La víspera de casi todo, de Víctor del Árbol

la vispera de casi todoTras las buenas críticas recibidas por las anteriores novelas, tenía ganas de leer algo de Víctor del Árbol, y sin duda el Premio Nadal otorgado en enero de este año era la ocasión ideal para hacerlo. Las redes y los medios especializados han puesto novelas como La tristeza del Samurái y Un millón de gotas en una categoría altísima, y la mejor manera de descubrir cuánto de realidad tienen esas afirmaciones es leyendo La víspera de casi todo.

La última novela del escritor barcelonés se desarrolla principalmente en Punta Caliente, un pueblecito gallego de la Costa da Morte, donde terminan viviendo una serie de personajes de los que es mejor no hablar mucho, pues eso implicaría desvelar partes de la trama. Todos ellos tienen como denominador común la infelicidad que rige su vida. Quizá por eso terminan en un sitio tan alejado de todo, porque solo en sitios tan recónditos como ese uno es capaz de guardar y olvidar los secretos turbios que llevan marcado en su pasado. Y es que en lugares así, el pasado importa más que el presente.

Germinal Ibarra es un policía que conoció el éxito hace tres años resolviendo un caso, pero los remordimientos y la mala conciencia derivada de la resolución del mismo le hace querer olvidarse de todo. Pero eso será imposible cuando una misteriosa mujer aparece en un hospital y pide hablar con él. En ese mismo momento, un sinfín de historias (algunas olvidadas, otras silenciadas) empiezan a girar y a convergir, encaminándose a un punto final desconocido. Por el camino, el lector se va indignando, sorprendiendo, emocionando y también disfrutando.

Víctor del Árbol entremezcla historias y tiempos narrativos de un modo soberbio. Desde Galicia viajamos a Málaga, Alemania, Barcelona o Argentina, siempre marcados por una velocidad narrativa de vértigo. La historia presente y la pasada son dos trenes que viajan por la misma vía, pero en sentidos opuestos, encaminándose a un final trágico pero desconocido.

Aunque Germinal pueda dar la impresión de ser el personaje principal, La víspera de casi todo se caracteriza por ser una novela coral, de personajes fuertes, donde todos tienen su cupo de importancia vital para el desenlace de la historia. Ninguno es prescindible, pues todos tienen algo que ver en la vida de los demás. Todos los personajes están analizados psicológicamente al detalle. Víctor los disecciona como si fueran cadáveres listos para ser sometidos a una autopsia. Y no pretendo ser negro con el símil, pero solo cuando el autor empieza a abrir su piel es cuando encontramos la verdadera naturaleza de los mismos. Y esta es sin duda la parte más difícil de la novela, y la que desarrolla de un modo espectacular.

En La víspera de casi todo descubrimos sin ambages lo que es el verdadero mal, ese sentimiento que habita en gran parte de la humanidad, pero que siempre solemos dominar en mayor o menor medida. No me atrevería a decir que Víctor del Árbol pretende poner cara al mal, o buscar justificaciones a ciertos hechos; simplemente busca ahondar en las causas, rascar en la superficie para encontrar algo de misericordia y bondad dentro de la negrura.

Sin duda termino la lectura de este libro maldiciendo no haber conocido antes a un escritor como Víctor del Árbol. Su modo de narrar es de una belleza estética que abruma. Con La víspera de casi todo se marca una historia profunda, con olores a mar y a salitre. Una historia sobre el peso de nuestro pasado llena de perdedores cuyo acceso a la felicidad parece vetado.

César Malagón @malagonc

8 comentarios en «La víspera de casi todo, de Víctor del Árbol»

  1. He leído La víspera de casi todo hasta la página 130 o 140 y ahí la he dejado, pues ha resultado ser la víspera de una decepción. Ayer tarde fui a la librería donde la había comprado y la cambié por otra novela, la última de Alexis Ravelo.
    El premio Nadal de este año tiene un principio muy bueno. No voy a dar detalles de lo que pasa en esas primeras páginas para no fastidiarle a nadie la lectura, solo diré que cuenta algo que sucedió en el pasado y que queda cerrado, es decir, ese no es el conflicto de la novela. A partir de ahí, nos encontramos con una serie de personajes de los que el autor nos va relatando su vida, saltando de uno a otro. Siempre que leo una novela en la que se cuenta con más o menos detalle la vida de tantos personajes, desde su niñez o juventud, no puedo evitar preguntarme si todos esos datos son necesarios para la trama y subtramas de dicha obra (en la mayoría de los casos es información irrelevante, lo que se suele denominar “paja” para rellenar páginas y páginas y más páginas).

