Los mejores terrores en relatos

Los mejores terrores en relatos, de varios autores

Los mejores terrores en relatos se nos presenta como una antología, obviamente, de terror; pero, en el fondo, se puede describir también como una carta de amor. Amor anacrónico por un mundo que no sólo ha caducado, sino que es imposible de resucitar, no ya en los motivos y símbolos que utilizaba y que lo caracterizaban –la mansión encantada, los fantasmas, los espíritus malignos, los vampiros de toda la vida, las atmósferas propias del relato gótico victoriano; el miedo a la oscuridad y a la noche, a la soledad, al desamparo, todos ellos grabados en nuestros genes desde tiempo inmemorial…–, sino, sobre todo, en los terrores y en la reverencia que era capaz de suscitar en nosotros.

Porque, admitámoslo: aunque seguimos buscando el placer que nos provoca el terror –eso sí; estando bien guarecidos de él, siendo los oyentes de una historia o los espectadores de una película o quizá una escena de la vida real–, ya no es lo mismo; la emoción no es la que la primera vez nos sorprendió y nos pasmó cuando éramos pequeños; esa emoción no se ha repetido nunca, y es la que seguimos intentando invocar. Y cada vez va a ser más difícil hurtarnos a un mundo que no lo sabe todo, pero que actúa como si fuera así; un mundo demasiado cínico y politizado, demasiado lleno de luces artificiales a todas horas, de ruidos, de explicaciones que, a veces, están de sobra.

Con Los mejores terrores en relatos, su editor y prologuista, Miguel Ángel de Rus, rinde homenaje a ese mundo que se fue para no volver. Los amantes del terror clásico lloramos su muerte, pero no es más que una elegía, de modo que Los mejores terrores en relatos son un homenaje que me provoca ternura y que invita a abordar la lectura desde la nostalgia, aunque también desde la curiosidad por ver quiénes son los autores elegidos y qué tipo de terror cultivan los numerosos –si bien, para el público en general, desconocidos– autores contemporáneos invitados a participar.

El mayor valor de esta antología consiste, sin dudarlo ni un momento, en haber recopilado y ofrecer al lector contemporáneo relatos de escritores clásicos, y no sólo en el campo del terror: junto a Edgar Allan Poe o H.P.Lovecraft, maestros de escritores de este género y siempre actuales, encontramos a toda una Virginia Woolf en plena forma, con un cuento que ningún lector contemporáneo calificaría hoy como terrorífico pero que depara un placer sensorial como sólo los textos bien escritos pueden deparar; a un Charles Baudelaire capaz de hacernos sentir dentro de un sueño de láudano; a un W.B.Yeats que nos viene a demostrar que se puede hacer poesía de terror; y a otros, como Chejov, Guy de Maupassant, Alphonse Daudet o Auguste Villiers de l’Isle Adam. Además, comparecen otros autores no menos clásicos ni menos excelentes pero sí de eco más limitado a uno o dos géneros. Autores que merece la pena descubrir o revisitar, como son E.F.Benson, Saki o Robert Leslie Bellem; de este último es uno de los relatos más largos de la colección, un cuento de vampiros de los que ya no se escriben, y que uno se puede imaginar siendo contado al amor de una hoguera en una noche de tormenta.

Con semejantes clásicos y clásicos modernos, es de esperar que el nivel de calidad literaria no sea del todo uniforme; y, de hecho, así es. Entre los autores jóvenes, hay de todo: voces que apuntan maneras o que decididamente están asentadas en un estilo maduro, y otras que todavía tienen mucho (o muchísimo) que aprender.

En general, es reconfortante no saberse una sola en su admiración por el terror fantasmagórico de toda la vida, el que asustaba a nuestros antepasados casi hasta las cavernas… hasta que llegó esta época, excesivamente cientifizada y tecnologizada y a estricto régimen de fantasía, de imaginación, de poesía y de fe. Por tanto, Los mejores terrores en relatos constituye una apuesta a contracorriente de M.A.R. Editor, y toda apuesta a contracorriente es una apuesta llena de valentía. No puedo dejar de hacer notar los múltiples errores dactilográficos o de redacción –en algunos casos, dificultan la comprensión de la oración a la primera lectura– que salpican la edición, y que no deberían pasarse por alto para próximas ediciones.

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