Wayward Pines. El paraíso

Wayward Pines. El paraíso, de Blake Crouch

Wayward-Pines-El-paraisoBlake Crouch es un amante y fan irredento y confeso de la serie Twin Peaks, y, según él mismo revela en el prólogo de la novela, durante muchos años ha trabajado para producir algo que recrease la sensación que a él le produjo el descubrimiento de la serie de David Lynch. Sabemos a qué se refiere, y es que la extrañeza, el surrealismo con lógica interna y un tipo de terror existencial y fantasmagórico son unas constantes en la peculiar obra de Lynch. Es un totum revolutum que atrapa y funciona desde el primer momento: aunque hay ratos -muchos- en los que no entiendes ni jota, sencillamente no puedes dejar de mirar.

Algo de esa sensación de vórtice horrífico, de paranoia pesadillesca y de estar dando pasos en un mundo hecho de arenas movedizas hay, en efecto, en su obra Wayward Pines. El paraíso. Yo, personalmente, sin embargo, si hay que encontrarle una progenie de la que descienda esta novela, apostaría más por Las poseídas de Stepford mezclada con los compases iniciales de The walking dead o cualquier otra ficción zombi, y, sin lugar a dudas, una atmósfera que bebe directamente de los episodios más alucinantes y emparanoiantes de La dimensión desconocida. Hay que añadir, además, que Wayward Pines. El paraíso es, sobre todo, una obra muy de ahora, muy siglo veintiuno, muy audiovisual, con un estilo ultradirecto y archisencillo, escenas cortas -tanto como los párrafos, muchas veces constantes de una sola oración; ¿para qué poner punto y seguido cuando se puede dar un brochazo y pasar a otra cosa, mariposa?-, caracterización delgada como un fideo… y, por contra, acción constante, atmósfera desasosegante y sensación de soledad y de estar en el punto de mira. Es decir, todo aquello de lo que carece la novela queda compensado por aquello que sí ofrece, que es seguramente el motivo por el cual el lector se ha acercado a este libro. Cuando vemos un episodio de Expediente X no lo hacemos porque queramos personajes más grandes que la vida y el desarrollo de la teoría de cuerdas bajo la batuta de, yo qué sé, Stanley Kubrick. Lo hacemos porque ¡queremos saber!, y porque buscamos la verdad ahí fuera. Y también lo hacemos porque -admitámoslo cuanto antes- estamos dispuestos a transigir con que nos tomen un poquito el pelo y nos pongan un cebo apetitoso -un misterio tan misterioso, que la revelación de sus claves tiene por fuerza que ser una orgía de la imaginación y la inteligencia- para luego darnos cuenta de que no era para tanto o de que ya nos habíamos imaginado el final. ¿Recuerdan Perdidos? Bueno, pues algo así es Wayward Pines. El paraíso.

Dicho esto, hay que decir que lo que consigue Wayward Pines. El paraíso lo consigue con creces. El pueblecito de marras, paradisiaco como es, nos resulta antipático y raro, raro, raro desde las primeras páginas. Es muy difícil no sentir simpatía y compasión por Ethan Burke, el agente del FBI que va a parar a ese pueblo al sufrir un accidente in itinere hacia una investigación que tenía que ver precisamente con ese pueblo. Y es que todos somos Ethan Burke. Nos convierte en él comenzar la lectura de esta novela. No es Twin Peaks, pero Expediente X tampoco está mal.

Y la novela es un rato entretenida. No es grandiosa, no es superoriginal, pero está bien. Se lee rápido y consigue contagiarnos del rollo malsano de Wayward Pines. También, si se quiere, consigue proporcionar material para que quienes tengan propensión o querencia por darle vueltas al coco lo hagan durante un buen mal rato. Deja el mismo regusto extraño, de placer y acidez de estómago, que deja una vuelta por el lado crepuscular. No está mal. No es una empresa que ningún otro hijo de la Generación X con demasiadas horas de Twin Peaks no pudiera acometer, pero es Blake Crouch quien la ha hecho. Y no está nada mal.

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