Las chicas de campo

Las chicas de campo, de Edna O´Brien

Las chicas de campoEsta magnífica obra está ambientada en la muy católica y más opresiva Irlanda de hace medio siglo, un lugar y una época sin duda idealizados y trasladados a nuestros días con el filtro bucólico y amable de la Irlanda rural ruda pero apacible llena de gentes de buen carácter y un trasfondo alegre aunque en ocasiones se les fuera la mano con las pintas o con las peleas que tan literaria y tan cinematográficamente nos es familiar. Pero no, ni Las chicas de campo se limita a la Irlanda rural ni su visión sin duda evocadora oculta los problemas de unas vidas marcadas tanto por la dureza de sus condiciones como por el anhelo de libertad de las jóvenes que la protagonizan. Y no sólo de las jóvenes. En la Irlanda de Las chicas de campo el padre borracho y maltratador es un borracho y un maltratador y por tanto un monstruo al que la hija ni puede ni quiere perdonar. Ni perdona. En la Irlanda de Edna O´Brien las monjas del internado católico en el que estudian las protagonistas no son edificantes muestras de almas caritativas consagradas a hacer el bien a través de la educación sino que son tan autoritarias y cortas de miras en su faceta humana como incompetentes en la docente. En la Irlanda de Las chicas de campo y Edna O´Brien la sexualidad es tan naif, los personajes son en el fondo tan inocentes en sus pretensiones románticas (que pese a todo deben defender frente al mundo con rebeldía y determinación, cada cual a su manera), que con ojos de hoy día sorprende que fuera considerada en su momento una novela escandalosa hasta el punto que el párroco del pueblo natal de la autora tuviera a bien quemar públicamente tres ejemplares como lección moral para encauzar almas descarriadas. Pagados con dinero del cepillo, eso sí.

El retrato de los padre de Caithleen, la protagonista, es extraordinario, en positivo la madre y en negativo el padre, pero el personaje más sorprendente quizás sea Baba, su amiga a la que une una relación tormentosa a causa del despótico carácter de ésta por la que no obstante siente un gran cariño. Las gentes de las chicas de campo son buenas gentes, quiero decir que el ambiente general que se desprende de la novela es el de esa Irlanda bella y apacible de nuestro subconsciente lector, en el entorno de Caithleen hay cierta tolerancia incluso hacia la rebeldía de Baba, personaje difícil de comprender en otro lugar que en esta novela y de la mano de una prosa menos extraordinaria que la de Edna O´Brien, sin embargo el hecho de que el cariño y la buena vecindad (y no pocas dosis de hipocresía) puedan establecer puentes entre personajes de clases diferentes no obsta para que entre esas clases no existan muros insalvables. Las chicas de campo es una novela realista, costumbrista si se quiere, en la que no caben más concesiones que las que la vida otorga.

Caithleen y Baba son la chica buena y la chica mala, la estudiante brillante y la indolente, la tranquila y la traviesa, la leal y la traicionera, la decente y la aviesa, la apocada y la atrevida y no obstante se mantienen unidas por sus vínculos amistosos y  por su destino común de buscadoras de una libertad y un amor que a ninguna de ellas les va a resultar fácil encontrar. Su búsqueda las lleva finalmente a la ciudad y ésta les supone la conquista de la anhelada libertad en estado de espejismo y la del amor en forma de ilusión, o de desilusión, según se mire. El amor imposible para las chicas de campo no es más posible para las de ciudad sino como engaño, como vida furtiva, y hay que agradecer a Edna O´Brien que en esto no resulte igual de moralista que la sociedad que critica, no hay moralejas ni premios para las chicas buenas en contrapartida a los castigos que sufren las chicas malas. La vida resulta cicatera en su administración de la felicidad y su criterio de reparto desde luego meritocrático.

Las chicas de campo es una novela extraordinaria y  Edna O´Brien una narradora magistral que nos introduce en la historia con una naturalidad tan vívida que nos sorprende no ser capaces de sujetarle el puño al miserable padre maltratador cuando le propina una paliza a la madre, porque nosotros estamos allí, viéndolo, y nos reprochamos no haberlo podido evitar. Nos parece imposible no encontrar en nuestra nevera algún comestible en la tienda en la que Caithleen trabaja como dependienta, ya que hemos estado allí, nos recriminamos no haberle regalado algún que otro consejo que la ayudase a esquivar alguno de los golpes que recibe tanto de propios como de extraños, haberle hablado del amor, haber intervenido en sus discusiones con Baba. Incluso a poco que cierre uno los ojos le resulta verosímil el recuerdo de sus estudios en el internado de señoritas del convento de monjas. La literatura nos ha regalado a menudo visiones de Irlanda más o menos amables, más o menos idealizadas pero habrá que convenir que algo tiene cuando incluso en las más duras uno acaba por enamorarse de esa tierra aunque sólo sea por lo bien que la han escrito.

Andrés Barrero
andres@librosyliteratura.es

 

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