Don Quijote. Una novela gráfica

Reseña del cómic “Don Quijote. Una novela gráfica”, de Rob Davis

Trasladar la novela más significativa de la literatura escrita en español a cualquier otro lenguaje, ya sea narrativo, teatral, cinematográfico o, como en este caso, cómic, no es una tarea nada fácil. No lo es, al menos, si lo que se pretende con ello es mantener la complejidad de la obra en sus distintos niveles interpretativos, la evolución psicológica que sufren los personajes a lo largo de la misma y el lenguaje asombroso del que hizo gala Cervantes. Hay infinidad de adaptaciones ilustradas de Don Quijote. Algunas con un corte más infantil, adaptado a primeros lectores, otras buscando contentar a un público más versado en arte, creando unas ilustraciones gloriosas como las que hicieron en su momento los dibujantes Gipi o Svetlin Vassilev, de quienes recomiendo abrir una ventana aparte en el buscador de internet y echar un ojo a sus dibujos. Otras versiones que haya leído en versión cómic de la novela de Cervantes no han tenido, ni por asomo, la calidad, perdón, aquí me permitiré ponerlo en mayúscula, Calidad, que ha conseguido Rob Davis con esta adaptación suya de Don Quijote. Una novela gráfica. Ya no solo en su logrado dibujo, sino como decía anteriormente, en conseguir mantener lo complejo de un texto que es una suerte de muñecas rusas, con diversas narraciones dentro de otras narraciones. Baste esto solo para introducir y halagar el cómic, ahora entro en análisis.

En la sinopsis de la editorial Kraken, encargada de publicar este impresionante cómic, se cita: «Una nueva experiencia de lectura para una obra de siempre». No puedo estar más de acuerdo. Una obra de siempre que hoy es cuestionada y señalada para desaparecer de las lecturas escolares, bueno, en verdad también sucedía en mi época de instituto (para no cargar con más insidia a los lectores de la generación intensita de hoy), y que resultaba de lo más aburrida. Lo era por una razón muy clara: nos hacían leer adaptaciones infames que reducían la obra a apenas unos pocos capítulos, centrados en las aventuritas más socorridas y carismáticas en las que se embarca nuestro Caballero de la Triste Figura, pero amputando sin mesura toda la complejidad y grandiosidad literaria que tienen ambas partes de la historia. Los propios profesores, me temo, pocas ganas tenían de hacernos llegar ese poder magnético que ofrece la novela si se le da la importancia real que tiene. Esto, por cierto, no es solo etiquetarla y ponerle una membresía de “Obra Premium”. No, eso es reducirla a ser otra más. Actualmente, cualquier novela nueva consigue esa etiqueta. Posiblemente no todo sea culpa del profesorado y su falta de embrujo para acercarnos a una obra que ya es bruja de por sí. Creo que es una obra, hablo del original de Cervantes, que necesita de una preparación previa, una contextualización histórica, un retorno al arte de narrar historias y al poder de la imaginación sin la contaminación de sobreinformación actual, unas lecturas menores, pero contemporáneas a ella pueden ayudar a abrir camino a su lenguaje. En fin, un entrenamiento para limpiarnos de nuestra concepción adanista del mundo y así sentirnos de nuevo libres de imaginar. Que de esto trata en sí Don Quijote.

Con todo esto, la novela de Cervantes hoy no tiene muchos amigos. Rob Davis, ilustrador de cómics que he conocido a través de esta adaptación de Don Quijote. Una novela gráfica me ha sorprendido muchísimo al ofrecer un acercamiento sincero al original. El dibujo es de traca. Me recordó en un principio al trazo de Javier Olivares: rostros angulados, colores arenosos, mezcla de líneas gruesas y finas para enfatizar la expresividad. Tiene este Rob Davis una gran calidad narrativa en sus ilustraciones. Juega muy bien con el ritmo de la obra a través de las viñetas, acercando el plano cuando lo reflexivo de los pensamientos de Quijote se hacen necesarios, abriendo la escena para apreciar el árido paisaje que recorre junto a su escudero Sancho Panza. Como se trata de una novela de gran extensión e infinidad de aventuras, el texto ha sido adaptado a este lenguaje con gran acierto. Cada una de las obritas menores que se insertan en la novela, esto es, el relato de la pastora Marcela, el de la Princesa Nicomicona, el Curioso impertinente y muchas otras quedan perfectamente incluidas en la narración. Esto hace del cómic uno de los acercamientos más fieles al original y que ha conseguido, sobre todo, que quien lea aprecie la comicidad, el trasfondo social y religioso de aquella España del siglo XVII, el sentir alucinado de Quijote, pero también su transformación racional, el fantástico juego de espejos que se crea entre los personajes y algunas situaciones que se desarrollan a lo largo de la narración (maravillosa plancha del Caballero de los espejos reproducida por Rob Davis).

Existen infinidad de adaptaciones ilustradas o en cómic de obras clásicas. Muchas de estas obras gozan hoy de cierto prestigio en su texto original: las homéricas Odisea o La cólera por el citado Javier Olivares, las distópicas 451 Fahrenheit o 1984, la costumbrista Nada de Laforet… En mi opinión como empleado de librería, me temo que el flaco favor que se le hace a Cervantes y su obra magna arrastrará sin querer a este maravilloso cómic. De ahí lo necesario de acercarse al Quijote. En España, no podríamos entender nuestro sentido del ridículo, nuestro humor, nuestras ganas de levantarnos ante la injusticia y a un tiempo pisar a quien hace de esto su modo de vida. No digo que leer este cómic sea la opción para sustituir la obra original del circuito escolar, pero sí un añadido. Hacer del personaje más estrafalario y más representativo de nuestro complejo modo de pensar moderno un estandarte, tenerlo aun más presente. Tal y como el Caballero de la Triste Figura merece.

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