Las raíces del mal

Las raíces del mal, de Roberto Costantini

Las raíces del malQuienes hayan leído Tú eres el mal (quienes no, ¿a qué están esperando?) tuvieron el placer de asistir a uno de los debuts de género criminal más impresionantes de los últimos años. Tú eres el mal era un verdadero tour de force de Roberto Costantini, con un protagonista, el comisario Michele Balistreri, de una hondura y de un realismo poco frecuentes en el género –bueno, y en la producción literaria contemporánea–, y con una historia caleidoscópica, en la que el asesinato de una muchacha era un sugerente punto de partida que no hacía presagiar el criminal, esperpéntico y muy lúcido gran guiñol con el que el lector estaba próximo a encontrarse a medida que pasaban las páginas. Una no podía parar de leer, y no sólo por el afán de desvelar el misterio inicial, sino por saber cómo iba a acabar todo aquello y qué iba a ser de aquel Balistreri que no se sabía muy bien si era héroe o villano de la función.

Pues bien, con Las raíces del mal, Costantini no sólo ha conseguido igualar aquel logro, proporcionándonos una lectura de 600 y pico páginas que se leen como si fueran seis, sino que ha hecho de Balistreri un personaje aún más auténtico, más creíble, más lleno de aristas, más humano… y más misterioso. Así que pónganse cómodos y prepárense para una segunda parte que no sólo no tiene nada que envidiar a la primera, sino que sirve a Costantini para darse el lujo de efectuar un triple salto mortal sin red, un más difícil todavía, con una historia profundamente dual y, sin embargo, perfectamente simétrica, tan híbrida en su apariencia como precisa en sus mecanismos, y asombrosa en sus logros. Pues Tú eres el mal, primero, y Las raíces del mal, ahora, conforman una bilogía –esperemos que haya al menos una tercera parte– singular en el mundo de la novela negra: son novela negra, sí, y lo son de forma netamente gozosa para el amante del género, pero son también retrato de un personaje muy complejo, un acertijo en sí mismo para el lector; son denuncia del poder, de las hipocresías del sistema establecido, de la corrupción reinante que permea la sociedad en todas sus capas, llegando hasta los lugares más insospechados y que uno cree más a salvo; de la sed de mal que puede alentar en cualquier persona, quizás porque sí, o quizás por algún incidente casi por todos olvidado. Para ello, Costantini nos cuenta la tormentosa juventud de Balistreri, en la Libia pregolpista, donde ya se fraguan los que serán sus grandes conflictos en la edad adulta: su mala relación con el padre, su visión de las mujeres, el principio y el final de su amistad con otros jóvenes, su enemistad con determinados personajes importantes de Libia y, posteriormente, de Italia. Todo lo explicado en esta primera parte es necesario para entender bien la segunda, donde Balistreri es un policía acomodaticio y bon vivant en Roma, justo después de haber arruinado su primer caso importante (el cual se nos describió en Tú eres el mal).

Y estos libros son algo más que historias criminales y biográficas muy bien urdidas y escritas. Las raíces del mal confirma lo que en Tú eres el mal pudimos captar y disfrutar: que Roberto Costantini es uno de esos autores, pocos autores, cuyo mensaje cala más hondo en tanto en cuanto es intuido y va más allá de lo explícito –y, créanme, lo explícito en Las raíces del mal es mucho. Al terminar el libro, queda en nosotros un poso de pesimismo con respecto a la nobleza del alma humana, por todo lo que se nos ha dicho frase tras frase pero, sobre todo, por lo que permea estas 600 y pico páginas. No sé si llamarlo halo, concepción del mundo del autor, sensación… pero al final, sentimos que lo que Costantini nos quiere transmitir –y, de hecho, nos ha logrado transmitir– es mucho más que la siniestra historia de maldades, crímenes, traiciones y asesinatos que hilvana sus páginas. Es la sensación muy real de un mal omnipresente que inunda el mundo donde se mueven Balistreri y los demás personajes de la novela y, por extensión, nuestro propio mundo. Un mal capaz de cualquier cosa por cumplir unos objetivos muy mundanos, muy egoístas y, a menudo, terriblemente banales.

En ese mundo sin esperanza, destacan los pocos héroes de la novela; ni siquiera Balistreri merece ese título, pero sí un admirable personaje femenino, la joven Claudia Teodori, apenas esbozada en Tú eres el mal y sabiamente aprovechada por Costantini en esta continuación. Su historia, trágica y heroica, es quizá la más noble que nos narra esta inolvidable novela.

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