Momo (II)

Momo, de Michael Ende

Momo¿Es difícil escribir literatura fantástica?¿Es una empresa de mucho mérito? Pues depende, como casi todo; es relativamente fácil -y parte de una ideación muy común- escribir una historia sobre un niño que aprende magia, o sobre uno que viaja por diferentes mundos mediante las artes traslatorias de unos anillos. Es fácil escribir sobre animales parlantes o sobre vampiros enfrentados a hombres lobo. Lo difícil es escribir literatura fantástica como lo hacía Michael Ende. Lo difícil es escribir literatura fantástica como si no lo fuera; imaginar algo que no tenga correlato en nuestra realidad, y que sin embargo posea un significado poderosísimo para cualquiera que lo lea, en cualquier época y en cualquier mundo. Lo difícil es escribir Momo.

Momo es una novela atemporal y eterna, tanto como su misteriosa protagonista, la niña Momo, que aparece un día cualquiera en la vida de los habitantes de una gran ciudad. Ninguno de ellos lo sabe todavía, pero Momo va a ser la niña que les va a devolver el tiempo, ese bien al que ellos mismos han renunciado creyendo aferrarse a él y salvaguardarlo para siempre en la Caja de Ahorros de Tiempo, empresa propiedad de los Hombres Grises, que codician el tiempo de los hombres y engañan a éstos para convencerlos de entregárselo. Sin embargo, los hombres, creyendo ahorrar tiempo y no desperdiciarlo en cosas inútiles como pasarlo con los amigos, conversar, jugar, hacer música, dar de comer a sus mascotas, cuidar a sus padres o a sus hijos, en realidad lo están matando.

Hay muchos símbolos y muchas lecturas posibles de Momo. Indiscutiblemente, es una metáfora, o una serie de metáforas, pero no siempre está claro cuál era el mensaje verdadero de Ende al escribir esta novela. Usualmente se considera que es un alegato contra el absurdo empeño del hombre moderno -la novela fue escrita en 1974 y es perfectamente vigente hoy en día, incluso más vigente que entonces; sólo habría que sustituir las palabras “transistor”, “maletín” y “periódico” por “ordenador”, “tableta” o “teléfono móvil” en algunos pasajes- en poner cada minuto de su tiempo a buen recaudo, empleándolo en cosas supuestamente útiles y necesarias, sin darse cuenta de que en realidad lo está perdiendo; y sí, ésa es la lectura que predomina y que más se nos queda en la memoria al acabar la lectura; pero también se puede considerar como una llamada a vivir la vida de forma auténtica, sin dar tanta importancia a cada cosa que hacemos ni a nuestras ambiciones, aspiraciones y sueños a largo plazo, pues al final, lo que más felicidad reporta al ser humano es casi siempre una serie de actos mucho más banales pero más profundos, como el hecho de ser escuchado de verdad, compartir tiempo con amigos sinceros, explotar sus dones y talentos, usar la imaginación y ser uno mismo. En última instancia, no sabemos en realidad qué son los Hombres Grises; quizás encarnan el miedo del ser humano a la futilidad y a la muerte, con la ansiedad implícita por aprovechar el tiempo sin saber realmente qué significa tal cosa y haciendo una lectura equivocada de la máxima carpe diem, que no significa en realidad hacer todo lo que uno quiere antes de morirse, sino, paradójicamente, algo que puede considerarse, en la práctica, justamente lo contrario: utilizar el tiempo para crecer como persona, para amar, aprender y ganar en sabiduría y madurez, de forma que se pueda conocer el verdadero sentido de la vida. Y la sencilla pero profunda historia de Michael Ende es una llamada de atención: debemos aferrarnos a la vida, pero hacerlo con inocencia y sencillez, como hacen los niños de la novela, y no como pretenden hacerlo los adultos.

Momo constituye una novela en la que Michael Ende hace gala de una imaginación sin par, con un lenguaje sencillo pero que alcanza gran belleza en algunos pasajes, con descripciones llenas de fantasía y de imágenes casi oníricas que consiguen trasladarnos perfectamente su concepto de lo que es el tiempo: una flor, una joya maravillosa, un regalo divino, en suma. Esta novela merece ser leída por igual por jóvenes y adultos, y es, con todo merecimiento, un clásico moderno por el que no pasa el tiempo.

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