La vida leída

La vida leída, de Alejandro F. Orradre

La vida leída

Cuando el autor de La vida leída, Alejandro F. Orradre, se comunicó con LyL para ofrecernos su novela, decidí aceptarla con una condición: que no sólo me enviara la versión digital del libro, sino también la física. El requerimiento tenía que ver con un sentimiento que seguramente muchos de ustedes compartirán conmigo: si una novela te gusta, y aunque ames leer en un libro electrónico, debes tenerla en tu biblioteca. Es ese amor a los libros, a tocarlos, a observarlos puestos en fila y reconocerlos a la distancia. Es ese amor a los libros que Alejandro F. Orradre, a través de sus personajes, también deja ver en La vida leída.

La historia transcurre en un pueblo perdido de España, llamado Guardabarros. Allí, el destino o las elecciones propias juntarán a una serie de personajes muy diferentes entre sí que sin embargo se verán unidos por una noticia absurda, de verano, pero al mismo tiempo tan posible en estos tiempos de periodismo basura: un joven, llamado Ray, decide un día sentarse a leer libros en la puerta de su casa y deja de lado todo tipo de relación con el mundo que lo rodea, entrando en una especie de trance lector del que nada ni nadie parece quitarlo.

Los medios de comunicación, ávidos de noticias en una época del año en la que escasean, envían a sus periodistas, quienes se instalan con sus cámaras y antenas móviles frente a la casa del nuevo fenómeno, con el objetivo de captar e informar al país sobre cualquier novedad. Ray, que por supuesto no se entera de nada, solo se dedica a leer y los periodistas deben arreglárselas como pueden para obtener cualquier información, por banal que sea, con la que rellenar sus informes. Una hermosa crítica al rol del periodismo actual, que en lugar de informar sobre lo que en verdad interesa, deciden hacer caso a las bajadas de líneas, haciendo una noticia de una no noticia.

Dos de los periodistas, Guzmán y Aaren, conocen a Bruno, un joven bastante lúcido que va a pasar el verano a Guardabarros con el objetivo de despejar su mente en medio de la inminente separación de sus padres; Bruno vivirá en la casa de su tía, Merceditas, y además de entablar una sana amistad con los periodistas, se verá envuelto en una serie de situaciones que, vistas en perspectiva, sabrá reconocer como el necesario proceso que lo llevó a dejar atrás la adolescencia.

Los pueblos de España son toda una entidad; cuando dejé Buenos Aires para pasar a vivir en A Coruña, los fines de semanas eran toda una aventura. Solía visitar las aldeas de los parientes y allí pude empezar a meterme de lleno en esa especie de mundo paralelo que constituyen los pueblos, con sus reglas propias, sus costumbres añejas, sus particulares habitantes y una idiosincrasia a la que muchas veces resulta difícil aceptar. Y sobre todo, uno se encuentra con esa especie de inmovilidad general que hace que sientas que podrías volver dentro de cien años y todo seguiría igual. Y por supuesto, las apariencias: de aldeas ordenadas y pacíficas, con el tiempo, uno aprende a localizar críticas, cotilleos, rencores, miradas hostiles e historias personales oscuras. Pueblo chico, infierno grande.

Y destaco esto porque creo que el autor logró que los personajes de La vida leída sean la personificación de una aldea. A simple vista los periodistas, Bruno y sus parientes (y el cura y la madre de Ray y los comerciantes) parecen llevar una vida feliz, pero a medida que avanzan las páginas, empieza a caerse la máscara de la apariencia y empezamos a ver la realidad, con lo que la literatura gana terreno y el libro se aferra como por arte de magia a nuestras manos.

En medio de lluvias Macondianas los diferentes personajes se van conociendo (y nosotros a ellos) y afrontando juntos sus diferentes realidades (estoy seguro que el autor ha leído a García Márquez y ha visto la serie Lost); así alguno se preguntará si su vida carece de sentido, otro nos enseñará el valor del acompañamiento silencioso en momentos de crisis, éste verá roto su corazón por un mal de amor y aquél enfrentará los demonios de la adicción al alcohol, entre muchas historias dignas de ser leídas. Pero antes de que las máscaras caigan, las eternas horas muertas de la cobertura periodística llenarán a los personajes de un aburrimiento general que (como bien sabemos los que alguna vez sufrimos) constituyen el germen de largas charlas de las cuales van surgiendo ideas filosóficas sobre el mundo en general y que derivan en un auto análisis de los personajes, punto en el que las máscaras caen y los demonios se enfrentan. Todo este proceso de negación, necesario silencio, posterior análisis y enfrentamiento con el problema, con la superación final (o no) como corolario, se encuentra muy bien narrado por el autor, quien logra manejar los tiempos internos de los personajes de forma sublime y haciendo que la evolución de los mismos llegue de manera real, algo bastante difícil de encontrar en otras novelas.

Escrito de una manera simple pero no por eso menos interesante, y pese a contar con algunos detalles no positivos (a veces se echa en falta un mayor uso de sinónimos) la novela engancha de principio a fin, se lee con fluidez y presenta personajes muy bien logrados a los que uno les pone rostros imaginarios y que permanecen en nuestra mente incluso luego de cerrar el libro.

Narrado en tercera persona, el autor se permite así compartir con nosotros su amor por los libros, sus pensamientos acerca de los comportamientos humanos y varias ideas ingeniosas (y por momentos divertidas, como cuando se pregunta acerca de esa convención social que nos lleva a mentir para quedar bien, en lugar de decir una verdad que puede ofender) Pero sobre todo, Alejandro F. Orradre parece gritar a los cuatro vientos: estoy aquí, soy un autor nuevo y tengo mucho para contar.

Y no solo cuenta mucho, sino que lo hace muy bien.

Roberto Maydana

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