La Fortaleza de la Soledad

La Fortaleza dela Soledad, de Jonathan Lethem

La Fortaleza de la Soledad

Lethem traza con precisión el mapa de treinta años en las vidas de dos amigos criados en el Brooklyn de principios de los setenta en una gran novela americana llena, entre otras muchas cosas, de música.

Existen muy pocas cosas que le gusten a todo el mundo.  De hecho, a medida que escribo estas líneas voy descartando la mayoría de las que tenía pensadas.  Pero se me ocurren al menos dos en las que seguramente nos pondríamos de acuerdo casi todos: hacer listas y celebrar aniversarios.  Ya sé que parece una tontería, pero piénsenlo: desde los Diez Mandamientos hasta los Cuarenta Principales, todo lo organizamos en listas.  ¿Y las efemérides?  Cumpleaños, aniversarios o el Día Internacional de cualquier cosa que podamos imaginar; casi todos los días del año tenemos algo que conmemorar.  A fin de cuentas la vida es como el mapa de un misterioso territorio a medio explorar y nosotros, para no perdernos irremisiblemente, nos esforzamos en ordenar el caos y llenar los espacios vacíos colocando marcas por todas partes: nuestras listas, nuestras fechas que recordar, nuestras coordenadas.

Todo esto viene a cuento porque hace poco me percaté de que estaba a punto de de llegar a mi centésima publicación en Libros y Literatura más o menos a la vez que se cumplían dos años de colaboración y, fiel a esa manía de las listas y las fechas, quise elegir un libro que significase algo especial para mí.  Al principio pensé en reseñar alguno de esos libros que me acompañan desde hace años y que he leído infinidad de veces, pero no lograba decidirme.  Más tarde me acordé de Jonathan Lethem.  Cuando hace unos meses leí Chronic City quedé maravillado y, sin embargo, varias personas me comentaron que La Fortaleza de la Soledad era mucho mejor, así que al final fue esta novela que desde hacía tiempo me esperaba paciente la escogida para conmemorar tan señalada efeméride.

Los que me aconsejaron tenían razón; La Fortaleza de la Soledad es un libro magnífico.  Además, al comenzar a escribir esta reseña me di cuenta de que este título ilustra a la perfección lo que les contaba al inicio de la misma: si la vida es un caos que necesitamos ordenar, La Fortaleza de la Soledad es capaz de recoger todo el desorden vital de Dylan Ebdus y Mingus Rude, dos chavales del Brooklyn de principios de los setenta, de sus padres, de sus amigos, de todo el barrio y toda la ciudad y darles un sentido. Lethem no sólo es un narrador superlativo, además es capaz como nadie de crear territorios tan reales como míticos; es un geógrafo, un cartógrafo que traza el mapa de Brooklyn con total precisión, cada esquina, cada parque, cada tienda… y para que no nos extraviemos en ese maremágnum de calles Lethem anota su plano con unas marcas de orientación muy especiales:  canciones, una lista de cientos de canciones, desde el funk al hip-hop, desde el soul al punk, que dan sentido espacial y temporal a la narración.

Comienzan los años setenta y la tensión racial se respira en el aire en Brooklyn.  La vida no es fácil para nadie, y mucho menos para Dylan, el único chico blanco de la calle Dean.  Si no fuera por su facilidad para pasar desapercibido y por la protección de Mingus, un líder al que todos respetan, estaría perdido.  Ambos tienen mucho en común ―graffitis, comics de superhéroes, drogas, partidos de béisbol en las calles y música funky―, pero Dylan es un soñador, tímido y débil, mientras que Mingus, sencillamente, tiene ojos en la cara y sabe cosas que destruirán a su amigo el día que las descubra.

En realidad no es tan complicado; la calle tiene sus propias reglas y mientras las sigas no te pasará nada.  Al menos, nada irreparable.  Aquí cualquier detalle sin importancia aparente es trascendental: las canciones que escuchas o las deportivas que calzas son señas de identidad tan importantes como el color de la piel o la banda a la que perteneces y pueden marcar la diferencia entre que te respeten o te vapuleen.

Dylan aprende pronto cómo sobrevivir en el barrio, pero necesita huir.  Los años ochenta traerán nuevos horizontes, nuevas oportunidades; un instituto lejos de la calle Dean implica nuevos compañeros, pero también nuevas canciones ―llegan el punk, la new wave―, nuevo aspecto, nuevas drogas…  Quién sabe si en un futuro la universidad será la puerta de salida definitiva del gueto.

