Todo lo que una tarde murió con las bicicletas

Todo lo que una tarde murió con las bicicletas, de Llucia Ramis

Un libro honrado con un prólogo enamorado de esa cierta luz que desprenden tanto él como su autora no debe ser deshonrado con una reseña que no esté cuanto menos deslumbrada por esa misma luz, y no conozco a Llucía Ramis, así que no puedo dar fe de cuanto de ella cuenta José Carlos Llop en el prólogo, pero de esta magnífica Todo lo que una tarde murió con las bicicletas sí que puedo levantar acta, y a ello vamos, empezando por el título.

El título es un verso de Pere Gimferrer, pese a lo cual se diría que nace de la propia obra, que no puede tener uno mejor. “Mal hayan quienes dijeron cosas nuestras antes que nosotros”, debió pensar Llucia Ramis, como Elio Donato, al leer el poema de Gimferrer, o tal vez no, tal vez le agradeció que diera forma a su propio pensamiento, pero en cualquier caso no se me ocurre una forma mejor de mirar hacia atrás cuando hay necesidad de hacerlo hacia delante que volver a ese momento en el que las bicicletas dejan de ser compañeras de fatigas para transformarse, en el mejor de los casos, en simples medios de transporte. El inicio de la vida adulta como punto de apoyo para reiniciarse, el examen de la infancia y la familia como medio de darse impulso. Todo lo que murió con las bicicletas murió con ellas, sí, pero forma parte de la vida y mirarlo sin condescendencia ni añoranza sino como lo que es, la fuente de tantas cosas, es imprescindible para afrontar lo que las sobrevivió o nació después que ellas. El título no es una excepción, el índice de este libro es todo un tratado del arte de buen titular lo cual no sólo indica el mimo con el que Llucia Ramis ha cuidado el detalle, sino que la delata como la gran cuentista que sin duda es.

Dos años después de que el abuelo muriera, el 25 de diciembre de 1998, escribí un texto recordándolo. La abuela dobló la hoja y la metió en su cartera. Aún la lleva encima. Dice que está impaciente por saber qué escribiré cuando ella muera.

Empieza Todo lo que una tarde murió con las bicicletas con una advertencia, “esto no es una autobiografía” dice la autora, como si no fuera autobiográfico todo lo que se escribe, como si algo de lo que se escribe lo fuera. Marguerite Yourcenar dijo en su entrevista-libro “Con los ojos abiertos” que “el público que busca confidencias personales en el libro de un escritor, es un público que no sabe leer”, y yo me pregunto si realmente importa o no si lo que Llucia Ramis cuenta en estas páginas lo ha vivido o no. Lo ha vivido porque lo ha escrito y lo que importa es que lo viva el lector, leyéndolo. Los buenos libros son tan autobiográficos para el autor como para el lector que los interioriza y los asume como propios, y Todo lo que una tarde murió con las bicicletas es un buen libro. Nada que añadir a este respecto.

Después de desayunar, se sienta en el ordenador hasta la hora de comer. Duerme una siesta breve y vuelve a sentarse frente al ordenador. Dice que tiene muchas cosas pendientes. Tener cosas pendientes le exige vivir.

Mirarse a sí misma a través de los ojos de los demás, y no mentirse: es un libro sincero, honesto, una obra en la que la autora se busca contándose y el lector se encuentra leyéndolo. Soy sólo algo mayor que Llucia Ramis, muchas de las referencias a la vida cotidiana de su infancia me evocan la mía, pero hay otras facetas absolutamente desconocidas para mí, como el de la presencia belga en la minería de Asturias, de donde desciende la protagonista de la obra. Todas ellas están narradas con sinceridad, sin condescendencia, lo que a veces lleva al texto a momentos de gran ternura y en otras a cierta crudeza. Gratifica la capacidad de Llucia Ramis de llevar al terreno literario discusiones actuales sin caer en la propaganda ni el proselitismo, los personajes sí, ellos se pueden permitir la lucidez o la obcecación que les sea propia, pero la autora muestra la irritación sin irritar y eso es de agradecer.

Cuando un belga se da cuenta de que su padre ha dejado de respirar, no monta ningún drama. Le pregunta al doctor: «¿Y ahora qué tengo que hacer? Es la primera vez que se muere mi padre». Y si alguien le reprocha que haya tardado tanto en anunciar la defunción, suelta: «No hay prisa, de todos modos, a partir de ahora estará muerto siempre». Es como si los belgas pensaran que eso de llorar fuera cosa de Europa del Sur, propio de personas melodramáticas incapaces de controlar sus emociones y que reclaman consuelo mediante el llanto.

La propia infancia como punto de apoyo para volver a empezar, para encontrarle a la vida el sentido que parece haber perdido, y la familia como puerto seguro, el único con sus propias tempestades, donde realizar esa búsqueda. Sin fuegos artificiales, sin edulcorantes ni aditivos, la vida con sus alegrías, sus dificultades y sus miserias, todo lo que murió con las bicicletas y que sin embargo resucita en las páginas de Llucia Ramis como puede hacerlo en la memoria de cualquiera que tenga la suerte de tener ese asidero. La batalla interior, intemporal, entre la necesidad no de ser querido, que eso generalmente se da por cierto, sino de gustar a los padres y ser a la vez fiel a uno mismo, la necesidad de no ser como ellos han deseado sino una realidad propia, pero igualmente querida, respetada y de su gusto, ser uno mismo sin dejar de ser el hijo, el nieto, el hermano de alguien, hacer necesario lo imposible.

—Nos habéis educado para que seamos libres e independientes, pero ¿por qué no nos dijisteis que el precio de la independencia y de la libertad era quedarnos solos?

—Porque no lo sabíamos.

No me parece Llucia Ramis una persona que a la pregunta de qué quiere ser de mayor conteste “pequeña”, no mira hacia atrás para volver atrás, sino para comprender, para comprenderse. No sé si a ella le ha servido todo lo que murió con las bicicletas para lo que quería, pero a mi sí. Evocar mis propios recuerdos gracias a los suyos, aunque con ello compruebe la inalcanzable altura del listón, ha sido un placer impagable como probablemente lo será para cualquier lector de decida acercarse a este libro. Muchas cosas murieron con las bicicletas, afortunadamente el amor no fue una de ellas.

Andrés Barrero
andres@librosyliteratura.es
@abarreror

 

Título: Todo lo que una tarde murió con las bicicletas
Título original: Tot allò que una tarde morí amb les bicicletes
Autora: Llucía Ramis
Editorial: Libros del Asteroide
Páginas: 224
Fecha edición: 2013
ISBN: 978-84-15625-47-6

 

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