La reina roja, de Victoria Aveyard

La reina rojaMare Barrow sabe muy bien que tiene que esconder su sangre roja del resto de plateados. En un mundo donde el color de la sangre lo significa todo, mostrarla puede ser tu mayor debilidad. Aquí solo puedes pertenecer a dos clases: o a los Rojos o a los Plateados. Y esa nimiedad, esa particularidad, va a definir tu vida para siempre.

Mare vive con los suyos, los Rojos. Son criados, artesanos, panaderos… son gente humilde, sin grandes aspiraciones, pues saben que el color de su sangre les impediría cualquier aire de grandeza. En contraposición están los Plateados, que viven entre lujo y opulencia, adorando a sus reyes ante cualquier otra cosa. Además, por si fuera poco, gozan de poderes especiales. Cada uno de ellos puede hacer una cosa asombrosa diferente: leer la mente, mover el agua, crear terremotos… Mare siente que no vale para nada, que no tiene ningún talento especial, aunque es cierto que robar se le da bastante bien y al menos así puede ayudar a su familia, aunque sea mínimamente. Sus hermanos mayores se fueron a la servir a la milicia y a ella le tocará en breves si no encuentra un trabajo en el que ser útil.

Poco a poco iremos descubriendo que Mare no es tan normal como ella se pensaba. Algo en ella empieza a removerse, una chispa. Descubrirá que tiene poderes, como si se tratara de una Plateada y se verá inmersa en el mundo de los que son tan diferentes a ella. Allí conocerá a dos chicos, que le enseñarán cómo viven los Plateados y que harán que Mare sienta algo más que amistad por ellos. Mira que normalmente suelo posicionarme en los triángulos amorosos, pero Victoria Aveyard nos muestra tantas facetas de estos dos chicos, que no he podido decidir cuál era mejor para Mare hasta que se ha resuelto la incógnita por sí misma.

Este es el planteamiento de La reina roja, una novela de Victoria Aveyard que nos traslada a un mundo imaginario que fácilmente podríamos identificar con el de Los juegos del hambre. El planteamiento parece un poco similar: una chica humilde, que vive en el extrarradio junto a su familia y que, por haber nacido en el sitio incorrecto, ahora corre el peligro de ser mandada a lo que parece ser el infierno. Y, por si fuera poco, se ve inmersa en un triángulo amoroso. Pero es cierto eso que dicen de que las comparaciones son odiosas. La similitud llega hasta ahí. Nada más. Me parecía importante hacer este apunte, porque he leído bastantes críticas que se centraban más en las similitudes que en las diferencias. A mí, quitando lo obvio, no me lo ha parecido en absoluto.

La segunda parte de esta trilogía, La espada de cristal, ha salido a la venta hace muy poquito, escasamente un mes. Esta novedad fue la que me hizo conocer La reina roja. Todavía no sé muy bien por qué no había oído hablar de esta novela antes, pero ahora ya tengo preparada en mi mesilla la segunda parte, esperando a ser devorada sin piedad. Me ha gustado la combinación de los poderes mágicos con los entresijos que se trae la realeza, pero lo que me ha terminado de encandilar es cómo Victoria Aveyard trata el racismo camuflándolo mediante el color de la sangre. ¿Qué pasa si naces con el color “equivocado”? Pues que tu destino, probablemente, estará escrito de antemano. Tu vida será más dura, serás mal visto ante los ojos de tus diferentes y tendrás que luchar el triple si quieres llegar a tener lo que los demás tienen por el mero hecho de haber nacido con el color de sangre “correcto”. Este es el motivo por el que los Rojos se levantan. Por el que deciden que ya está bien y que es hora de plantarle cara a los Plateados. Van a demostrar que ellos valen tanto como los demás, que saben lo que quieren y, sobre todo, que pueden y quieren luchar. Ya no temen derramar sangre y que se vea claramente que es roja como el fuego, como la guerra. Ya no tienen miedo. Saben que, como decía Bunbury, “todo arde si le aplicas la chispa adecuada”.

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