    Mientras avanzaba en la lectura, me preguntaba, ¿dónde está el conflicto? Lo que no puede ser es que llegues casi a la mitad del libro y no haya conflicto por ninguna parte, solo personajes que interactúan entre sí y de los que se cuenta su vida, pero poco más. Bueno sí, hay algo que puede intrigar un poquito, pero muy poquito, al lector, y es qué le ha sucedido a Eva Mahler para ser ingresada en el hospital.

    Por otro lado está la prosa de Victor del Árbol, que no me convence del todo. No quiero decir con esto que sea un mal escritor, ni muchísimo menos (para gustos los colores). Su prosa me parece en algunos momentos correcta, en otros, pretenciosa, desafortunada y cursi. Hay párrafos, como este, que me sacaron los colores por su ingenuidad:
    “Cuando el chico le pregunta por el grifo tatuado: Era el vestigio de un pasado que era cicuta, la consecuencia de una noche de orgía y drogas que terminó en un garaje. Recordaba a aquellos vikingos de cabeza rapada y quincalla en todo el cuerpo, incluso en sus pollas, de tatuajes de fingidos… esos fieros guerreros que se adueñaron de su voluntad medio ausente y la usaron porque era lo que necesitaba de ellos… Sentía sus jadeos alcohólicos. Se turnaban para tomarla…”
    Otra cosa que Víctor hace, con gran maestría, es ralentizar y romper la trama durante toda la novela con frases lapidarias de este tipo:
    ““al empujar la puerta hacia dentro emitió un ruido de secretos” (al más puro estilo Carlos Ruiz Zafón, sí señor).
    Se ha dicho también de esta novela que es psicológica. Hasta lo que he leído, casi la mitad, me parece la novela menos psicológica a la que he hincado el diente en estos últimos años. No he sentido la más mínima empatía por ninguno de los personajes. Pongo un ejemplo, de los muchos que podría citar, donde apreciamos esto: Daniel, uno de los personajes de la novela, es un chico muy joven, virgen, tímido, introvertido, que ha sufrido muchísimo y está traumatizado debido a un fatal y trágico accidente que ha cambiado su vida por completo (ya no digo más para no caer en el spoiler). Este chaval, como he dicho, no ha tenido aún ninguna experiencia sexual. Juzguen este párrafo:
    “Durante unos segundos, Paola le retuvo la mano. A continuación, muy despacio, la guió hacia el muslo, todavía salpicado con el agua del mar. Lo hizo, primero, con la lúgubre impresión de que aquella escena resultaba patética; luego, con un perverso interés cuando los dedos (repite la palabra dedos tres veces en cuatro líneas) de Daniel se detuvieron en el muro de las bragas (suena fatal eso del muro de las bragas); y, por último, con incredulidad cuando esos dedos sortearon el obstáculo y entraron en ella.
    No era posible que aquellos dedos la conocieran tan exactamente. Era como si hubieran dibujado muchas veces el mapa por el que ahora se deslizaban y supieran cómo interpretar esa música secreta” (¿de qué música habla? La metáfora del mapa, vale, ¿pero la música?).
    ¿Cómo un chico tímido, virgen e inexperto, encerrado en su mundo interior, tiene esa habilidad para tomar la iniciativa y volver loca, con tal destreza, a una mujer madura y experimentada que ha pasado por muchas noches de orgías y drogas, como dice Víctor del Árbol varias veces en la novela, “orgías y drogas”. Y esto es psicología de personajes…

    Analizo otro párrafo de la novela:

