Muerte de tinta

Muerte de tinta, de Cornelia Funke

muerte de tintaAbrir un libro debe convertirse, siempre, en algo distinto a todo lo que llevamos vivido hasta el momento. Sólo así puede entenderse la verdadera naturaleza de un lector que, ávido por nuevas experiencias, abre un libro tras otro buscando algún mensaje oculto y que le lleve a meterse en la historia como si no hubiera nada más en este mundo. Algo así, en una especie de locura transitoria – pero de las agradables – es lo que me sucede cada vez que abro un libro de Cornelia Funke. No sé por qué, no sé las razones que me llevan a ella, pero el caso es que, como si fuera una invitada a la que yo abro las puertas de mi casa siempre que lo desee y no reparo en agasajarla con todo lo que esté en mi mano. Y es curioso porque, en realidad, es al revés. Es ella, con sus historias, la que consigue llenarme de regalos que, tras muchos años, he ido acumulando como si de tesoros enjaulados se tratasen. Pero si alguna historia ha cautivado al joven lector que llevo dentro y convertido los libros en un placer absoluto, sin duda alguna es su trilogía más famosa, que termina aquí con Muerte de tinta que augura algo trágico, pero a la vez emocionante y que sólo quien lo lee sabe que no podía ser mejor, no podría encontrarse un mundo tan apasionante por mucho que lo intentara. Vivir en los libros, dicen, es como si todo un nuevo universo se desplegara ante nosotros y pudiéramos olvidarnos de la realidad. No se trata de viajes a mundos paralelos, o quizá sí, puede que en este mundo de la literatura, consista precisamente en contenernos a todos en una especie de realidad distinta para que sepamos que, más allá de lo que conocemos, existe algo más que podemos hacer nuestro.

Puede que yo, sin enterarme demasiado, haya ido acumulando libros de literatura fantástica sin pretenderlo, y haya visto, al hacer un recuento un tanto a lo loco de ellos, que durante toda mi vida han sido muchas las historias que han ido apareciendo y que yo he disfrutado. Recuerdo que cuando empecé la trilogía de Cornelia Funke fue uno de esos descubrimientos que hicieron que mi corazón palpitara más rápido de lo normal, ya que en su primer volumen el amor por los libros de los protagonistas era el mismo que yo sentía por ellos y que, a día de hoy, sigo sintiendo. El segundo volumen me hizo reencontrarme de nuevo con personajes que estaban a mi alcance, en una historia un poco más oscura, pero no exenta de ese poder que tienen los libros de ilustrarte y convertir el mundo en algo mucho mejor. Y llega Muerte de tinta y vuelve a convertir todo en un auténtico lujo, en un paso desenfrenado por las letras hasta llegar al final, a esa frase que dice Porque ese otro mundo debe ser emocionante, mucho más emocionante que el suyo, resumiendo a la perfección aquello que yo os decía al principio, que en ese mundo, en el otro, es donde se viven innumerables sensaciones que, con tristeza lo digo, parecen vetadas en la realidad.

Me gusta Cornelia Funke. Creo que, junto a Michael Ende es una de mis autoras favoritas en literatura juvenil, y no por ello, aunque yo sea un adulto ya y me acerque a una edad en la que se me presuponen lecturas intelectuales y acorde con mi supuesta época, dejo de disfrutar con historias como la que se encuentra en Muerte de tinta. Creo importante, casi diría que esencial, que la fantasía haga acto de presencia en nuestra vida y se convierta en un género a reivindicar por siempre, en un género que no malgaste su tiempo teniendo que explicarse a sí mismo, a crear razones por las que el público deba acercarse a él. Lo importante de todo esto, de esta trilogía – pero también de cualquier libro en general – es que se conviertan en esa posada en la que descansar el cuerpo, la mente y que sean las letras las que hagan el resto. Es este, por tanto, un libro que pone un broche de oro a una trilogía, pero también otro que dará pie a numerosos comienzos, a acercarse a otros libros, a muchos más que están por llegar o de los que desconocemos su existencia. No hay mejor regalo para alguien que ese momento en el que, al cerrar un libro, se encuentra tan vacío que necesita otro para llenar los huecos, los agujeros que ha dejado una historia que merece la pena, que es importante, y que convierte a una autora en alguien que une a generaciones enteras.

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