Los amigos de Eddie Coyle

Los amigos de Eddie Coyle, de George V. Higgins

Los amigos de Eddie coyle

Esta novela negra, con sus personajes ambiguos y sus diálogos trepidantes, revolucionó el género en 1970, rompiendo los rígidos estereotipos imperantes hasta entonces.

Después del trabajo, algunos clientes habituales pasaban por allí a tomarse una cerveza, pero a estas horas el bar se estaba quedando vacío.  De cuando en cuando, el hombre de detrás de la barra echaba una mirada distraída a través de la luna del establecimiento al Charger RT estacionado en la acera de enfrente.

Cuando decidieron que el local estaba suficientemente tranquilo, los dos individuos que esperaban dentro del Charger se apearon, cruzaron la calle con paso decidido y entraron en el bar.  Sólo quedaba un cliente sentado en la mesa del fondo, de espaldas a la puerta, leyendo el Record casi en penumbra.

―Eh, Fondisi ―dijo el mayor de los dos tipos al barman.  Tenía unos treinta y cinco años y llevaba botas de ante, pantalones de lanilla acampanados y chaqueta de cuera negra.  El otro, más joven, se mantenía detrás de él y sólo destacaban sus gafas de sol y sus patillas―.  ¿Cómo va el negocio?

―Ya ves, Wheelan ―respondió el barman sin levantar la mirada―, me va peor que a ti.  Vaya coche bonito tienes.

―Era de un tipo del oeste del estado que lo utilizaba para transportar priva ―dijo Wheelan―.  Pobre desgraciado; lo pagó en efectivo y le colocaron en el primer viaje.  No entiendo cómo les sale rentable vender el material si cada vez tienen que comprar un coche nuevo.

―Bueno, a veces no les pillan ―dijo el barman.

―No sabía que estuvieras al corriente de esos asuntos ―dijo Wheelan.

―Bueno, no lo estoy ―replicó el barman―.  ¿Vais a tomar algo?

―Ponme un vodka martini ―pidió Wheelan―.  Con mucho hielo, Fondisi, no seas agarrado.

―Yo tomaré una Coors ―dijo el tipo de las gafas de sol.

―¿Qué te trae por aquí, Wheelan? ―perguntó el barman.

―Pues mi amigo y yo nos preguntábamos en qué andaría metido últimamente Frankie Waters ―dijo Wheelan―, así que le dije a mi compañero «te voy a presentar a un viejo amigo que seguro que puede contarnos algo».

―Y yo qué sé ―exclamó el barman―, yo soy un simple camarero que se mata a trabajar para vender tres jodidas cervezas, esas cosas las deberíais saber vosotros, los polis.

―Pero he oído que últimamente Frankie viene mucho por aquí ―dijo Wheelan.

―Esto es un bar, por aquí viene mucha gente que no conozco ―dijo el barman, visiblemente molesto.

―Vale, Fond, tío ―aceptó Wheelan―.  No te cabrees.  Sólo pensé que a lo mejor conocías a Frankie.  De todas formas podrías estar pendiente, por si aparece.  Suele ir con Watters, ya sabes, el que se metió en aquel lío con los Panteras.

―¿Y por qué tendría que hacerlo? ―preguntó el barman.

―Fondisi, tienes pendiente una comparecencia ante el gran jurado en New Hampshire ―dijo del tipo de las gafas de sol, levantando la voz―, sería bueno para ti…

―Mira, tío ―le interrumpió el barman―, bueno para mí es no meterme en follones y mantenerme alejado de los polis como tú.  Me parece que aún no te has enterado de cómo funciona esto.  Te voy a hacer un favor ―el barman sacó un libro de un cajón y lo dejó sobre la barra―.  Toma, léete esto.  Sabes leer, ¿no?.

El poli joven le lanzó una mirada furiosa por encima de la montura plateada de sus gafas de sol.  Decidió que era mejor tener paciencia.

―Se titula Los amigos de Eddie Coyle ―continuó el barman―.  Lo escribió un tal George V. Higgins.  El tipo fue fiscal en Boston, así que sabía de lo que hablaba.  Me parece que has visto demasiadas películas; la vida por aquí no se parece a La jungla de asfalto y ninguno de vosotros tiene la planta de Sterling Hayden.  Aquí no hay buenos ni malos, ¿sabes?.  Los chicos ayudan de vez en cuando a la poli y vosotros, de vez en cuando, sacáis tajada de sus negocios.

»Mira, aquí todos somos currantes, tipos normales preocupados por pagar la hipoteca o el dentista de los críos.  Todos salimos cada mañana de casa a hacer nuestro trabajo, ya sea atracar bancos, detener traficantes de armas o servir cervezas a polizontes entrometidos.  Y lo único que pretendemos es sacarnos un puñado de dólares que llevar a la parienta y, si es posible, no terminar en chirona o en el maletero de un coche con una bala en la cabeza.

»Olvídate de los polis heroicos que siempre tienen preparada una frase irónica, de los mafiosos elegantes y de las brillantes mentes criminales.  Aquí ni siquiera hay una investigación propiamente dicha, ¿verdad, Wheelan?  Uno sale a la calle, se encuentra con gente y habla con este y con aquel.  Y como todos intentan aprovecharse los unos de los otros y todos están acojonados por si algo sale mal, al final, a veces, algún chico malo termina ante el juez.  Pero es sólo un juego al que todos juegan y en el todos intentan hacer trampas.

»Además, tío, es un libro cojonudo, hazme caso.  Tiene unos personajes tan reales que parece que alguno va a salir de las páginas y te va a encañonar con su 38.  Y los diálogos son increíbles.  En realidad, casi todo el libro es un diálogo frenético.  Es como una novela negra, pero en colores.  Venga, léetelo y luego vuelves a darme las gracias.

―Coño, Fond, no sabía que además de golfo y borracho, fueses poeta ―dijo Wheelan cogiendo el libro y entregándoselo al poli de las gafas de sol―.  Bueno, nos largamos.

―Hasta otra ―dijo el barman.

El poli de las gafas de sol se dirigió a la calle mientras Wheelan se demoró pagando la consumición.

―Wheelan ―dijo el barman casi en un susurro―, me estoy acordando de algo que a lo mejor te puede interesar.  ¿Sigues yendo a pescar con aquel tipo que era ayudante del fiscal allá arriba?

―De vez en cuando ―constestó Wheelan―.  Ya sabes adonde llamarme si quieres apuntarte a pasar un día en el río.  Adiós.

―Adiós ―se despidió el barman.

El hombre de detrás de la barra volvió a sus ocupaciones.  De la televisión situada en la pared, sobre las mesas vacías, llegaba la voz del locutor que leía con tono cansino los titulares del noticiario: “Esta mañana, cuatro hombre armados, con la cara cubierta con medias de nailon, han huido del First Agricultural and Commercial bank en Hopedale con un botín que se calcula en noventa y siete mil dólares.  Los atracadores irrumpieron…”.

Todavía pasaron diez minutos antes de que el cliente sentado al fondo del bar se levantara y se dirigiera hacia la puerta.

―No sabía que te dedicaras a reseñar libros ―le dijo al barman al pasar junto a él.

―Hay muchas cosas que no sabes, Frankie ―contestó el barman―.  Nos vemos esta noche.  Y no olvides llevar el material.

Javier BR
javierbr@librosyliteratura.es
@javierbrr
recordatorio

 

7 comentarios en «Los amigos de Eddie Coyle»

  1. Y yo que soy poco de novela negra… pero esta novela me cautivó. Por su ritmo, por sus personajes, por todo junto, supongo.

    Gracias por vuestros comentarios. Saludos.

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