    “No pensó ni un momento en suicidarse; no de un modo tajante y definitivo, al menos. Permitió que su mundo fuera cada vez más elemental (según la RAE, elemental significa evidente, fundamental o primordial, obvio, de fácil comprensión… Un adjetivo usado con muy poco acierto. No es el único, la novela está plagada de ellos), hasta convertirse en un territorio poblado de seres nocturnos, descarnados (descarnado: Dicho de una EXPRESION o de un ASUNTO: Crudo o desagradable, expuesto sin paliativos… Otro adjetivo mal empleado). y sin rostro (todos tenemos un rostro, ¿no? De una u otra naturaleza… Yo no conozco a alguien que no tenga rostro) —cada vez peores— que tomaban de ella lo que deseaban sin pedirlo. Se sumergió en un territorio de seres primitivos (ahora seres primitivos, antes seres nocturnos) que carecían del tapiz de refinamiento de sus trajes, sus coches y sus casas, de vicios que la empujaban cada noche a una muerte diferente y a un despertar que era una muerte aún peor. Un submundo gelatinoso (gelatinoso: Abundante en gelatina o que tiene consistencia de la gelatina… Otro adjetivo usado con poca fortuna. Podría haber empleado oscuro, morboso, inmoral, ¿pero gelatinoso? A mi alguien me dice: mi mundo es gelatinoso, y no sé a qué se refiere) de drogas, orgías (este hombre está obsesionado con las drogas y las orgías, las menciona a cada momento), escándalos y miedo oculto, de confusiones relativas entre la realidad y la ficción ofrecidas por las pastillas de ácido que se deshacían bajo la lengua. En ese infierno, se rendía el homenaje destructor que, a su parecer, merecía entregándose con lealtad al ser despreciable que creía ser (pero este hombre por qué escribe así, por qué es tan enrevesado. En los talleres de escritura creativa te dicen que cuidado con rizar el rizo, que la mejor forma de decir el sol entraba por la ventana es el sol entraba por la ventana. Cuidado con querer decir las cosas de manera diferente o especial porque la puedes cagar, no todo el mundo tiene el talento de Onetti, Saramago, Roberto Bolaño, Cortázar, Pablo Gutiérrez, Casavella… Escribir empleando una prosa poética y que quede bien es muy difícil, hay que ser muy buen escritor) Ya no podía volver sobre sus pasos en ese viaje alucinógeno de color plata (ya estamos con los colores, en esta novela todo tiene color, bueno pensemos que lo de color plata es por el papel de albal y la droga, por pensar algo) donde cada escalafón era más bajo, más cochambroso…” (escalafón: Lista de los individuos de una corporación, clasificados según su grado, antigüedad, méritos… ¿Qué habrá querido decir el autor con escalafón?)

    Resumiendo, una novela soporífera que tuve que dejar casi a la mitad, con una prosa poco efectiva y en muchas ocasiones cursi y pretenciosa.
    Le doy una puntuación de 5 sobre 10.

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    • Buenas Juan Carlos:
      Lo primero de todo, gracias por tu comentario. Es una lástima que no hayas disfrutado de este libro de Víctor del Árbol. Obviamente, mi impresión del mismo no coincide contigo, como habrás comprobado, jejeje.
      Leyendo solo 130 páginas es difícil que te hagas una impresión global de la obra, pero yo pertenezco al “Club de los lectores cabezones”, que una vez que empiezan una novela la terminan, aunque sea soporífera. Esto daría para un largo debate entre los que siempre terminan un libro y los que los dejan a medias. Debate en el que no es necesario entrar, pues todos tienen razones de peso para defender cada postura.
      Dicho esto, espero que al menos sí que disfrutes con la última novela de Alexis Ravelo, otro autor que me encanta y del que ya hemos reseñado en el blog varias de sus novelas (https://www.librosyliteratura.es/autores/alexis-ravelo).
      Un saludo!

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      • La de Alexis Ravelo me ha gustado bastante más.
        Hay quienes ni llegan a las 130 páginas y se quedan en las primeras 50 o 60, si la obra no les convence. Los motivos por los que dejé La víspera de casi todo en la página 130 o 140, son dos: no me interesa lo que me cuenta el autor ni cómo me lo cuenta, es decir, no me interesan ni la forma ni el fondo.
        Enhorabuena por el blog, de lo mejorcito que he visto en Internet.
        ¡Saludos!

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      • César, lector, un libro se termina cuando atrae, cuando tensiona su argumento, cuando deseamos pasar página a ver qué pasa. En este caso, me ha resultado pesado y pretencioso. Ya te digo que no lo he acabado, aunque luché por acqbarlo pero me ha resultado tedioso.
        Para muestra, un botón, o dos. Casi al final de la novela entra Ibarra a detener a Mauricio. ¿Te imaginas la escena, toda la secuencia? ¿Es verosímil? Madre mía, que ensalada de movimientos absurdos. El segundo botón, por no abundar más es por qué las mujeres maduras prefieren impepinablemente a los jovencitos. ¡Qué fijación! Cansa, por otra parte, tanta vuelta al pasado cuando comienza una acción.
        Premio Nadal. Cómo serían las otras novelas.
        Hay frases que cualquier profesor de redacción corregiría

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