Tulipanes y delirios, de Sanz Irles

Tulipanes y deliriosPícaro/a y picaresco/a son términos muy españoles, muy castizos, muy nuestros. No en vano, la novela picaresca es uno de los géneros literarios españoles por excelencia, surgido en el llamado Siglo de Oro. Y si pensamos en novela picaresca, pensamos en La vida de Lazarillo de Tormes y en La vida del Buscón, de Quevedo; dos de las novelas españolas más características. Pues bien, desde que empecé Tulipanes y delirios, de Sanz Irles, no podía quitarme de la cabeza los términos “pícaro” y “castizo”, porque si bien el eje de la novela es la emigración y la acción está ambientada en Ámsterdam –más concretamente en el mítico Ámsterdam de los años 70–, los personajes y la prosa son muy castizos y el protagonista es muy similar al típico héroe picaresco. Quizá porque, precisamente, todo emigrante necesita echar mano del pícaro que lleva dentro para enfrentarse a sus nuevas circunstancias en un lugar desconocido.

En Tulipanes y delirios nos vamos a encontrar con Eugenio Anglada (Genio para los amigos), un joven español que lleva años buscándose la vida en Ámsterdam, junto con los otros miembros de la colonia de emigrantes que viven en dicha ciudad. Genio es licenciado en Clásicas, gerente de un restaurante, locutor de radio y asistente de un chuloputas. Su vida transcurre entre sus distintos trabajos y las reuniones con los otros exiliados; reuniones en las que no faltan el alcohol, las drogas y el sexo. Al inició de la novela, nos encontramos con Genio en el bar El Relicario con dichos compañeros de penas y alegrías y vamos conociendo los nombres, apodos y forma de vida de todos ellos (siempre por boca del propio Eugenio). En un principio, su vida parece perfecta, a pesar de –o quizá gracias a– la amoralidad en la que se mueve. Tiene sus muy variados trabajos, una amplia camarilla de amigos, una buena posición dentro del grupo, una preciosa novia de las Antillas Holandesas, una ardiente amante de Curazao y todas las drogas y alcohol que quiere. Pero, poco a poco, vamos presenciando la caída del héroe, a quien de poco le sirven sus artes de pícaro, hasta convertirse en un trágico ejemplo de antihéroe. De hecho, desde el principio sabemos que ese estilo de vida no tiene futuro, que tiene que romper por algún lado ya que el propio protagonista nos avisa. Por lo tanto, nos vamos a encontrar ante una especie de autobiografía que, con un estilo directo y de confianza, va a mirar hacia su pasado como una forma de desahogo, como una forma de exorcizar sus demonios.

Si bien, como en toda novela picaresca, las aventuras y desventuras de su protagonista son los músculos y la piel, su esqueleto es el fenómeno de la emigración, el desarraigo de unos hombres que han dejado sus hogares, sus familias y sus amigos para construirse una vida nueva en ese Ámsterdam mítico. En un paso más allá que sus predecesores del Siglo de Oro (Lázaro de Tormes y Pablos, el Buscón de Quevedo, que peregrinan, uno de Salamanca a Toledo acompañando al ciego al que sirve, y otro por varios puntos de la geografía española), Genio y sus amigos han cambiado de país y, aunque ya están bien establecidos,la nostalgia por sus lugares de origen y las ganas y la intención de regresar a ellos está presente a lo largo de toda la novela, impregnando sus hojas.

La emigración es un movimiento que a lo largo de la historia siempre ha acompañado a la humanidad, ya que desde el principio de los tiempos el ser humano ha emigrado en busca de unas condiciones de vida mejores. Desde que era pequeña he oído en innumerables ocasiones eso de que “España es un país de emigrantes”, y es verdad. A lo largo de la historia de nuestro país, ha habido muchos momentos que han llevado a nuestros compatriotas a abandonar su vida y sus orígenes; como la Guerra Civil y el franquismo. Prácticamente todos tenemos algún familiar que emigró a Argentina, Venezuela, México o a algún país europeo como Alemania. De hecho, en los últimos años, otra gran oleada de jóvenes se han visto en la obligación de marcharse de España para buscar un futuro mejor en el extranjero. Tulipanes y delirios podría ser la historia de cualquiera de ellos. Y es que, aunque la historia que aquí se cuenta es pasado y está llena de los excesos de otra época (Ámsterdam era conocida como la capital hippie de Europa), algunos sentimientos como la añoranza, la soledad, la pesadumbre, la inseguridad, el desengaño… son atemporales y universales.

De la mano de Genio nos adentraremos en las vidas de estos hombres llenos de vicios e imperfecciones que durante años se han ganado la vida como han podido, apoyándose los unos en los otros, tirando de ingenio y, sí, de picardía para sortear una situación tan complicada. Pero,a pesar de ello, en la mayoría de los casos, cuentan los días para regresar a sus países de origen. Conforman una suerte de colonia que les ayudará a sobrellevar mejor el desarraigo y las miserias de vivir en un país que no es el suyo. Así, el libro es como una puerta por la que podemos entrar al Hispania o a El Relicario y sentarnos entre los demás, para escuchar las anécdotas que unos y otros comparten mientras se beben unas cervezas.

Tulipanes y delirios es una obra, como dice su sinopsis, amarga y cruel a la vez que hilarante y esperpéntica. Es una obra directa, sin pelos en la lengua y descarnada. Es una obra en la que el lenguaje y los personajes son los absolutos protagonistas. Un lenguaje y unos protagonistas diferentes porque ella lo es. Es una especie de puzzle donde todo, personajes carismáticos y encantadores, así como amorales e imperfectos; humor y drama; refranes y términos antiguos españoles, franceses, ingleses, holandeses y hasta en latín, se entremezclan y se ensamblan sin fisuras para conformar una imagen clara; un libro puro, magnífico y superior.

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