La hora de los caballeros

La hora de los caballeros, de Don Winslow

La hora de los caballeros no es otro El poder del perro. Ni siquiera se le parece, salvo en que en ambos está presente el tema de los carteles de droga mexicanos. Tampoco es El invierno de Frankie Machine. Entiéndase esto en un sentido ambivalente: La hora de los caballeros es… otra cosa. Un tipo de novela que a mí me ha parecido un cambio de estilo bastante notable por parte de Don Winslow, que aquí se toma el oficio de escribir best sellers con calma y da rienda suelta al sentido lúdico y a las ganas de pasarlo bien que de vez en cuando muestran casi todos los escritores. Al leer esos libros, y, sobre todo, si uno ha leído otros del autor en cuestión, uno se da cuenta al instante de que el autor pretende pasarlo bien con su historia… y hacer que nosotros lo pasemos igual de bien leyéndola.

Ahora bien, no todos los autores son capaces de dar al lector la misma satisfacción que se nota que han obtenido ellos de la composición de su novela. Para mí, Harlan Coben es un buen ejemplo de autor que sí es capaz de eso, sobre todo en sus novelas de Myron Bolitar, que aúnan a partes iguales acción, suspense y cachondeo. Pero estamos hablando de Don Winslow, ¿verdad? ¿Y qué tal se maneja con ese cóctel más ligero que El poder del perro?

Vamos por partes. La hora de los caballeros es un buen thriller, muy entretenido, con personajes pintorescos –algunos quizá demasiado pintorescos– y un protagonista, Boone Daniels, que a mí, personalmente, me resultó algo difícil imaginarme, pues es un manojo de contradicciones, pero que por lo demás resulta simpático y revestido de las cualidades heroicas suficientes para que enseguida nos alineemos con él en cuanto se mete en líos, cosa que no tardará mucho en suceder. Aparte de esto, La hora de los caballeros tiene una trama escrita con buen pulso y con el ritmo que cabe exigirse a un thriller.

Lo que a mí me resultó más atractivo de esa trama es que está ambientada en San Diego y en unos ambientes muy concretos: notablemente, el mundo del surf de San Diego, que es el que habitan Boone Daniels y sus amigos, pero también los malos de la novela; un mundo que se nos describe como menos abierto y buenrollista y, a la vez, más regido por leyes no escritas de lo que podemos llegar a pensar quienes lo vemos desde la distancia de infinidad de películas y series; también el de las urbanizaciones exclusivas y pijas de La Jolla; el de las artes marciales en California, mundo cuyo auge californiano, nos explica Winslow, tiene mucho que ver precisamente con el surf y con la propia historia de Estados Unidos; y, en fin, el del mundo inmobiliario de California, que, si es verdad lo que escribe Don Winslow, ríanse ustedes de los pelotazos de la España de los buenos tiempos del ladrillo. El autor –que no el protagonista, ojo– dedica relativamente buena parte del total de las páginas a describirnos esa California que, desde lejos, casi nunca se atisba, y, al margen de lo cercano a la realidad que sea su retrato (aunque, insisto, quien escribe esos párrafos no es Boone Daniels ni tampoco un narrador ficticio de la novela, sino el propio autor, lo cual supongo que significa mucho), a mí me resultó muy exótico y muy interesante. Precisamente de todos esos mundos concéntricos o, al menos, solapados entre sí vienen los malos a quienes Boone Daniels habrá de enfrentarse cuando un buen amigo, Kelly Kuhio, muera a manos de Corey Blasingame, un joven de la adinerada sociedad de La Jolla.

La hora de los caballeros no tiene personajes más grandes que la vida, ni su trama o sus conclusiones perturbarán el sueño del lector (excepción hecha de las horas que el propio lector robe al sueño para darlos a la lectura de esta novela), pero es una novela entretenida, dinámica, a ratos divertida y, algo que yo, por lo menos, he recibido de muy buena gana, no la lastra el pesimismo antropológico de El poder del perro o, si me apuran, de gran parte de los textos tanto de ficción como basados en la realidad que se producen actualmente. Y ofrecer al sufrido lector un oasis de evasión no es pequeño logro.

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