Preventorio de Guadarrama. La voz de la memoria, de Consuelo García del Cid Guerra y Chus Gil

Preventorio de GuadarramaAquellos de ustedes que estén familiarizados con la obra de Consuelo García del Cid no se sorprenderán ante esta nueva obra. Preventorio de Guadarrama abunda en uno de los aspectos que ya trató en sus obras anteriores, Ruega por nosotras y Las desterradas hijas de Eva: el inaceptable trato dispensado a muchas niñas en los preventorios antituberculosos del franquismo (y hasta fechas sorprendentemente posteriores) resultado de la aplicación de principios ideológicos a lo que debiera haber sido una labor asistencial. En condiciones normales les diría que en lugar de eso fue una labor de adoctrinamiento pero eso sería faltar a la verdad, porque la realidad es que se trató sencillamente de centros temporales de reclusión en los que las niñas eran sometidas a todo tipo de humillaciones. Y muchas llegaban a ellas voluntariamente (entendiendo como voluntad la de las familias) porque se tenían por lugares de reposo, incluso por remansos de paz, pero una parte importante, mayoritaria si se atiende a los testimonios de este libro, fueron víctimas de unos malos tratos injustificables no ya con nuestros parámetros éticos de entrado el siglo XXI, sino incluso con los de entonces.
Las autoras, víctimas a su vez, tienen la grandeza de reconocer que no todas las niñas que pasaron por allí vivieron una experiencia parecida (de hecho de las identificaba por colores y vivían en pabellones diferentes, lo que sospecho que no era casual), pero yo me atrevo a decir que resulta completamente indiferente que se obligara a comer el vómito como método para combatir la desnutrición o se quemara con cerillas como método para combatir la incontinencia urinaria al 90, 70, 50 o 10% de las niñas o incluso a una sola. No es la cantidad la que merece un reproche sin paliativos, sino el hecho.
Pero Consuelo García del Cid y Chus Gil no se limitan en Preventorio de Guadarrama a exponer el catálogo de vejaciones que sufrieron las niñas ni a recopilar los testimonios de muchas de ellas (que no sólo incluyen malos tratos físicos y psicológicos sino que llegan al abuso sexual en algún caso). Tampoco se limitan a reflexionar sobre las secuelas psicológicas que muchas de ellas arrastran de por vida. Hacen algo más, algo muy inteligente si se me permite: un relato del camino que siguieron para hacer conocida su historia, para aparecer en los medios y combatir las trabas y la hipocresía a las que se tuvieron que enfrentar. Y resulta sumamente interesante porque ilustra a la perfección la cortedad de miras de muchos de los que nos gobiernan, porque demuestra que aún hay gente que considera aceptable tapar cualquier hecho, por atroz que sea, en aras del supuesto “buen nombre” de un pueblo o sus habitantes como si hubiese algo más positivo para la imagen pública de un población que la transparencia y la gestión desde parámetros éticos. Este libro no es sólo una denuncia del pasado, es una lección para el presente.
Obviamente no es un relato aséptico ni imparcial, las autoras toman partido como sin duda lo tomarán los lectores, pero no por ello deja de ser un relato documentado y riguroso que trata de iluminar una de las páginas más oscuras, por no decir desconocidas, de nuestra historia reciente.
Permítanme una última reflexión. Tuve la fortuna, por no decir el honor, de asistir a un episodio que se relata en Preventorio de Guadarrama, la presentación de la anterior obra de Consuelo García del Cid en la Casa del Libro de la calle Fuencarral, en Madrid, a la que asistieron muchas de las mujeres, niñas en la época de los preventorios y patronatos de la mujer y víctimas aun hoy en día (entonces de las vejaciones que padecieron y hoy del silencio y la incomprensión), que constituyen el grupo de quienes ellas mismas se llaman sisters, y fui testigo directo de la emoción y del dolor que las unían y créanme, no sólo me considero un privilegiado por haber podido asistir a una reunión tan conmovedora como admirable, sino que puedo dar fe de que allí había algo más que todo lo antedicho: había verdad y había ganas de reconocimiento. Eran generosas, no pedían más justicia ni más reparación que la moral, que el hecho de ver reconocido aquello por lo que pasaron. No quieren abrir arcas ni rejas, quieren abrir archivos. Yo no sé a ustedes pero a mí no me parece pedir tanto.

 

Andrés Barrero
contacto@andresbarrero.es
@abarreror

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