Tres rosas amarillas

Tres rosas amarillas, de Raymond Carver

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Lorraine me enseñó prácticamente todo lo que sé de cine. Si es posible que alguien te permita cultivar el gusto por algo (¿buen gusto?), ella lo hizo. No es que yo fuera un completo inepto antes de que nos cruzáramos y Lorraine me descubriera un mundo nuevo. Yo ya había ido haciendo mis pinitos pero todavía no había aprendido a distinguir las buenas películas (a las que debía arrimarme) de las malas (de las que debía huir sin miedo), no sabía nada de directores ni de actrices o guiones perfectos.

 

Recuerdo aquellas tardes en su casa cuando subía a su piso y hablábamos de tantas cosas. Casi siempre acababa saliendo con alguna película bajo el brazo para verla después en casa. Otras tardes, cuando ella estaba de viaje y me prestaba las llaves de su piso y el gran privilegio de acceder libremente a su biblioteca y a su colección de películas, todo se convertía en una especie de ritual extático: abría excitado la puerta de su casa, me acercaba veloz a las varias cajoneras que tenían dentro cientos de ejemplares de películas e inmediatamente ya estaba tumbado en el suelo de su comedor, leyendo una por una las contraportadas de sus películas. Me encantaba elegirlas al azar sólo por la trama o por algún director que sabía que me gustaría. Sabía que todas eran buenas, que Lorraine no me defraudaría y que probablemente la mayoría de las que había allí ella ya las había visto un par de veces.

El tiempo me fue descubriendo las exquisiteces que guardan algunas películas corales. Descubrí Magnolia, descubrí Thirteen conversations about one thing o Lantana.

Y entre todo ese tumulto de películas repletas de personajes llegó finalmente Short cuts y quedé deslumbrado. No fue muy complicado rastrear las referencias de la película por Internet para darme cuenta en seguida que sus fragmentos estaban basados en cuentos de un autor (todavía) desconocido para mí: Raymond Carver.

¿Quién será este tipo?, me decía yo. Decidí pues acercarme a sus cuentos con el propósito de contrastar si habían quedado bien plasmados en la película (proceso contrario al habitual). Algo similar a lo que me ocurrió con Las horas de Michael Cunningham.

Y entonces Carver me fascinó. Sus cuentos tenían un aura de misterio especial. Las narraciones avanzaban lentas pero seguras describiendo aquí y allá las situaciones. Y siempre con los detalles justos. Algunos de los finales eran desconcertantes pero los cuentos se llenaban de significados aunque uno no comprendiera el final. Después de los cuentos de Short cuts, llegó Catedral, Si me necesitas, llámame, ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? y De qué hablamos cuando hablamos de amor (títulos cuanto menos sugerentes).

Tres rosas amarillas ha sido mi reencuentro después de muchos años con Carver: seis cuentos nuevos, refrescantes, plagados de simbolismos.

Ahora vuelo solo, no tengo a Lorraine ya conmigo ni la posibilidad de seguir accediendo a sus películas (vendió su piso cuando se mudó a Londres y sus películas marcharon con ella) pero sí una larga lista de directores y películas maravillosas que me fue descubriendo.

Por supuesto, gracias a ella, ahora también tengo a Carver.

4 comentarios en «Tres rosas amarillas»

  1. Este comentario me ha traído a la memoria mucho cine. En mi caso, las noches de película y coloquio con Garci, los reestrenos en blanco y negro en el cine Princesa, la filmoteca. Es un comentario sugerente, de esos que te despiertan el deseo irrefrenable de salir corriendo a la librería más cercana y compar algo, lo que sea, del autor en cuestión. Pero no sólo quiero leer a Carver porque la reseña esté muy bien escrita; creo que voy a disfrutar mucho de este autor. Ahora sólo queda una cuestión ¿por qué libro empiezo?

    Saludos,

    Javier

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  2. Javier, disculpa antes que nada la demora en contestarte. Estaba poniéndome al día con el blog.

    ¿Por dónde empezar con Carver? Pues yo diría que por ‘Short cuts’ mismo y después verte la película. No tengo predilección por ninguno de sus volúmenes de cuentos. Todos son geniales. Es como si dijéramos uno tuviera que elegir uno de los cuentos de Cortázar: ¡imposible!, ¿no? 🙂

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  3. Y Lorraine no se ha tomado ni siquiera dos minutitos en agradecer,públicamente, la bonita entrada esta, que le has dedicado (o donde, al menos, se la menciona con tanta estima).
    Para que se viera mas bonita, al menos.

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