Padres no ñoños

Padres no ñoños, de Ata Arróspide

padres no ñoñosLos bebés traen alegría, traen amor, traen felicidad a las familias. Que sí, que sí, que todo eso es muy bonito. Pero también traen una cosa que es universal: vuelve ñoño hasta al más padre más bestia sobre la faz de la Tierra. Que si mira que listo es mi niño con sólo dos años que ya se interesa por cosas sobre el universo, que si venga, saquémosle todos la lengua y hablémosle como si fuera un ectoplasma, que si vistámosle como si fuera un bailarín de los grandes ballets como aquella canción tengo una muñeca vestida de azul, con su camisita y su canesú, y ¡oh, no, horror!, los padres empiezan a mutar en una especie de oso amoroso con premeditación y alevosía que, para entenderles, necesitamos comprar un diccionario ñoñería – español, español – ñoñería, porque es imposible sacar en claro de qué nos están hablando. Los bebés traen alegría, amor, felicidad, pero eso no significa, si hay algún padre/madre ñoño en la sala que esté mirando esta reseña que la vida parezca un capítulo de La aldea del Arce. Por eso nosotros, los “Padres no ñoños” reclamamos nuestro sitio como seres inteligentes y, por lo que parece, seres de otro planeta.

¿Cómo no ser un padre ñoño? ¿Cómo saber que te estás convirtiendo en uno? Y si todo eso no te interesa, ¿quieres pasar un buen rato viendo en lo que se puede convertir el mundo de la paternidad? Pues pincha en “Leer más” y no te arrepentirás.

 

 El mundo de la paternidad siempre me ha maravillado. Es increíble ver cómo las vidas de varias personas cambian con la llegada de alguien nuevo. Y yo, que en mi trabajo suelo cruzarme con muchas familias, más me sorprende todavía la cantidad de estupideces que, muchas veces, me encuentro. “Padres no ñoños” me interesó por varios motivos: necesitaba una visión de la paternidad como ésta, alejada de los tecnicismos, de los consejos que sí deben hacerse y qué no debe hacerse; era un momento idóneo para darte cuenta de la cantidad de tonterías más cercanas a las películas edulcoradas de Meg Ryan que hacemos cuando hay un niño cerca y nuestro instinto es convertirnos en una mezcla de Dora la Exploradora y una película romántica; y, por último, porque quería reírme, como al final ha sucedido, contagiando a los que estaban a mi alrededor, algunos de ellos padres, cuando se veían reflejados en lo que vivían en su día a día como padres. Así que, quizás, este no sea un libro técnico de esos que hacen salivar a progenitores deseosos de leer manuales a cada cual más enrevesado, pero tampoco lo pretende. Esto se trata de tomarse a cachondeo la paternidad, de no tomarse en serio y con rectitud que tendría que definirse como una época de exploración, conocimiento y disfrute. ¿Por qué seremos todo el rato tan estrictos?

El autor, Ata Arróspide sabe de qué habla cuando lees su libro. Puede que no sea alguien experto en la materia, pero al fin y al cabo, ¿quién lo es? ¿quién es el que puede decirnos qué hacer y qué no hacer? Pero como reseñista de este espacio, recomiendo este libro por varios motivos: porque la risa es fundamental hoy en día, en cualquier área, y porque nunca es tarde para encontrar que un “cuchi cuchi” a tu niño se parece más a lo que le dirías a tu perro que a cómo se le tiene que hablar a un niño; porque es un estupidez creerse el mejor padre del mundo, tener el mejor hijo del mundo, el más listo del mundo, cuando en realidad un bebé de cinco meses es de todo, menos inteligente a esos niveles; y al final porque ser “Padres no ñoños” sería maravilloso en un mundo en el que parece que el “y yo más” también se introduce en el mundo de la paternidad. ¿Y sabéis qué? Podría resumirlo en: con este libro, no sé si serás mejor padre, pero al menos sí más sensato.

Es curioso cómo elijo mis lecturas últimamente. Me sucede que, a veces, al ver un libro, tengo un cosquilleo y me apetece leerlo a toda costa. Y hasta ahora, mis sensaciones no me han defraudado en absoluto. Con este libro me sucedió lo mismo. Por eso, agradecido a Ata Arróspide por el buen rato, por las risas, por los viajes mientras la gente me miraba por las carcajadas. Y porque al final, ser padre es una suerte, es una experiencia abrumadora, pero en la que nunca, nunca, como ya he dicho antes, hay que perder el sentido del humor. Por eso, corred todos, padres y madres, porque reirán hasta hartarse, y se verán reflejados. Porque ser padre es universal, pero la ñoñería también. Si no que levante la mano quién no lo ha sido alguna vez con algún niño delante.

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