La puerta de la luna

La puerta de la luna, de Ana Mª Matute

 

La puerta de la luna
Si tocas una ortiga conteniendo la respiración, no te pinchará.

Inmediatamente, el niño se agachó y frotó entre sus dedos la ortiga. Mantuvo la boca apretada, en un leve temblor; como si dentro de ella algún pájaro atrapado quisiera escapar. Le imité, adormecida por su fe, por el sol, por el aroma verde y zumbante que nos rodeaba, y sentí el escozor ácido de las ortigas en la palma de las manos. Pero el niño se volvía a mí, radiante:

– ¡Es verdad!¡Mira, es verdad!

Contemplé sus dedos morenos, suaves e intactos, y escondí las palmas de mis manos para que no las viera.

Continuamos buscando moras y endrinas. Pero yo sabía, sudando tras él, pisando la hierba que él doblaba bajo los pies, que no eran sólo nombres de flores lo que había olvidado, lo que perdemos, y nunca podremos regresar.


Tengo para mí que el pequeño extracto que encabeza esta reseña, que pertenece al artículo Las ortigas, de 1963, describe con bastante exactitud el mundo narrativo de Ana Mª Matute, ese mundo a la vez tan pequeño y tan inabarcable que es la infancia perdida. La inmensa mayoría de los cuentos y artículos incluidos en esta imprescindible antología tratan desde una u otra óptica de esa época y lo hacen con la añoranza de lo perdido, pero también con cierto sentido de culpabilidad por la pérdida. El resultado es siempre hermoso, pero tan a menudo amargo y cruel que se trata de una belleza dolorosa, cruda, aunque inolvidable.

Me pregunto si en esta permanente añoranza de Ana Mª Matute influye la pérdida no sólo de la infancia, sino de su paisaje, Mansilla de la Sierra, sumergida hoy bajo las aguas de un pantano, lo que probablemente sea la más literaria de las muertes que pueda sufrir un paraje, como brillantemente noveló Jesús Moncada la desaparición, el naufragio podríamos decir, de su propio pueblo, Mequinenza, en la magistral obra Camino de Sirga (Ed. Anagrama).

El volumen contiene dos partes bien diferenciadas, la primera recoge los cuentos publicados por Ana Mª Matute en diferentes libros entre 1956 y 1998, y la segunda sus artículos de entre 1961 y 1963. Los cuentos, dicho está, son luminosos, aunque lo que ilumina esa luz no siempre sea edificante y en numerosas ocasiones duela. Lo que es la vida, ni más ni menos. Muchos relatos son duros, el retrato de la crueldad de la infancia está tan presente como el de la crueldad con la infancia, y en cualquier caso siempre se trasluce esa melancolía por lo perdido y, sobre todo, por la impotencia de recordarlo y no poder regresar allí. Los relatos están trufados de personajes inolvidables, en ocasiones por fantásticos y en otras por reales, pero en cualquier caso siempre verosímiles. Otro tema omnipresente es la preocupación por la discriminación del diferente y del débil, la injusticia social en definitiva, como también lo es la ubicua presencia de la desgracia, de la muerte. Los relatos de Ana Mª Matute son, al fin y al cabo, como los niños que retrata, tan capaces de arrancarte la más entrañable de las sonrisas como de abrirse la cabeza a pedradas.

De la misma forma que Ana Mª Matute anunció al inicio de su intervención en la ceremonia de concesión del premio Cervantes que no sabía hacer discursos y a continuación leyó uno que sin duda se encuentra entre los más hermosos y emotivos que se hayan escuchado en un trance similar, la autora deja entrever en sus cuentos la inminencia de la fatalidad, pero la rodea de una prosa tan transparente y de una ambientación tan entrañable que, superada la primera y dolorosa impresión, le queda al lector la sensación de haber asistido a algo grande, difícilmente definible, pero indiscutiblemente hermoso. Uno nunca sale indemne de las grandes obras, pero siempre merece la pena.

