historia de Henry N. Brown. En el caso de La fabulosa historia de Henry N. Brown, el hilo común a todas las historias individuales que se nos van relatando es un osito de peluche, llamado por su creadora Henry N. Brown (Henry nearly Brown o casi marrón), que pasa de dueño en dueño y de país en país, recorriendo décadas y momentos significativos de la historia del mundo occidental.


A diferencia de narraciones contadas bajo el pretexto de, pongamos, una moneda o un coche que van pasando de dueño en dueño pero que no constituyen un personaje en sí mismos, en La fabulosa historia de Henry N. Brown el narrador es un ser animado, Henry, osito de peluche que, a pesar de no poder hablar, es capaz de pensar, sentir y escuchar igual que cualquier persona. Por tanto, Henry N. Brown es, a su vez, protagonista de su propia historia, y su devenir y destino importan tanto como los de los dueños que lo custodian a lo largo de las décadas.

La voz de Henry N. Brown se puede comparar a la de un niño que nace por amor y siendo completamente inocente y, a fuerza de vivir, va perdiendo gradualmente su inocencia y ganando en sabiduría, a la vez que experimenta el dolor (propio y ajeno), el abandono, presencia injusticias y crueldades bélicas y domésticas por igual, aprende a consolar y a ser consolado, y es decepcionado y reconfortado por la naturaleza humana. Vemos cómo el alma del osito va envejeciendo y adquiriendo rasgos de la edad adulta, se va haciendo más sarcástico, más cínico, y se acostumbra a juzgar a las personas que lo rodean, tal como hacemos los humanos.

Pero no llega la sangre al río, no en vano Henry N. Brown es siempre un ser noble y, sobre todo, un ser lleno de amor, como nos viene a demostrar en las diversas situaciones en las que acaba yendo a parar. Las manos de sus dueños son, así, como las manos del invisible destino son para los hombres; y Henry también aprende, además, a aceptar lo que la vida le depara sin rebelarse mentalmente contra ello, en paralelo a como debemos hacerlo los humanos si queremos vivir la vida con un mínimo de paz interior.

Hay dos cosas que me han gustado especialmente de La fabulosa historia de Henry N. Brown. Una de ellas es que las sucesivas historias de los humanos observados por Henry fluyen como fluye la vida misma, sin principio ni final conocidos, al menos en la mayoría de los casos; a medida que Henry irrumpe y abandona (o es abandonado) a sus propietarios de turno, deja de ser testigo de sus vidas y de los conflictos de interés para el lector que en ellas había; a partir de ahí, sólo nos queda, como a Henry, el recurso de imaginar qué pudo haber sido de tal o cual personaje. Considero que éste es un gran acierto de la autora, Anne Helene Bubenzer, pues proporcionar un desenlace a cada personaje, además de ser un recurso forzado, redundaría en un tono demasiado empalagoso de la novela (no hay que olvidar que estamos hablando de un protagonista que es un tierno osito de peluche pensante). El otro gran éxito de La fabulosa historia de Henry N. Brown es que, a pesar del tono más bien amable y bienintencionado que domina la narración, y a pesar de que –a mi modo de ver– es una novela especialmente apta para el público más juvenil, no se eluden los aspectos más oscuros del alma y de la vida humanas; y, además, el enfoque es claramente optimista, pues Henry N. Brown siempre acierta a ver el lado positivo de cada experiencia y lo que cada una le ha aportado, por cruda que fuera.

En resumen, La fabulosa historia de Henry N. Brown es un libro escrito en un lenguaje muy accesible, con resabios de cuento de hadas y que, sin revelarnos nada nuevo, se gana nuestro corazón, por su mensaje de confianza en el ser humano y por su entrañable protagonista, el osito Henry.

2 comentarios en «La fabulosa historia de Henry N. Brown»

  1. Es una apuesta muy arriesgada la que hace la autora por el osito, tal como lo planteas debe ser difícil mantener el equilibrio para no resultar excesivamente almibarado. Todos los años desde hace unos cuantos, los estudiantes de la Facultad de Medicina desarrollan una actividad llamada Hospital de los Ositos, llevan a niños pequeños, a colegios, a la Facultad y les enseñan a poner vendajes, inyecciones y cosas así a un sufrido ejército de ositos que se sacrifica para que los niños le pierdan el miedo a la medicina. Es un espectáculo digno de verse, te lo aseguro. Al ver la portada me he acordado de esos ositos, la idea de que puedan pensar sin dejar de ser entrañables es interesante, a mi no me pasa, ponerme a pensar y perder mi encanto todo es uno.
    Pero lo que me ha evocado tu magnífica reseña es otra historia, una de mis pequeñas obsesiones literarias, eso de la progresiva humanización del osito me ha recordado la humanización de otro personaje, el trasgo del sur de Olvidado Rey Gudú (de Ana María Matute), que no tiene más paralelismo que el de tratarse de un ser no humano que se vuelve humano poco a poco y el tránsito no aumenta necesariamente su felicidad. Más bien al reves, salvo por el vino. El caso del trasgo es tirando a trágico pero es interesante esa reflexión que haces sobre la humanidad, es decir, los aspectos nobles del osito están ahí antes de hacerse humano y lo que le va sucediendo en su evolución es la pérdida de la inocencia, el cinismo, y bueno, la sabiduría, algo es algo. Pero al final la naturaleza humana es lo único capaz de proporcionar consuelo a los dolores que la propia naturaleza humana provoca.
    Me ha encantado la reseña, es un don que tienes, antes de leerla no me habría acercado a este libro, ahora me apetece. Me has convencido.
    Un abrazo,

    Andrés

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