Una voz en la noche, de Andrea Camilleri

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Es perfectamente comprensible por qué cada novela de Andrea Camilleri es un superventas en Italia y en buena parte de Europa. La explicación no está en unas tramas muy complejas y que desafíen la inteligencia y el ingenio del lector -no es así-, ni en un estilo bellamente labrado y de grandes cualidades literarias -tampoco-, ni en personajes que impresionen y resulten inolvidables por su realismo -idem de idem. Pero, por otro lado, no encontramos tampoco ninguno de los ingredientes habituales con los que se cocinan muchos superventas de leer y olvidar: no hay mucha acción, ni descripciones que alienten el morbo o satisfagan la sed de contenidos escabrosos, ni sexo explícito, ni polis duros viciosos y/o depresivos que exudan testosterona y una de cuyas cada dos palabras empieza por P. Así pues, ¿qué tienen las novelas de Camilleri para enganchar tanto?

La respuesta es que tienen, la mayoría de ellas, incluyendo esta Una voz en la noche, a Montalbano. Y, pese a que lo que hemos dicho arriba es cierto ­-las novelas de Camilleri no son novelas de grandes personajes, aunque sí de personajes que son más que meros estereotipos de novela criminal-, la gran excepción es ésa: Salvo Montalbano sí es un gran personaje, un personaje memorable y, además, un protagonista que rompe los moldes establecidos de los héroes de las novelas policiacas.

Es muy difícil leer una sola novela protagonizada por Montalbano y no quedar enganchado de él. Porque es lo que en lenguaje franco y directo se llama un buen tipo. Un hombre normal. Policía, investigador y pesquisador en crímenes de distinta ralea, en muchos asesinatos y otros crímenes de sangre, desfacedor de graves entuertos que comprometen la vida, la honra, la honorabilidad, los bienes, la integridad de otras personas; pero, al mismo tiempo, un hombre normal. Muy mediterráneo y mucho más cercano y accesible que los deprimidos y deprimentes comisarios y jefes de policía escandinavos. Es un tipo tan baqueteado y con tanta experiencia de la parte oscura de la vida como aquéllos, pero es también luminoso como el cielo siciliano, y, por tanto, ha sublimado esa oscuridad en saludable cinismo, en sentido del humor, en cierta cachaza imprescindible en cualquier kit de supervivencia mental, y en libertad. Es un policía que respeta las reglas supremas y que, como sabe que aquéllas son intocables e indiscutibles, sabe asimismo que las reglas más convencionales y menos trascendentes se pueden, de vez en cuando, tomar con cierta manga ancha. No es un tipo que aplique la ley de forma literal y a rajatabla, de forma igual para todos los casos, porque sabe que está tratando con personas, con historias humanas. Además, es un jefe que sabe liderar y formar equipo, sabe delegar y no le duelen prendas en reconocer sus errores (de éstos hay más de uno y más de dos en Una voz en la noche, incluso algún error con consecuencias graves). Por si esto fuera poco, su vida personal no es traumática, ni errabunda, ni de dudosa moralidad, ni está llena de enredos: tiene una relación ya sedimentada y acomodaticia con Livia, y sus conversaciones telefónicas con ella no tienen desperdicio, porque son de lo más normal y cotidiano, incluyendo sus escaramuzas y dialécticas que no escapan a la lógica de cualquier pareja.

La normalidad de este tipo estupendo es de agradecer y resulta reconfortante en ese océano de homólogos suyos con personalidades y modos de vida tan poco ortodoxos, tan noveleros y tan alejados de lo que uno conoce en primera persona y como testigo de otras vidas, que parecen cosa de otro mundo. Pero no sólo la personalidad y la misma mismidad del comisario Montalbano resultan revitalizantes; lo mismo puede decirse, en la medida en que dejan su impronta en su creación, de las del escritor, Andrea Camilleri, un nonagenario que se mantiene en plena forma y  que podría dar lecciones de optimismo y de espíritu vitalista a mucha gente.

En esta ocasión, Montalbano se enfrenta a un caso que se bifurca o, si se quiere, a dos casos entrelazados: por un lado, un robo a un supermercado controlado por una familia mafiosa y que termina con la muerte por ahorcamiento del director del establecimiento; por el otro, la muerte violenta de la joven y bella novia de un joven de buena posición y malas costumbres. En el esclarecimiento de estos casos intervendrán, como siempre, los singulares compañeros de equipo de Montalbano, que desempeñan brillantemente funciones de complementariedad y reciprocidad en distintos grados con el comisario -Augello, el más cercano, ejerce también la función de camarada y sin embargo amigo-, así como roles de alivio humorístico en la trama y adición de notas de color local, en este caso, siciliano, y comparecen también Fazio y Catarella, así como el suspicacísimo forense Pasquano, el caricaturesco fiscal Tommaseo y los superiores de Montalbano, de los cuales separa a nuestro héroe un abismo profesional, técnico, personal y moral que está muy bien descrito en muy pocas pinceladas. Hay también la feroz crítica al partidismo y a la interesada parcialidad de los medios de comunicación, tema recurrente en las novelas de Camilleri, no sólo las protagonizadas por Montalbano.

El crimen; el humor, ya sea en su vertiente socarrona o más tragicómica; el misterio; el costumbrismo y la denuncia se dan la mano en Una voz en la noche, novela a la que no hacen falta muchas páginas para abarcar todo eso y más. Cierto que el misterio no es tremendamente difícil de desentrañar, pero tampoco es el leit motiv principal de la novela.

Lo que diferencia a Una voz en la noche (individualizo en esta novela, ya que no he leído todas las de Camilleri, pero es de suponer que la apreciación se podría extender a todas ellas) de la inmensa mayoría de novelas criminales de distinta calidad que se pueden encontrar en el mercado, y lo que constituye su gran originalidad, es que Camilleri nos demuestra cómo es posible reafirmarse en lo bello y en lo sencillo de la vida -que no pocas veces suelen coincidir- incluso en medio de la sordidez del odio, el asesinato, la corrupción moral y la vileza. Montalbano es, además de un buen tipo, un tipo que, a pesar de todo, es feliz. No estúpidamente feliz, sino feliz a pesar de todo. Y un personaje así siempre dignifica un libro.

Leire Kortabarria (@leiresroom)

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