Las chicas de la buena suerte, de Kelly Harms

Las chicas de la buena suerteImagina que ganas una casa de un millón de dólares. Imagina que tiene todo lo que has deseado, incluso una piscina infinita —que es una de esas que, gracias a su corriente continua, te permite nadar sin moverte del sitio—. Imagina que antes de que te tocara no tuvieras un sitio donde vivir, que ahora es cuando vas a poder tener un lugar donde pasar las noches. Imagina que todo es perfecto, pero cuando llegas a tu maravillosa casa… te enteras de que ha habido un error y hay otra persona que ha ganado la misma casa que tú.

Así empieza Las chicas de la buena suerte. Solo se me ocurre una palabra que pueda definir esta novela: optimismo. Optimismo es lo que he sentido en cada una de las páginas que iba leyendo. Como os imaginaréis, la historia tiene dos protagonistas: las dos mujeres que ganan la casa. Se llaman igual, de ahí que las dos hayan resultado ganadoras; pero lo cierto es que no pueden ser más diferentes. Una es una sarcástica superviviente, una chica que tras tener que vivir en casas de acogida aprendió que, por muy difícil que sea salir adelante, todo se lleva mejor si se tiene humor. La otra, soñadora y con una vida idílica totalmente planeada, ve cómo su futuro se desmorona y no puede más que construirse un caparazón para aislarse del mundo. Esta última, por suerte, tiene a su lado a su tía abuela Midge, una carismática anciana que hará las veces de hada madrina y que intentará guiarla para que salga de la cueva en que se ha convertido su vida.

Aunque no sea muy aficionada a las novelas de verano, como últimamente he visto que llaman a las historias frescas y sin complicaciones, perfectas para un día de playa, yo me he enamorado de esta novela. Kelly Harms ha hecho que me encariñara con sus personajes y con lo que me ha hecho sentir mientras la leía. He sentido que todo era posible; que no importa cuáles sean los obstáculos que la vida quiera ponernos, que al final uno obtiene lo que se merece. Obviamente no hablo de una casa de un millón de dólares —que no estaría mal—, sino que hay cosas mucho más importantes, aunque suene a tópico. Cosas que descubriremos a medida que leamos el libro; no seré yo quien destroce la historia.

Aviso a navegantes: ni se os ocurra leer esta novela con hambre. Una de las protagonistas cocina maravillosamente bien; tanto, que hasta te llega el olor de la comida a través de las páginas. Así que, o la cogéis con el estómago bien lleno, o más vale que en la nevera os esté esperando un delicioso pastel de chocolate con cerezas. No apto para personas a dieta, sin duda.

Lo terminé de leer ayer y ya se lo he recomendado a cuatro personas. Y lo he hecho sin miedo, sin reparos. Que yo estuviera ávida de una novela de este tipo, que contuviese ese optimismo que mencionaba al principio, quizá sea la razón por la que he sentido una conexión especial con sus protagonistas. No sé si algún día ganaré una casa de un millón de dólares; no sé si en algún momento de mi vida tendré una piscina infinita —con la que voy a soñar más de una noche—, pero lo que sí sé es que cada vez que piense en esta novela me va a venir una sonrisa a la cara. Porque es una historia a la que he cogido cariño. Siempre he oído eso de que para cada momento de la vida hay una novela; pues esta ha venido en el momento perfecto.

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