Mala letra

“Mala letra”, de Sara Mesa

mala letra

Tenía ganas de pillar por banda a Sara Mesa. Tantas alabanzas a Cuatro por cuatro y, sobre todo, a Cicatriz, elegido libro de 2015 en varios medios, acabaron por calar, así que había que ver de qué iba la cosa.

Una vez leído, puedo decir que, si los libros mencionados son la mitad de buenos que el conjunto de once relatos que conforman este Mala letra, habrá que lanzarse por ellos (yo ya tengo reservadito Cicatriz para una lectura próxima).

Hace tiempo comenté que me encantaría escribir como Manuel Rivas escribe sus cuentos. Con historias de la cotidianidad envueltas en un desarrollo normal, a veces trágico y otras no, pero reconociendo siempre en ellas la vida misma, con sus virtudes, alegrías y penas y con un magnetismo impregnado en sus palabras que te obliga a seguir leyendo.

No digo que Sara Mesa escriba como Rivas, aunque también me gustaría dominar la prosa como ella, pero sus historias son también magnéticas y retratan también el día a día, con la salvedad de que ahondan en el lado poco amable de la vida.

“El mundo es impasible ante cualquier cosa que suceda, por inusual, horrible o cruel que ésta sea. Visto así, el mundo no tiene mucho que ver, realmente, con nosotros.”

Sus historias lo son de personajes que entiendes, con los que empatizas fácilmente, porque de forma hábil los focos de cada historia van repartiéndose de manera imperceptible por los diferentes actores de cada cuento.

A esto también ayuda que, aunque los argumentos puedan ser dispares, los temas subyacentes sean conocidos por todos nosotros, y que en más de una ocasión, los protagonistas sean infantes o jóvenes.

La pérdida (o huida) en El Cárabo; la muerte y los secretos de los niños en Mármol; la enfermedad y la discriminación escolar en Apenas unos milímetros; la culpa en Creamy milk and crunchy chocolate; la familia como una cárcel y el qué dirán en Nada nuevo; otra vez la opresión familiar en Nosotros, los blancos; el terror (visto ahora, unos días después de haberlo leído) de Papá es de goma

Y llegados al último, Mustélidos, donde parece ser la propia autora una de las voces de esa historia al afirmar que escribe porque “Eso soy yo. La escritura como desagüe.. Conjuraba el peligro escribiendo sobre el peligro. Dándole forma al horror evitaba la realización del horror” –de la misma forma que los niños (y no tan niños) juegan a no pisar las juntas de las baldosas en la calle– y  relato este en el que su compañero de trabajo no comprende que esa mujer, –cuyo libro sobre suicidios, depresiones e incestos  él ha leído –, sea la misma persona que se entusiasma con una nutria.

Todo esto, repito, embellecido a través de una prosa ejemplar que parece fácil de realizar cuando se lee o que, es más, puede incluso pasar desapercibido durante la lectura. Algo que José Ángel Mañas decía por boca de el protagonista de Soy un escritor frustrado:

“El arte de la escritura es así. Necesita de una técnica cristalina para que el lector pierda conciencia de la forma y se concentre en el contenido”.

Eso es algo que Sara Mesa consigue y tiene mucho mérito.

Once relatos, algunos mejores que otros, pero todos recomendables por su gran calidad y la precisa y certera destreza de un bisturí al eviscerarnos la vida misma. La vida en once cuentos.

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