La hija de la criada

La hija de la criada, de Barbara Mutch

la hija de la criada
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El Karoo es eterno. Y así como el sol se pone cada día, las historias que leemos nos recuerdan que hubo tiempos infames, tiempos donde la vida cambiaba en un minuto que podía significarlo todo. Era algo inevitable. Pero a la vez, dentro de este pequeño mundo, encontramos personajes que nos llegan a un rincón del alma, a algún escondrijo por el que se cuelan, te invaden, y llegan a hacerte suspirar. Los viajes que propone la literatura son, a veces, una ocasión única para vivir la valentía, la fuerza, las lágrimas, y el dolor, de aquellas personas que con su esfuerzo crearon un mundo mejor cuando nadie daba un duro por ellas. Son éstas las que, como si fueran las teclas de un piano que se tocan con desenfreno, nos hacen movernos, convierten nuestro interior en mareas que barren con todo, y nos dejan sin aliento cuando nuestras manos cierran un libro y nos quedamos pensando en el final, en la historia que hemos dejado atrás que, como si fuera una pequeña herida, nos dejará una cicatriz a lo largo de nuestra vida. Esta es una de ellas. Porque así como el sol se pone cada día, esta historia permanece aunque no lo pretendamos.

Cathleen se traslada a Sudáfrica, donde entablará una relación especial con su criada negra Ada. Cuando ésta se quede embarazada de un hombre blanco, los destinos de estas dos mujeres se verán unidos por lazos muy estrechos, mientras el mundo se muestra convulso, y el apartheid se convierte en una realidad. Y es que hay algo mucho más fuerte que el color de la piel, y es el poder de la herencia de la sangre.

 

Hace mucho tiempo, cuando contaba en mi haber con poco más de quince años, en el colegio me enseñaron aquellos años de disturbios y guerras internas entre la población blanca y la población negra. Fue algo que no conseguí entender del todo. Hoy, cuando la vida ha seguido su camino, y este libro de Alianza ha llegado a mis manos, sigo con la misma sensación de no entender las injusticias. ¿La piel es tan importante? ¿Su color tiene el poder de dar una vida a unos y otra a otros? Preguntas que se convierten en remolinos que giran y giran en mi cabeza, y que se mantienen tiempo después de haber llegado a la última página de esta gran historia. Consumidos muchas veces por otros problemas, no somos capaces de observar aquellas vidas que tendrían que convertirse en heroicas, en dignas de mención por todos aquellos que nos vanagloriamos de ser personas liberales o liberalizadoras, y es que la vida de Ada, nuestra protagonista en “La hija de la criada” hace tambalear los cimientos de aquello que hemos venido a llamar mundo civilizado. ¿Qué hay de civilizado en tener que huir de tu vida, de los tuyos, de todo lo que conoces, por haber dado a luz a una criatura diferente? ¿Por qué los abusos se perpetuaron a lo largo del tiempo, a pesar de que han sido muchos los que no tuvieron más remedio que sobrevivir? ¿Somos nosotros los dueños del destino de los demás? La vida es como una orquesta, y cada uno tenemos el lugar que nos corresponde. Todos somos imprescindibles.

Pero si tuviera que destacar algo de la novela de Barbara Mutch es la banda sonora que hace que nos recorra cada uno de los poros de la piel que recubre nuestro esqueleto. Melodías lentas cuando el piano intenta llenar los silencios, la tristeza de unas lágrimas en mitad de una huida por la supervivencia, pero también notas rápidas, que significan que la guerra, la que nos imponen, está cerca y es necesario correr. Esta es la historia de una palabra, apartheid, pero también la de otra, libertad. Parapetadas por un desierto que se pierde más allá de lo que la vista es capaz de abarcar, nuestras protagonistas son piezas clave en la lucha por el respeto, por la vida, por la alegría de sentirse libre, por la lucha de saber que cada una de las personas somos dueñas de nosotras mismas, y sobre todo, son piezas claves que nos demuestran que el amor, el amor por la familia, es algo a lo que no se le puede poner una descripción perfecta. Porque el amor es aquello que debería hacer girar al mundo, quizás muchas veces hacer que explosionase y convirtiera todo lo conocido en desconocido (y viceversa). Estamos ante una historia épica, donde la línea divisoria entre lo justo y lo injusto se desdibuja, como aquellos oasis a los que nos acercamos para encontrar el agua que nos servirá de anclaje a la vida. “La hija de la criada”, lectores, es una historia que jamás debió haber sucedido, pero que, paradójicamente, precisamente por haberlo hecho, emociona tanto.

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