La segunda parte recoge la obra periodística de la autora, si es que se puede llamar periodístico a un texto simplemente porque se haya publicado en un periódico. Aunque es cierto que habla de sus vivencias y de personas reales, es difícil imaginar unos textos más literarios. Son todo un descubrimiento en sí mismos y, además, es de destacar el acierto de publicarlos junto a los cuentos porque su lectura a continuación de éstos es tan esclarecedora como placentera.

Dice la autora en la introducción titulada Los cuentos vagabundos, a partes iguales declaración de amor y muestra de sabiduría, que “pocas cosas existen tan cargadas de magia como las palabras de los cuentos, algo que, al menos en este caso es indiscutible, que hay cuentos que obligan a abrigarse más, a arrebujarse junto al fuego, con las manos escondidas y los ojos cerrados. Dice que los cuentos son renegados, vagabundos, con algo de la inconsciencia y crueldad infantil, con algo de su misterio”. Poco más se puede añadir, Ana Mª Matute ha querido darle a este libro que reúne toda su producción cuentística el nombre del refugio infantil donde se recluía a pensar, a imaginar, del lugar desde donde veía el mundo como un escenario y a las personas como sus personajes y se entregaba a la soledad y la fabulación. La puerta de la luna, esa roca que, como descubrió después con sorpresa, antes había sido refugio de sus padres y abuelos cuando niños y después lo fue de muchos otros y que se salvó incluso de la inundación que hizo desaparecer el resto del paisaje de su infancia bajo las aguas, porque es indestructible y existe en realidad dentro de cada uno de nosotros, en cada uno con su forma. No podría imaginar mayor acierto. No sé si es a la luna a donde se llega a través de esta puerta, aunque sin duda se accede a un mundo probablemente sea uno mucho más cercano, interior, pero sé sin duda que abrirla es una experiencia inolvidable y que, una vez abierta, es una puerta imposible de cerrar.

Andrés Barrero

6 comentarios en «La puerta de la luna»

  1. Leer a Ana María Matute es de la mejores cosas que he hecho en la vida. Quizá ha sido una de esas personas capaz de introducirse de lleno en el mundo de la fantasía, pero lo más importante es que es capaz, en cada uno de sus cuentos o narraciones, de transportarnos a su mundo y hacer nacer en nosotros la añoranza del pasado y la necesidad de crear nuestra propia fantasía, esa que nace dentro de cada uno.

    Gracias por recordarme a esta estupenda autora!

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  2. Cierto, yo la descubrí tarde, con Olvidado rey Gudú, y desde entonces la tengo entre mis autoras de cabecera. Me sorprende su capacidad para introducir en las historias a gnomos y duendes con la misma naturalidad con la que otros incluyen fontaneros o policías, hasta se siente uno culpable por haber perdido la capacidad de verlos y hablar con ellos. Pero cuando no cultiva el género fantástico es igualmente magistral. En fin, me alegra que coincidamos también en esto.
    Un abrazo,

    Andrés

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  3. Siempre he querido leer a esta autora y curiosamente nunca lo he hecho. Ahora, con tu reseña, me entran más ganas, sobre todo por esa dulzura que parece rodearla y transimitir (incluso físicamente; es una abuelita encantadora). Tendré que probar. Eso sí, Andrés, ¿qué me recomiendas: empezar por cuentos o por alguna de sus novelas?

    Por cierto, que aún no lo había hecho, te doy la bienvenida al equipo y la enhorabuena por tus dos reseñas.

    Un saludo,

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  4. Gracias por la bienvenida, Judit
    Aunque pueda parecer contradictorio yo no empezaría por los cuentos, sobre todo porque son más duros de lo que uno en principio puede esperar de alguien que, como muy bien dices, está rodeada de ese aura de dulzura. Yo la conocí con la imprescindible “Olvidado rey Gudú”, que me parece una manera fantástica de comenzar y no he leído mucho más de ella. Que recuerde “La torre vigía”, que no me gustó especialmente, y “Paraíso inhabitado”, que me encantó y me parece una novela extraordinaria.

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  5. Nunca leí nada de esta autora aunque a punto estuve de comprar un libro que reunía cuentos de ella; sin dudas, como dices, es bueno que una autor/a logre reflejar lo pequeño de la vida de tal manera que nos demos cuenta que lo pequeño es lo más importante; saludos!

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