Ondina

Ondina, de Benjamin Lacombe

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Dicen que cuando una ninfa llora, un corazón deja de latir. Y así, como en un cuento de hadas, las lágrimas empiezan a anegarlo todo, destruyendo la piedra, arrastrando los bosques, y llenando el aire del olor salado del mar y las gotas de lluvia que caen de los ojos. Porque el amor puede ser peligroso, puede rebatir las leyes de la naturaleza, pero cuando dos corazones laten al unísono, cuando cada latencia es seguida por otra de la misma intensidad, del mismo color, del mismo aroma que llena cada uno de nuestros cuerpos, será entonces y no después, cuando nos demos cuenta de que todo es posible, de que la muerte que llegará se llevará con nosotros la sombra de lo que fuimos, de lo que fue nuestro amado, de lo que supone caminar con los ojos vendados por un sentimiento que puede doler, como un puñal clavado, como una espina de rosa traviesa que juega con nuestra piel.

 

Un amor más allá de la fantasía, una profecía que se cumplirá en los ojos de un caballero y una ninfa del agua, y un trágico final para aquellos seres que, sin pretenderlo, serán conscientes de que su amor puede superarlo todo, menos la traición.

Durante años, ha sido la fantasía la que ha guiado nuestros pasos hacia un futuro incierto. Benjamin Lacombe nos enseña que los enamorados pueden revolverse en mares agitados, que los amantes pueden naufragar en lago que hasta hacía unos minutos se había mantenido en calma, pero que, una vez consumada la traición, derrumba los pilares que se habían construido. Una obra maestra que nos envuelve entre rojos, entre los verdes de las ilustraciones, en unos ojos de ninfa que te traspasan el corazón y llegan hasta el alma, sintiendo como si fuéramos su caballero de brillante armadura la tragedia que reside en un amor que se escapa como el agua entre los dedos, como el aire a través de nuestro cuerpo, como el aliento en un suspiro de enamorado. Y así, “Ondina” se revela como una metáfora de nosotros mismos, de nuestros miedos a querer por encima de todo a nuestro amor, a sentirnos uno siendo dos, y sobre todo, de las venganzas personales por el terror a no ser queridos por aquellos que nos lo han demostrado todo desde el principio. Es un mundo repleto de las olas de nuestros sentimientos, que se agitan embravecidas por nuestros sentidos: miramos con los ojos su color, el blanco de la espuma que nos humedece la piel; tocamos el líquido que baña nuestras lágrimas y que resbalan por nuestras mejillas; olemos su sal, su rumor de melancolía y oímos sus mensajes ocultos, como si fuera una familia que habíamos olvidado hace tiempo y nos recuerda su presencia. Es un viaje hacia un mundo mágico que nos entrega Benjamin Lacombe en nuestras manos para que lo abramos, para que destapemos el candado que mantiene la puerta cerrada y que nos hará encontrarnos con una de las más bellas historias jamás contada.

Dicen que cuando un caballero se enamora de una ninfa del agua, será el mar el que acabe con su vida. Y en ese instante, cuando las burbujas exploten, cuando su sonido infantil golpee nuestro cuerpo, será el momento en el que nos daremos cuenta de que ese amor, ese tesoro que encierra “Ondina” es, a todas luces, nuestro amor perdido tiempo atrás. Un desamor tan grande, como el gran primer amor de nuestra vida.

Y nos convertiremos en viento, en aire que flota sobre las olas que nos llevaron a un rincón alejado de nuestro mundo, para que nos demos cuenta de que, a veces, lo perdido, es tan importante como lo que hemos ganado.

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