Un minuto antes de la oscuridad

Un minuto antes de la oscuridad, de Ismael Martínez Biurrun

un minuto antes de la oscuridadNo lo sabes, pero el mundo ha terminado. Puedes ver las señales, pero no acabas de creértelo. Las llamas, el humo, la sangre reseca tras la batalla, el silencio que deja la muerte. Porque cuando el mundo acaba sólo queda eso, silencio. Y tú, como superviviente, te aferras a lo que toca, a lo que te puede mantener anclado en la tierra pero con una especie de miedo a todo lo que te rodea. Tu familia ya no es la misma, tus vecinos promueven la ley de la selección natural, y el trabajo no tiene sentido. Lo único que importa es llegar al día siguiente, a pesar de todo lo que te anuncia que no será así. No lo sabes, pero el mundo ha explotado, se ha tragado a sí mismo, te ha vomitado de la cadena de los seres humano y sólo te queda algo como Un minuto antes de la oscuridad para entender por qué ha sucedido. Las calles están vacías, los edificios están poblados por gente que no confía en otra gente, las miradas son siempre de reojo y los secretos se mantienen bajo llave, porque hasta en la más furibunda de las guerras la palabra puede convertirse en el arma más poderosa. Te llega el olor a quemado, a carne chamuscada, al miedo a intentar huir y verte con una bala en la cabeza. El mundo ha terminado, y tú, que lees esta reseña, estás a punto de descubrirlo en tus propias carnes.

Madrid ya no es una ciudad segura. Familias como la de Ciro, Sole y su hijo tienen que intentar sobrevivir en un mundo que ya no es el que conocían. Tendrán que decir, entonces, si huir o enfrentarse o luchar contra la amenaza, convertida en una multitud que tomas las calles por la noche, y por una conspiración que pretende derrocar el único aliento de normalidad que quedaba.

 

Lo de Ismael Martínez Biurrun es de nota alta. Cuando empecé esta novela pensé que me encontraría ante algo que ya había leído antes: una catástrofe, una ciudad destruida, el colapso, la brutalidad que surge en este tipo de situaciones, y un largo etcétera que, de seguro, habéis leído en numerosas ocasiones. Pero, aunque siendo verdad que esos elementos aparecen en esta novela, todo es diferente en ella. Un minuto antes de la oscuridad convierte una historia en una obra tan grande como sólo pueden parirla los escritores que imprimen en sus letras algo de lo que se carece últimamente: la pasión por lo que están contando. Con un ritmo pausado, pero que encierra el vértigo de la acción, el autor envuelve al lector del libro en un espectador de la barbarie, de las situaciones límite en las que nos vemos envueltos los seres humanos en situaciones extremas, convirtiendo el género de ciencia ficción en una posible realidad futura que, sin ser demasiado ligero en mis afirmaciones, podría llegar a darse y no nos extrañaría. Una novela como esta, pues, era necesaria en un momento en el que las carreteras que nos llevan al trabajo, las viviendas que nos protegen de lo que hay ahí fuera y nosotros mismos, nos vemos abocados a un fracaso absoluto, a un colapso propio del fin de una especie. ¿Realidad entonces o ficción? Una mezcla de ambas que se traduce en una obra que se encarga de lanzarnos al precipicio y convertirnos en una masa informe.

Alguien como yo, que no es aficionado al mundo de la ciencia ficción, que dentro de todas las ofertas que se estrenan cada día en el mundo haya elegido esta historia implica varias cosas: la primera es que llama poderosamente la atención la capacidad de Ismael Martínez Biurrun de meternos en materia, de llevarnos de la mano por el horror pero con la sensación de estar observándonos a nosotros mismos siendo protagonistas de la historia; la segunda, que Un minuto antes de la oscuridad se convierte desde ya en una de esas lecturas imprescindibles tanto para el mundo de la ficción como para el mundo de la reflexión, porque aunque sea una obra que pretende demostrar que este género no está muerto también nos hace caer en ese pozo de la mente que es el momento de después en el que un libro nos hace ver qué sucedería si eso nos sucediera de verdad; y la tercera, que uno se lo pasa genial metiéndose en este mundo de llamas, machetes, hawaianos, ceemes, un Madrid al borde del abismo y una sombra que pugna por envolverlo todo. Y es que sin el disfrute por la lectura, ¿qué sería de nosotros cada vez que escribimos una reseña? Seríamos pasto de todo lo que cuenta el autor en su libro, uno que, si me lo permitís, no deben perderse aunque su vida esté en juego por ello.

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