Primer amor

Primer amor, de Iván Turguénev

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Hay algunos lugares en la literatura donde uno se siente bien, espacios apacibles construidos por una mirada bondadosa en los que si bien ocurren cosas, si bien hay pasiones, hay vida, lo que trasciende al lector es una cierta sensación de bienestar, de placidez, pese a lo cual, al final, queda un difuso regusto triste, melancólico. La obra de Iván Turguénev es uno de esos lugares, y Primer amor un buen ejemplo de lo dicho.
– Nunca tuve un primer amor –se limitó a decir –; empecé por el segundo.La pequeña historia que nos cuenta Turguénev en este Primer amor, es precisamente eso, el primer amor de un adolescente, el nacimiento de una pasión sin límites no correspondida, o al menos no correspondida con amor en iguales condiciones. Hay complicaciones, claro, es Turguénev y el amor, en su obra, probablemente como reflejo de su azarosa vida sentimental, acostumbra a encontrar no pocas dificultades en su camino. En este caso el objeto del Primer amor del adolescente está a su vez enamorada, y lo está de otro amor imposible, al menos socialmente imposible aunque no por ello menos realizable. Y no es un amor cualquiera, pero no puedo avanzar más en este sentido para no descubrir el argumento.

Por muy inteligente que creas que eres, lo que te ocurre a ti, gracias al Señor, no está escrito en tu alma, sino en tu cara. Pero, ¿de qué sirve hablar? Yo no vendría aquí si no fuera porque –el doctor apretó los dientes-, si no fuera porque estoy igual de loco que tú. Pero esto es lo que me sorprende: ¿cómo es posible que, con toda tu inteligencia, no alcances a ver lo que ocurre a tu alrededor?

No hay grandes sorpresas, tampoco el relato las necesita, pero ocurre que, al final, Primer amor, escapa de lo convencional, y lo hace con una descarga emotiva tan breve como intensa, apenas esbozada y que sin embargo no precisa de una línea, de una palabra más.

Me incorporé y me dirigí a mi habitación, a mi cama fría. Sentía una extraña emoción, como si hubiera acudido al encuentro de dos amantes, para permanecer completamente solo mientras la felicidad de otros me pasaba de lado.

Turguénev
gusta de construir personajes femeninos fuertes, como gusta del amor como sacrificio, más que como conquista de la felicidad. Su prosa sin estridencias, su capacidad para comprender a los diferentes personajes y plasmarlos primando su coherencia interna, sin supeditar su individualidad a las necesidades del relato, hacen fácil la empatía. Los personajes se hacen daño, pero se comprenden, porque Turguénev, el más occidental de los escritores rusos, gusta de primar la vida sobre la trama y es ahí donde radica su brillantez, en la naturalidad de la historia, en la ausencia de artificios.
La obra de Turguénev, como la de todos, es en gran medida si no esclava sí reflejo de su vida, y no es una vida cualquiera, lo que aumenta el interés por ésta. Hoy tenemos al respecto una visión diferente (no sé si más o menos acertada) de la que tuvieron sus contemporáneos, y eso no hace sino aumentar el interés del esbozo que, desde la devoción, hace de su vida su amigo Henry James en el delicioso epílogo que cierra este Primer amor.

Andrés Barrero
andres@librosyliteratura.es

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