Peste & Cólera, de Patrick Deville

Peste & cóleraUn barrendero barre las últimas hojas del parque, el otoño ha acabado, y probablemente sean las últimas que recoja este año. Nada parece querer hacernos recordar el esplendor de la primavera, ni el sosiego del verano, ni siquiera, tristemente, la escasez y la decadencia del otoño. Nada, tampoco, parece que nos evoca la grandeza de un hombre, al que la furiosa ceguera del siglo XX se llevó como una aspiradora que recoge recuerdos, o ese cepillo que raspa pasados. Ceguera que hace de lo instantáneo una religión a la que adorar: hombres, y mujeres, del pasado, parecen ser devorados por la inercia, por lo importante de un segundo en la cámara de MTV, o en la insolencia de un vídeo en alguna web de recuerdos pasmosos. Aquel hombre solo es recordado -por una exigua minoría- por la denominación de algo que la mayoría no queremos, ni siquiera, invocar: “Yersinia pestis”, que es el nombre del bacilo de la peste negra. Recuerdo a desechar, infame mención a un pasado muy muy lejano… Tan lejano como apenas un siglo… Alexandre Yersin es el descubridor de dicha bacteria y del primer suero para combatirla. Pero no es este libro un panegírico sobre el microbiólogo y médico atento y dedicado, hasta la locura, al servicio de la humanidad. No, no es eso. “Peste & cólera” no es como aquellos libros pegajosos de mediados del siglo pasado que se dedicaban a papas, generales, santos o abnegados médicos; al contrario, es una narración sobre un hombre incorrecto, aventurero, inconsciente, insistente, inteligente, inoportuno, valiente, sagaz, diferente, fatuo, pero sobre todo curioso, inmensamente curioso. El invierno del olvido le llegó a Yersin conscientemente perdido en las selvas de Indochina, absorto en alguna de las muchas facetas que hicieron de su vida un tiempo para aprender, sin descanso.

No es, Alexandre Yersin, una persona al que se le pueda hacer una biografía al uso con su lógica existencia, con sus caídas y ascensos, sus pérdidas y sus victorias. ¿Por qué? Porque es un médico de la escuela de Pasteur, sí, pero también es un explorador, de aquellos que, durante el final del siglo XIX, todavía tenían algo que descubrir; es un bacteriólogo, pero también es un cultivador de flores y plantador de árboles; es un rico hacendado, pero no se enriquece registrando sus patentes; adora la quietud, pero posee rápidos coches, motocicletas, barcos…; su trabajo consistió en descubrir los más antiguos elementos de la vida, las bacterias, pero él era un perseguidor de eso que reconocemos como el progreso, lo nuevo, lo último…Su paso por el mundo se movió por intereses, en apariencia, contrarios: pasó de tener curiosidad por lo científico y por la medicina, a pasar a acomodar toda su curiosidad por el agua, el mar; luego por la tierra dura y fecunda, a la que le llevaban los descubrimientos de nuevas tierras; pasará por lo que está en el aire, por lo nuevo, en los avances del mundo, en la creación; y seguirá hasta nunca acabar, siempre habrá un camino que recorrer, por el que investigar, hasta para contradecirse…

Así que él era una contradicción explicada, una antítesis solapada: toda la filantropía de sus actuaciones y descubrimientos médicos se contraponía a su misantropía, que fue avanzando con la edad, creando un pequeño reino en donde se refugió de las personas, del mundo ajeno. Solo aceptó dejar pasar a sus salones, a su círculo ensimismado, a una poca gente de interés o a las protegidas muestras de bacterias o a los curiosos inventos más modernos. Eso era lo que movía su vida.

Entonces, sí, tras “Peste & cólera” se esconde la biografía de Alexandre Yersin, y alguno se preguntará:¿por qué leer una biografía si se tiene un diccionario enciclopédico o uno en línea? Pues es sencillo: de la misma forma que las paredes de un museo pueden informarte de que estás en el tercer piso, o que está prohibida la entrada a esa puerta o que es el lavabo de señoras; también, en las mismas paredes, están colgadas maravillosas obras de arte, productos del ingenio y la imaginación del artista, que consigue convertir un pequeño momento de la vida de una persona, de un árbol o de una nube en algo único, diferente….en belleza.

Patrick Deville usa todo un arsenal de ingenios para hacer de una vida que, en la lejanía, pudiera parecer llana una enroscada existencia llena de taludes y trincheras: como si usara microscopios para analizar el paso de los años contados a través de las cartas a su familia o al instituto Pasteur; o un telescopio para entrever su existencia en Vietnam, Madagascar o Hong Kong; o un endoscopio para vigilar la esencia de sus descubrimientos médicos y geográficos; o un periscopio para revisar su vida en las entrañas de París; o la astrología y un poco de lógica para saber de momentos privados; tratados de psicología para descubrir su lógica indiferente; un diccionario enciclopédico para saber del mundo que discurría a la par de Yersin, desde finales del siglo XIX, hasta la segunda guerra mundial, contando todos los avatares y desconciertos de aquellos años que se movían como balandros; talento para saber combinar los elementos y componer un texto que fluye como el Mekong por entre sus aldeas y sus ciudades, por sus cementerios y sus escuelas, por sus valles y montañas, por sus villanías y sus bondades, por su vida y su enfermedad. Deville se convierte en Dickens, o, al menos, adopta a su fantasma de la Navidad, para recorrer el pasado y acompañar a los personajes; como un Sherlock Holmes que adivina quién va a matar a la pantera rosa o un Charlot que pasea sus pantalones raídos por las pantallas en color; con la misma maravillosa inventiva de la imaginación, como un amago de paradoja que no llegará a suceder, como una invasión del pasado para raptar momentos.

El último avión ha partido de Francia antes de que los nazis controlen el aeropuerto. Yersin, rico y famoso, parte hacia Indochina. La vejez le lleva a rebuscar sonidos e imágenes del pasado entre sus cuadernos de campo. El tiempo ira y vendrá, entre mundos, paisajes y enfermedades tan desconocidas como importantes los anhelos por conocerlos. El final del siglo XIX será el inicio de lo moderno, de la muerte de lo antiguo. Pero las escaleras que van llevándote hacia arriba y hacia adelante están compuestas de troncos viejos, que cuentan su historia entre sus anillos: historias de personas y elementos que respiraron con tu mismo aire y pertenecieron a tu mismo segundo, y de los que surgieron las células de las que se nutren la madera de la historia para seguir creciendo.

 

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