Mi madre y la música

Mi madre y la música, de Marina Tsivietáieva

Mi madre y la música
Mi madre nos dio de beber de la vena abierta de la Lírica, como nosotras después,
habiéndonos abierto la nuestra sin piedad, intentamos dar de beber
a nuestros hijos la sangre de nuestra propia tristeza. Qué suerte para ellos – que no lo
conseguimos, para nosotros – ¡que lo consiguiera!

Si la relación de una madre y su hija es algo de natural literario, contada por Marina Tsivietáieva sólo podría ser lo que es este pequeño tesoro, la vida en 64 páginas, la belleza, la frustración, el esfuerzo, las expectativas defraudadas, la convivencia y, como no, la música, pasadas por ese tamiz que lírico ilumina cada objeto de la mirada de una poeta como ella. La sensación final es triste, no parece que para la madre de Marina la música fuera algo diferente de lo que fue la poesía para su hija, pero a diferencia de ésta no pudo vivir su pasión con la libertad, la emoción y el valor de poeta con que ella logró hacerlo.
Porque lo que muestra Mi madre y la música es el drama de una virtuosa que sólo pudo actuar en una ocasión y que trató de traspasar su talento y su capacidad a sus hijas en la esperanza de que vivieran por ella lo que no pudo disfrutar (mi madre nos inundó con toda ala amargura de su vocación no realizada, de su vida no realizada, nos inundó de música, como de sangre, la sangre de un segundo nacimiento). Y sabía que no lo lograría, pero en realidad se equivocaba, lo consiguió y no se dio cuenta de ello, porque ¿acaso la poesía de Marina Tsvietáieva es otra cosa que un grito de  música silenciosa?, ¿acaso su prosa no es música?

Más tarde, por las necesidades del ritmo de mi escritura, me vio obligada a separar, a romper las palabras en sílabas por medio de un guión inusual en poesía y, durante años enteros, todos lo afearon, y pocos – me alabaron (unos y otros por “la modernidad”), pero yo nunca pude responder nada más que: “Así ha de ser”, – y, de pronto, un día vi con mis propios ojos, aquellos textos de las romanzas de mi infancia llenos de guiones perfectamente legítimos – y me sentí purificada…

Observamos en Mi madre y la música la dura disciplina del aprendizaje, la probablemente excesiva exigencia de la madre, pero sobre todo entrevemos la fascinante personalidad de Marina Tsvetáieva, su extraordinaria sensibilidad y la originalidad de su pensamiento de poeta libre. No es una crónica de la infancia, aunque trate de ella (Si con mayor frecuencia las madres dijeran cosas incomprensibles a sus hijos, estos hijos, al crecer, no sólo comprenderían más, sino que actuarían con mayor seguridad. Al niño no hay que explicarle nada, al niño hay que – hechizarlo. Y mientras más enigmáticas sean las palabras del hechizo – más profundamente arraigarán en él, más indiscutiblemente actuarán), no es un tratado de música, aunque hable de ella, es un libro de amor, de amor sincero, agradecido, desgarrado, sin condescendencias, sobreactuaciones ni disonancias de una hija a su madre, de una poeta convencida de que es posible entrar dos veces en el mismo río, de amor a la vida.

Yo, silenciosa y obstinada, reduje mi música a la nada. Como el mar, que cuando se retira deja huecos, primero profundos, después menos, después apenas húmedos. Estos huecos musicales –huellas de los mares maternos- en mí se quedaron para siempre.

Andrés Barrero
andres@librosyliteratura.es

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