Pero con las oportunidades llegan las incertidumbres.  A principios de los noventa todo lo que parecía tan importante ha dejado de serlo, el crack y la delincuencia han causado estragos en el barrio y uno ya no sabe a dónde pertenece, qué música debe oír o cómo debe vestirse.  ¿Dónde están los tags con los que firmaron hasta el último rincón de cada pared, de cada cabina, de cada vagón de metro?  ¿A dónde han volado los superhéroes?  Se diría que los personajes de Lethem eran más felices en la atmósfera asfixiante y violenta del gueto (incluso en la cárcel los que terminan dando con sus huesos en ella), donde las reglas están claras, que viviendo sus vidas en libertad.  Parece que la vida se escribe con más fluidez en papel pautado.

Lentamente, canción a canción, Lethem va tejiendo el inmenso tapiz de La Fortaleza de la Soledad con la historia de Dylan, que busca su lugar sin encontrarlo ―un chico blanco que trata de huir de un Brooklyn de negros y latinos para descubrir que se ha convertido en un adolescente de barrio negro en un mundo de blancos―; la historia de Mingus, aparentemente más predecible pero en realidad más compleja y sorprendente; la del padre de Dylan, Abraham, un pintor entregado a una obra interminable; la de Junior, padre de Mingus, una estrella caída del firmamento soul; o la de Robert Woolfolk, el matón del barrio.  Quizá los héroes sean muy distintos de cómo los hemos imaginado siempre.

La Fortaleza de la Soledad es un intenso y sincero relato de perdedores que logran mantenerse a flote en la tormenta y de ganadores que se ahogan.  Es también una novela acerca de la propia identidad, acerca de los materiales que empleamos para construirla ―tantos discos, películas y libros para inventarnos a nosotros mismos― y de los terrenos sobre los que la cimentamos.  Es una novela sobre esa Fortaleza de la Soledad (que es el nombre de la guarida de Superman) que edificamos a nuestro alrededor para escondernos en ella durante la infancia.  ¿Qué queda de todo eso en la edad adulta?  ¿Cargaremos siempre sobre nuestras espaldas con las ruinas de ese reducto que creíamos inexpugnable?

―Escucha lo que dices, Dylan.  ¿Qué te pasó?  Tu infancia se ha convertido en un santuario privilegiado en el que vives todo el tiempo en lugar de estar conmigo.  ¿Piensas que no lo sé?

―A mí no me pasó nada.

―Vale ―dijo con gran carga de sarcasmo―.  Entonces, ¿por qué estás tan obsesionado con tu infancia?

―Mi infancia… ―dije con cautela eligiendo cada palabra―.  La infancia es la única época de mi vida… hum… no abrumada por la infancia.

El resultado es una gran novela americana, una de esas novelas totales que tanto le gusta escribir a Lethem, en la que Brooklyn se convierte en un universo completo, con sus barrios como continentes, sus calles como ríos y mares, con sus tribus y sus naciones, incluso con sus propias leyes físicas.  Pero después de crear un mundo en todo su detalle, Lethem coloca en él un elemento discordante ―como el cartógrafo fantasioso que después de trazar con precisión costas y montañas dibujaba en el centro del océano un inverosímil monstruo marino―, que en principio podría pasar por una broma del autor, pero que finalmente da la clave de la novela: un objeto fantástico ofrece a los protagonistas la posibilidad de cambiar por completo sus vidas, pero parece que están demasiado ocupados viviéndolas como para sacarle partido.

Este impresionante ejercicio de creatividad y fuerza narrativa es, en definitiva, un réquiem por la infancia, por la inocencia, por los amigos que equivocaron el camino y se perdieron y también por aquéllos que siguieron con paso seguro por la ruta correcta sólo para encontrar que al final les esperaba lo mismo que creyeron abandonar en el punto de salida.  En sus páginas se combinan nostalgia y desencanto en la misma medida en que lo hacen en nuestros propios recuerdos.

Es una de esas novelas que uno quisiera que fuesen interminables, que a pesar de sus más de seiscientas páginas en edición de bolsillo se termina con pena, como esa infancia que queríamos apurar a toda prisa, una página tras otra, mientras duró y que después supo a demasiado poco.

