Cherry, de Nico Walker

Cherry[Continuación] y a vida o muerte. O si no, yo prefiero hacer otras cosas con el tiempo y las manos. Porque le voy a poner a usted un sencillo ejemplo: vamos a ver… déjeme que piense, no suele haber muchos…

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¡Vale, ya lo tengo! ¿Le suena a usted Cherry?

Pues Cherry es la primera novela de un tal Nico Walker (Cleveland, Ohio, treinta y seis o por ahí), y al que yo voy a tener en mis oraciones para siempre, para que dios o quien sea, haga posible que la heroína no le impida seguir escribiendo historias como esta. Aunque vaya usted a saber.

Y es que Cherry tiene todo eso que estábamos hablando antes de la verosimilitud, el pulso, el torrente sanguíneo bombeando a tope y una voz narrativa sin pirotecnias, casi hablándote desde el sillón de al lado, una de esas que solo necesitan una buena historia (por ejemplo, una como la de un chaval que se va a Irak y que es un drogadicto y un ladrón) para convertir un potencial pestiño lleno de lugares comunes en una de las mejores novelas de la era pandémica y más allá.

Porque, fíjese usted: Walker ni siquiera estaba pensando en ser escritor cuando todo aquello que cuenta en la novela (aunque él nos quiera colar que es inventado) ocurrió. Ni siquiera mucho después, cuando ya estaba a la sombra. Ni de coña. Y no lo digo yo, pues lo confirma él en la nota de agradecimientos del final del libro. Y eso es lo que me pone de estos escritores que surgen de la nada al más puro estilo Donald Ray Pollock (aunque esto son palabras mayores y ya veremos) sacándose de la manga una novela tan interesante. Porque este tipo de escritura, tan visceral y directa, tan rebosante de vida (y también de horror), no nace asistiendo a cursillos inofensivos ni participando en concursos de relato Arial tamaño doce interlineado doble márgenes a 3 cm y todo eso. No hay nada de esas mierdas artificialmente burguesas aquí. Por supuesto, Walker no es el mejor escritor del mundo, pero Cherry es de verdad. Es horriblemente gilipollas, patético y desgraciado. Es escoria, como dice él, pero es tan de verdad que por eso te golpea sin parar y te deja sin aliento. A pesar de haber visto muchas veces a estos personajes tan degradados, en Cherry todos ellos te atrapan sin remedio porque son tan creíbles que uno a veces ni se lo cree. Es así de buena esta novela. Y es así de horrible el mundo y la guerra y la droga. Y el amor.

Walker (el real) era un yonqui y era insultantemente joven cuando la empezó a cagar, cuando decidió irse a Irak, a una guerra que por aquel entonces ya no era una guerra (observen la ironía) y en la que nadie pintaba nada (observen, observen).  Después, fue también uno de los ladrones de bancos más buscados en todo Ohio hasta que, finalmente, a Walker le pillaron y la fiesta y el dinero y el caballo se terminó. Sin embargo, un poco antes de volverse un vagabundo, Nico Walker fue el típico chaval de clase media que sacó sus estudios más o menos bien, que tenía novia y se llegó a matricular en una buena Universidad. Un chaval al que le gustaba acostarse con chicas, divertirse, desfasar (mucho) fumando hierba con sus colegas, comiéndose pastillas o esnifando prácticamente a diario. Poco a poco, y sin darse cuenta, Walker se convirtió en otro fracaso más de esta sociedad perversa en la que vivimos, y el chico se coló irremediablemente por uno de esos permanentes socavones que nadie arregla nunca y que se lleva por delante el futuro de tanta gente joven. A partir de ahí ya nada volvería a ser igual hasta que, un día, Walker decidió exorcizarse a sí mismo y entonces se puso a escribir Cherry (que significa novato o pringado, en el argot del ejército estadounidense).

Aquí tiene usted, por lo tanto, un claro y formidable ejemplo de por qué este mundo se va a la mierda sin remedio y de cómo la literatura nos puede salvar de seguir siendo un sonriente y orgulloso Cherry del siglo XXI.

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