Butcher´s Crossing

Reseña del libro “Butcher’s Crossing”, de John Williams

Butcher's Crossing

Pues creo que lo mejor será empezar esta reseña por el final, y así ponemos rápidamente las cartas sobre la mesa:

Butcher’s Crossing es mejor que Stoner.

*Nota: Si usted, y permítame que lo dude, no ha leído aún Stoner, puede hacer dos cosas: una es leer Stoner ya. Hoy mejor que mañana. La otra es, irse directamente a la mierda. Ojo, sin acritud).


El caso es que no voy a ponerme ahora a justificar lo que acabo de afirmar más arriba. Ni de coña.

Si usted quiere rebatir/negar/confirmar que esto es así, ya sabe lo que tiene que hacer.

Pero hágalo.

Hágalo, de veras.

Hágalo o se arrepentirá.

Porque es necesario recordar(se) cada cierto tiempo que hay libros y LIBROS.

Y hágalo también para que pueda recordárselo a otros.

Pero, por encima de todo, hágalo para regalarse a sí mismo unas cuantas (pocas, ya verá) horas de absoluto embelesamiento lector. ¿Usted sabe lo que es eso? Yo sí. Y es tan brutal… Y si usted también lo sabe, entonces no pierda la oportunidad de hacerlo, joder.

Ahora un poco de confesiones.

Humildemente: ya no leo cualquier cosa (bueno vale, algunas veces sí, pero lo hago en diagonal). Soy (sé que usted también) de los que creen que hay diferentes niveles y por eso hace tiempo (ya sabe, cuando Faulkner me azotó el culo y tal) que decidí reservarme el derecho de admisión. Había comido tanta mierda…Además, un día leí una cita de algún escritor (creo) que decía que la gran desilusión de su vida fue cuando comprendió que no iba a tener tiempo material para leer todos los grandes libros que se habían escrito. Ahí fue cuando dije “hasta aquí, tío” (y entonces me puse a regalar libros para fortalecer mis relaciones. Ja).

Después llegaron muchos clásicos, los Faulkner y compañía. Y Thomas Bernhard, John Williams y su Stoner. David Foster Wallace, Corman McCarthy o ese Michel Houllebecq al que deberían darle un Nobel antes de consumirse como sus cigarrillos. Pero podría decir tantos…

Hace unas semanas, entre birras y desvaríos existenciales hablaba con un músico amigo mío. “El arte es, básicamente, pura emoción. Si no hay emoción, no hay arte”, me decía. Y yo creo que llevaba razón, aunque ya no suelo estar seguro de casi nada (y menos con unas cuantas birras de más).

Sin embargo, ¿cómo se hace para transmitir esa emoción? ¿Cómo hacer que el otro se emocione y se establezca entre los dos esa corriente eléctrica?  

¿Cómo hace Williams para arrancarme de esa forma de mi casa, de mi realidad y de mis problemas (que nunca dejan de girar y girar y girar por aquí dentro), cómo consigue convertirme en protagonista de una de las mayores épicas/uno de los mejores westerns de la literatura del siglo XX?

¿Cómo es posible que me acuerde tanto de esos 4 tipos si solo estuve con ellos unas cuantas horas ahí arriba, en lo alto de las Rocosas, tragando nieve, matando bisontes, volviéndonos locos todos por llevar al límite lo peor y lo mejor de la naturaleza humana?

Y, sobre todo, ¿dónde está ese yo que existía antes de aquella experiencia, antes de este libro? Porque, luego, ¿qué?

¿Qué leer a partir de ahí?

¿Las putas novedades? Venga ya.

¿Esa otra “impresionante nueva novela del autor que escribió bla,bla,bla,bla y que te hará sentir otra vez como si  bla,bla,bla,bla,bla”?

En fin. Sí, soy un baboso. Y por si no lo había adivinado aún, Butcher’s Crossing, del maestro de maestros John Williams es el mejor libro del año.

Pero no solo de este año, por supuesto.

Y podría contarle algo más, pero ¿de verdad cree usted que hace falta?

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