Pero las historias que te contabas ―que fingías recordar como si hubieran pasado todas las tardes de un verano infinito― eran en realidad un puñado de días distorsionados hasta convertirlos en leyenda (…).  ¿Cuántas veces, en realidad, habías abierto la boca de riego?  ¿Cuántas llegaste a atravesar la ventanilla de un coche con un chorro de agua?  ¿Dos veces, a lo sumo?  Al final, el verano sólo duraba un par de tardes.

Pero si el pasado es duro y sórdido y el futuro está lleno de incertidumbre y amenazas, al menos siempre nos queda la posibilidad de vivir el presente con pasión, sin renunciar a los sueños por imposibles que sean.  No faltarán entonces satisfacciones que compensen los malos momentos.

Satisfacciones a veces debidas a acontecimientos tan insignificantes como que la lista de libros que hemos compartido y que a mí me sirve para ordenar un poco mis días alcance el número cien.  Puede ser poca cosa pero, ¿qué quieren que les diga?  Para mí es importante recomendarles estos libros que quizá encuentren un hueco en sus propias listas de grandes lecturas, o de autores imprescindibles.

Javier BR

javierbr@librosyliteratura.es


Esa es la historia.  Pero lo importante es la historia cantada,  La música de esta recopilación cuenta una historia ―sobre belleza, inspiración y dolor― a cargo de voces salidas del gueto y de los suburbios, las iglesias y el patio de los colegios.

Lo que acaban de leer forma parte de la presentación de una supuesta recopilación de canciones de Barrett Rude Junior, padre de Mingus y cantante de northern soul.  Junior es un personaje de ficción y sus canciones, obviamente, no existen, pero en La Fortaleza de la Soledad se nombran cientos de títulos reales con los que yo he elaborado mi propia recopilación.  Esta lista de reproducción contiene todas las canciones mencionadas en el libro que he podido encontrar.  A veces sólo se nombra un álbum o un artista; en esos casos, me he tomado la libertad de elegir una o varias canciones siguiendo mi criterio.

En la lista encontrarán mucho funk, que es lo que escuchaban Dylan y Mingus durante su infancia en Brooklyn, pero también soul, rhythm n’blues y doo-wop de artistas coetáneos de Junior o folk de los discos de la madre de Dylan.  Con el tiempo Dylan se aficionará al punk y a la new wave y entonces Devo, Brian Eno y los Talking Heads se apoderan de la lista.  Para finalizar, la selección se vuelve mucho más heterogénea: pop, jazz, disco o incluso algún tema country.  En todo caso, espero que les guste y puedan disfrutar de las canciones al mismo tiempo que leen la novela.

Las voces quizá te empujen a cantar al unísono o a bailar.  Quizá te sirvan de inspiración para una posible seducción o para la introspección o, simplemente, te animen a ver menos la tele.  Sin embargo, las voces de Barrett Rude Junior y los Subtle Distinctions no llevan a ninguna parte, a no ser que te transporten a tu barrio.  A la calle en la que vives.  A las cosas que dejaste atrás.

4 comentarios en «La Fortaleza de la Soledad»

  1. ¡Qué cierto es lo que dices de las listas y los aniversarios! 🙂
    Por cierto, gracias por la recomendación, evidentemente has disfrutado mucho de este libro. Por el título y por el argumento me hace acordar a Paul Auster. ¿Tengo algo de razón o nada que ver?

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  2. No sé cómo tomarme eso del “peazo” reseña, jaja. En serio, sé que uno de mis defectos es que cuando un libro me gusta mucho me sale una reseña más larga que la obra reseñada. Créeme si te digo que la primera versión de este comentario ocupaba casi el doble que el que has leído aquí.

    Sobre los libros de Lethem, la elección es difícil. Ambos me gustaron una barbaridad, pero son diferentes. Comparten el estilo apabullante del autor, pero mientras Chronic City tiene una historia más elaborada, La fortaleza de la Soledad es más personal (probablemente tiene algo de autobiográfico), más íntimo.

    Gracias por tu comentario, Margarita. Un saludo.

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  3. Sí que lo he disfrutado. Y de la música también, aunque no sea necesario escucharla para leer la novela. Las obras de Lethem tienen algunos rasgos similares a los de las de Auster, como la capacidad de introducir elementos fantásticos e inverosímiles en narraciones realistas o los argumentos que enfrentan a una persona normal y corriente a situaciones inesperadas que escapan a su control. Pero en términos generales, diría que son autores bastante diferentes.

    Gracias por tu comentario.

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