Porcelain, de Moby

PorcelainAntes de leer este libro mis suposiciones sobre los orígenes de Moby eran tan erróneos como prejuiciosos. Creía, por su forma de vestir pulcra y elegante, por las gafas de pasta que tantos años llevan acompañándole así como por su cara de no haber roto nunca un plato que sería un ejemplo más del niño pijo al que le sobraba el tiempo y el dinero para probar suerte en el mundo de la música electrónica, con la seguridad de que papá le reservaba un puesto en su empresa en caso de que su talento no hubiese sido suficiente para ganarse la vida holgadamente. Porcelain, la que presumiblemente será la primera parte de las memorias del artista neoyorquino, apenas tardó un par de líneas en dejarme claro que estaba completamente equivocado.

Moby comienza el repaso de sus orígenes en el mundo de la música con una de esas anécdotas que marcan un antes y un después en la vida de toda persona. Cuenta como escuchar Love Hangover, de Diana Ross, le dio esperanzas de que había un futuro para él más allá de los suburbios de Harlem en los que le había tocado nacer. Pese a ello, aunque introduce alguna otra anécdota de su infancia, este libro se centra en las vivencias del descendiente de Herman Melville —autor de Moby Dick entre los años 1989 y 1999, una época en la que pasó de tocar en salas con veinte personas o en fiestas swinggers a llenar estadios y raves multitudinarias, con diversos altibajos. Fue precisamente en 1999 cuando alcanzó el éxito global con Play, trabajo con el que vendió más de diez millones de discos y que le consolidó como uno de los referentes del techno.

Muchos músicos, al menos dentro de lo que he podido leer hasta la fecha, tienden a caricaturizarse en sus autobiografías, consciente o inconscientemente. Así, es frecuente ver destacadas anécdotas en las que, ya sea para bien o para mal, proyectan la imagen que la gente ya tiene en sus cabezas antes de la lectura. Porcelain no se encuentra dentro de este tipo de trabajos, dado que Moby no se esfuerza por dar una imagen estereotipada de sí mismo, sino que se limita a relatar distintos momentos de su vida y son éstos, sin colorantes ni edulcorantes, los que ayudan a construir a la persona. Así, el chico nacido entre adictos al crack y botellas de vidrio es capaz de desnudar su alma al completo, sin dejar de lado ninguna de sus contradicciones: “Un cristiano abstemio que trabajaba en clubes animados por las drogas”, resume. Moby no sólo no evita hablar de sus malos momentos, tanto a nivel personal como profesional, sino que se reboza en ellos, sin maquillar ni justificar algunos actos que podrían considerarse reprochables. Tampoco tapa sus fiascos amorosos, sus malos pensamientos o sus peores decisiones, como sus idas y venidas con el alcohol. Me ha parecido que hay mucho de redención en este trabajo, aunque puede que sólo haya sido una muestra más de la voluntad del artista por ser lo más trasparente posible en su relato.

También toca, aunque con menos detallismo que otros compositores, el proceso de creación de sus temas. Es un aspecto que me ha parecido especialmente interesante, ya que en la música electrónica tiende a subestimarse mucho más que en otros géneros este aspecto y, a través de algunos fragmentos puntuales, se puede conocer mejor la complejidad de este trabajo y sus similitudes con el que desarrollan otros compañeros de profesión.

Porcelain, más que una autobiografía musical al uso es un fragmento de una vida, un texto tan natural y sincero que merece la pena leer independientemente del interés que se tenga por el autor y su música. Porque al igual que uno se lleva decepciones —y muchas— con los libros que sacan algunos de sus artistas favoritos y que no se acercan ni de lejos a las expectativas creadas, estas memorias aportan mucho más que un simple repaso a una carrera con luces y sombras: ofrecen, parafraseando a Calamaro, honestidad brutal. Y muy pocos son capaces de poner eso sobre la mesa.

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