Tren a Pakistán

Tren a Pakistán, de Khushwant Singh

tren a pakistan

Más que una novela histórica; un libro humano y terrible sobre la hipocresía del poder y lo fácil que es sembrar el odio.

El tren es un elemento recurrente dentro de la literatura contemporánea; largos viajes, despedidas en la estación, túneles o caminatas siguiendo las vías son situaciones que forman parte de nuestro imaginario común por su capacidad de sugestión aparentemente inagotable.

Además, el ferrocarril es uno de los iconos de la India.  Todos guardamos en la retina la estampa de esas vetustas locomotoras de vapor británicas, reliquias de la época colonial, arrastrando con dificultad un rosario de vagones atestados de viajeros; familias enteras cargadas con sus enseres, hacinadas dentro de los vagones o en equilibrio sobre sus techos, en viajes que duran semanas.

Pero, en 1947, con el Indostán sumido en el caos y la violencia provocados por la división de la colonia británica en una India hindú y un Pakistán musulmán, los trenes se convirtieron en el único medio de transporte para los millones de desplazados que huían de las matanzas y, más tarde, fueron el instrumento de una macabra “competición” entre musulmanes y sijs.

Ya desde el anuncio de la separación de la colonia en dos países comenzaron los disturbios y la violencia se extendió con la rapidez y la virulencia del monzón.  A medida que se multiplicaban las noticias de expulsiones, profanaciones de templos y muertes, la convivencia entre sijs, hindúes y musulmanes, que durante siglos había sido pacífica, se tornó imposible.  La desconfianza y el miedo hicieron presa en el ánimo de las gentes y cada comunidad acusó a las otras de ser las causantes de los disturbios.  En menos de un año, diez millones de personas abandonaron sus hogares huyendo de una muerte segura o deportados a la fuerza.  Diez millones de desplazados afanándose desesperadamente por abandonar el país en el que habían nacido y alcanzar una frontera completamente artificial (como todas, por otra parte).  Diez millones de hombres, mujeres y niños formando dos corrientes ciegas y desesperadas que, en ocasiones, cruzaban sus caminos con consecuencias funestas.

Y esa riada humana se canalizaba por centenares, por millares, a través del ferrocarril, única forma de cruzar el inmenso subcontinente indio.

No todos llegaron a su destino.  Si un tren atestado de refugiados, por ejemplo musulmanes, tenía la mala fortuna de ser interceptado por un grupo de sijs armados antes de llegar a Pakistán, todos sus ocupantes eran masacrados y el convoy era enviado a su destino, cargado con miles de cadáveres, como lección y advertencia.  La respuesta desde el otro lado de la frontera era, por supuesto, el envío de vuelta de no uno, sino dos trenes llenos de sijs asesinados.

Pero en ese verano de 1947 algunas áreas remotas del Punjab aún no se habían visto contagiadas por la histeria colectiva.  En la aldea de Mano Majra sólo había tres edificios de ladrillo: el templo sij, la mezquita y la casa del prestamista Ram Lal.  Las tres edificaciones daban a la plaza, donde crecía la higuera sagrada.  Solo una cosa diferenciaba a Mano Majra del resto de aldeas de la zona fronteriza del Punjab: por ella pasaba el ferrocarril.

Ram Lal era el único hindú del pueblo.  El resto de los habitantes de la aldea, sijs y musulmanes a partes iguales, vivían en idénticas condiciones de miseria, en humildes casas de adobe.  En Mano Majra, a pesar de la cercanía con la frontera con Pakistán, sijs y musulmanes convivían como buenos vecinos.  Para estos aldeanos, a pesar de los terribles rumores que llegaban cada vez con mayor insistencia, el sentimiento de comunidad, que les había ayudado a sobrevivir durante siglos, era más importante que la religión o la política.

Cuando parecía que la región podría permanecer al margen de las revueltas, la vida tranquila de la aldea, ordenada por los horarios de los trenes que pasaban, casi siempre sin detenerse, se vio alterada primero por el asesinato del prestamista a manos de unos dacoits, unos bandidos, y después por la llegada de un misterioso tren cuyo terrible cargamento ocultan con celo los soldados.

Tren a Pakistán no es una novela histórica.  Es cierto que se desarrolla en un contexto histórico muy definido (y brillantemente expuesto, todo hay que decirlo), pero a Khushwant Singh no le interesan tanto la religión, la historia o la política como la manera en la que éstas afectan a las personas.  Tren a Pakistán es una novela que habla de gente concreta y sencilla, y de lo que les sucede cuando les alcanzan las llamas del incendio de la locura colectiva.

Khushwant Singh escribió Tren a Pakistán tras ser él mismo testigo de los aciagos sucesos ocurridos en el Punjab durante aquel verano.  Conocedor de primera mano de lo fácil que resulta encender la mecha del odio y la intransigencia, de lo terriblemente sencillo que es conseguir que los que fueron vecinos durante generaciones se maten a sangre fría los unos a los otros, Singh escribió esta magnífica novela que nos aleja de las grandes cifras de las tragedias humanitarias y nos lleva a la casa del exiliado, en la noche en que debe recoger apresuradamente lo poco que tiene y subirse con su familia a un camión militar con destino desconocido.

Pero sobre todo, en Tren a Pakistán quedan retratadas las consecuencias de la realpolitik; la miseria y la mezquindad del poderoso dispuesto a sacrificar a unos pocos (o los que hagan falta) por el bien común (por el bien del político, quiero decir).  El desvergonzado pragmatismo con la que el político justifica los “brillantes” planes que pergeña desde la comodidad de su despacho, sin importarle demasiado que las piezas que mueve sobre el tablero sean seres humanos, es tan impactante como las atrocidades cometidas por ambos bandos.

¿Qué más puedo decir?  La independencia de la India y el conflicto de Pakistán son temas que me interesan desde hace mucho tiempo.  Quizá se deba a la imborrable huella que me dejó, hace ya décadas, Esta noche, la libertad, un impresionante documento de Lapierre y Collins, o quizá a que todo lo que tiene que ver con la India es apasionante por sí mismo.  Por eso, Tren a Pakistán me pareció un libro interesante cuando apareció en las librerías.  Pero este libro de Khushwant Singh es mucho más: es una novela emotiva, desgarradora, hermosa y terrible que radiografía la hipocresía del poder y denuncia lo fácil que es sembrar el odio y el escaso fruto que da su cosecha.  También es una historia humana, escrita con una sencillez pasmosa y un ritmo perfectamente medido: si leen la primera página no podrán abandonar la lectura hasta el final.

Tren a Pakistán es más que una novela sobre el nacimiento de la India y Pakistán, es un texto universal, no porque narre asuntos que podrían suceder en cualquier lugar y cualquier época, sino porque describe un drama que está sucediendo ahora mismo en demasiados lugares del planeta.

Javier BR

javierbr@librosyliteratura.es

8 comentarios en «Tren a Pakistán»

  1. Seguramente se trata de una novela magnífica. Desde luego tu reseña lo es, y como además estoy leyendo algunos temas relacionados con la India, me ha resultado particularmente interesante. Un saludo!

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  2. Tienes razón, pepebadajoz, el drama de los exiliados sigue ahí y cada día es mayor. Pero además “Tren a Pakistán” retrata las miserias del pragmatismo político, del fin que justifica los medios, y eso es algo que padecemos cada día en todos los países “desarrollados”. Gracias por tu comentario.

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  3. Para mí este libro fue una sorpresa. Yo tampoco lo conocía y lo leí porque me interesa el momento histórico en el que transcurre la narración, pero encontré, además, una gran novela. Gracias por tu comentario, Martass.

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